viernes. 16.08.2024

Servirse del anticatalanismo

Me parece pertinente destacar que  harían muy mal los partidos nacionales del PP y del PSOE en pensar que tras el fracaso Artur Mas el nacionalismo catalán está ya bajo control y que va a ir menos. Nada más lejos de la realidad. Si sumamos los porcentajes de votantes de CIU (30,68%), de ERC (13,69%) y de CUP (3,48%) y Solidaritat Catalana (1,29%), todos ellos partidarios de la independencia, alcanzan una cifra del 49,14%. El dato es concluyente.

Me parece pertinente destacar que  harían muy mal los partidos nacionales del PP y del PSOE en pensar que tras el fracaso Artur Mas el nacionalismo catalán está ya bajo control y que va a ir menos. Nada más lejos de la realidad. Si sumamos los porcentajes de votantes de CIU (30,68%), de ERC (13,69%) y de CUP (3,48%) y Solidaritat Catalana (1,29%), todos ellos partidarios de la independencia, alcanzan una cifra del 49,14%. El dato es concluyente.

Muchos en España, entre los que están todos los dirigentes del PP y bastantes del PSOE, consideran que la nación española es una realidad incuestionable, como algo natural. Mas hay gentes que no lo tienen tan claro. Tan legítima es la opinión primera, como la segunda. Nadie puede imponer la idea de nación a la fuerza, eso es algo que pertenece a los sentimientos más íntimos de cada persona. Uno puede sentirse español, como otro puede sentirse catalán o vasco. Decir esto hoy para algunos españoles es una herejía.

Al respecto, me parece pertinente mirar por el retrovisor de la historia para entender algo mejor la importancia del nacionalismo catalán. No es nuevo, hace mucho tiempo que revolotea sobre nuestras cabezas. Algunos ilusos pretenden obviarlo, empero, está aquí y ahora. Y lo seguirá estando. Como también lo estuvo antes. Así lo constataron conspicuos analistas políticos como: Ortega y Gasset o Manuel Azaña. El autor de La rebelión de las masas dijo que el problema catalán era insoluble y que España solo puede aspirar a conllevarlo. Llegó a decir que Cataluña es un pueblo frustrado en su principal destino, de donde resulta la impaciencia en que se ha encontrado respecto de toda soberanía, de la cual ha solido depender su discordia, su descontento, su inquietud; vendría a ser, sin duda, el pueblo catalán un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a el mismo y que nunca ha de encontrar. En cambio, Azaña, tras reconocer el problema, señala que “Cataluña dice, los catalanes dicen: “Queremos vivir de otra manera dentro del Estado español”. La pretensión es legítima. Debemos conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y permanentes de España dentro del Estado de la República. Este es el problema y no otro alguno. Se me dirá que el problema es difícil. ¡Ah, yo no sé si es difícil o fácil, eso no lo sé; pero nuestro deber es resolverlo sea difícil, sea fácil”.  Este problema, reitero, no es nuevo, ya lleva tiempo. Es centenario. Para entenderlo pueden servir las ideas que siguen a continuación, extraídas del libro Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX de Álvarez Junco. En el siglo XIX, los políticos españoles de la Revolución Liberal trataron de establecer un Estado moderno. Homogeneizaron el país territorialmente, merced a la creación de las provincias de Javier de Burgos. A nivel jurídico se hizo una ordenación de todo el caótico enjambre de leyes procedentes de la Edad Media. Se racionalizó el propio poder central, con un ejecutivo distribuido en ocho ministerios; un legislativo, constituido en general por dos cámaras, y una organización judicial totalmente nueva. Se creó la Bolsa de Madrid, un sistema fiscal unificado, y se estableció el Banco de España, con el monopolio de emisión de moneda. Se estableció una moneda oficial. En definitiva se pretendió modernizar, uniformizar y centralizar. Lo que no consiguió fue nacionalizar a las masas.

El Estado español del siglo XIX no se preocupó de una manera decidida por crear esas escuelas públicas donde habían de “fabricarse españoles”, como dice Pierre Vilar. Dejó que dominaran los colegios religiosos, más preocupados por fabricar católicos. En el plan educativo establecido por la Ley de 1857, no se incluyó entre las enseñanzas del nivel elemental una Historia de España, mientras que sí había una “Doctrina Cristiana y Nociones de Historia Sagrada”. Y no sólo se despreocuparon de la Historia de España y de los valores cívicos, en beneficio del catecismo y la moral cristina, sino que, cuando la eficacia pedagógica lo exigía, la doctrina se enseñaba en vasco, catalán o gallego, en lugar de en la lengua oficial del Estado. Todo lo contrario ocurrió en la Francia de la Tercera República, donde a través de la enseñanza estatal obligatoria establecida se fabricaron franceses.

Otro instrumento clave para nacionalizar a las masas es el servicio militar universal, así efectivamente lo entendieron en Francia. En España ocurrió lo contrario, ya que existían exenciones, y las clases ricas mediante el pago de una cuota se excusaban de este servicio. Si hubiéramos seguido el ejemplo del país vecino, el proceso nacionalizador sobre todas las clases sociales hubiera sido mayor sobre todos los soldados, al romper su aislamiento y hacerles convivir con otras personas a las que empezarían a ver como compatriotas de otras regiones; al practicar un idioma que considerarían común; y al someterles a un baño intenso de retórica sobre la necesidad de posponer el egoísmo personal en pro del bien de la patria. En consecuencia el ejército nunca cumplió en España el papel unificador que tuvo en otros Estados europeos.

A la hora de vertebrar una nación también es importante el mantenimiento de una guerra contra un enemigo exterior. Podríamos poner muchos ejemplos. No obstante, quiero recordar el caso inglés durante la II Guerra Mundial. Se unieron todos sus ciudadanos, como una auténtica piña, cuando la mayoría de sus ciudades eran machacadas por la aviación nazi. Francia se construyó matando alemanes. Y Alemania matando franceses. En cambio, aquí en España nos matamos los unos con los otros en las Guerras Carlistas decimonónicas o la trágica Guerra Civil. Muchos especialistas en Historia de España afirman que si nuestro país hubiera entrado en la I Guerra Mundial, no hablaríamos de Guerra Civil ni tampoco de problema nacional. Mas la historia debe tratar de explicar lo que ocurrió, no lo que hubiera pasado si no hubiera ocurrido lo que ocurrió.

Además de los instrumentos anteriores para la extensión de los sentimientos nacionales, son muy importantes todo un conjunto de símbolos: banderas, himnos, ceremonias conmemorativas, monumentos, y otros. En Francia lo debieron hacer muy bien. Por ello, hoy todos los franceses aceptan sin discusión alguna toda una simbología; su bandera, su himno “La Marsellesa”, su fiesta nacional “El 14 de Julio”. En España lo debimos hacer muy mal y por ello hoy el panorama es totalmente diferente. El himno nacional actual aprobado en el Estado español, por cierto sin letra, salvo la creada por el ínclito José María Pemán y que hasta hace poco los descendientes de Bartolomé Pérez Casas cobraban derechos de autor, no es aceptado por todos, ya que para los republicanos es el himno de Riego, como pudimos comprobar hace no mucho tiempo en la Copa Davis en Australia, y a muchos catalanes lo que les hace vibrar de verdad son los sones de Els Segadors. La bandera rojigualda tampoco es aceptada por todos, ya que algunos prefieren la tricolor, y para muchos catalanes es la Senyera. En lo que hace referencia a la fiesta nacional, han existido varias: el Dos de Mayo, Santiago Apóstol, o finalmente el 12 de Octubre; y esta última no deja de ser discutida, y para muchos catalanes su fiesta nacional es El 11 de septiembre. Tampoco se dio suficiente impulso a la construcción de monumentos que honrasen los valores, héroes o glorias nacionales. ¿Existe alguno simbólico de la nación española? Yo lo ignoro. Sin embargo, en Cataluña la mayoría conoce la tumba de Rafael Casanova. Esta es realidad, mal que nos pese a los que nos sentimos españoles.

El régimen franquista sí que se preocupó por nacionalizar  a las masas, por españolizarlas. Muchos padecimos aquella horrenda asignatura de Formación del Espíritu Nacional. Mas esa nacionalización era tan agresiva como grosera; ya que era forzada, brutal y basada en la anulación y aplastamiento de media España. Esa nacionalización se basaba en sublimar todo un conjunto de acontecimientos y personajes: Numancia, Viriato, Recaredo Pelayo, Covadonga, Reconquista, Santiago Matamoros, el Cid, Guzmán el Bueno, los Reyes Católicos, Lepanto, Pavía, el Alcázar, Marcelino, Pan y Vino…. No creo sea necesario dar más detalles. Con la instauración de la democracia, pienso que la situación expuesta no se ha modificado sustancialmente.

El problema territorial está ahí. No nos ha sobrevenido de repente como hemos expuesto en las líneas precedentes. Por todo ello, insisto que se necesita a la hora de abordarlo sensatez, equilibrio, imaginación y sentido de Estado. Obviamente no es un procedimiento adecuado hacerlo presentando recursos de inconstitucionalidad ante un Estatuto aprobado en referéndum por el pueblo catalán, tras haber sido aprobado en las Cortes catalanas y españolas. Ni tampoco calificar de algarabía a  una manifestación de más de un millón de catalanes. Actuaciones así, cabe interpretarlas como de gran irresponsabilidad, a no ser que conscientemente lo que se persiga en última instancia sea el servirse del anticatalanismo para rascar votos en Cuenca, Valladolid o Zaragoza. El que juega con fuego, es factible que al final pueda quemarse.

Servirse del anticatalanismo