martes. 30.07.2024
Toga_Juez

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En la Historia romana de Dion Casio se consignan las extravagancias y arbitrariedades del emperador Cómodo. Jerry Toner recuerda un hecho determinante que explicaría la animadversión del cronista hacía el emperador. Casio era senador y fue el Senado el poder que pretendía constreñir Cómodo en su propio beneficio. Esta postergación debía apoyarse en una fuente alterna de poder, cuya manifestación más inmediata sería el clamor popular, cuya estrategia se sustanciaba en una táctica populista, exhibida en la expresión de las masas durante los juegos de anfiteatro. A ello añadiría Cómodo otra novedad inaceptable para un senador, para un équite como Casio: la de presentarse el emperador como un semidios disfrazado de Hércules, al tiempo que se equiparaba a un paria, a una figura indigna como era un gladiador.

La realidad era suplantada por unas construcciones icónicas que en el fondo solo contenían palabras. Empero, las palabras, dice Ortega y Gasset, son logaritmos de las cosas, imágenes, ideas y sentimientos, y, por lo tanto, sólo pueden emplearse como signos de valores, nunca como valores. Suplantar los valores con el logaritmo de las cosas, demuestra que el verdadero envés de la verdad no es tanto la mentira como la confusión. La derecha española y las minorías estamentales cuyos intereses representa gustan por conveniencia y convencimiento histórico-factual considerar intolerable cualquier modelo de convivencia que no sea la guerracivilista y autoritaria que encarnan, es decir, la de los sepulcros blanqueados.

Convertir los procesos judiciales en un show trial es muestra de una decadencia casi irreversible del régimen político incapaz de mantener la calidad de una saludable convivencia democrática

El conservadurismo desde la Transición se ha disfrazado de Hércules para intentar, en la confusión, el clamor circense de unas mayorías sociales envueltas en la calígine de palabras espurias. Jesús Movellán Haro se pregunta, ¿hubo un “pacto de olvido” o de “silencio”, siquiera tácito, durante los años posteriores a la muerte de Franco? ¿Es, realmente, la polarización sociopolítica actual y las taras y “grietas” de nuestro sistema parlamentario una consecuencia de todos aquellos aspectos que prefirieron soslayarse durante la transición hacia la democracia? Este, en definitiva, intento de perpetuar la confusión ha terminado por dejar a las palabras y a los actos sin la fantasmagoría de clamor que en algún momento pudo tener.

Convertir los procesos judiciales en un show trial con la función de impedir que la representación de los intereses sociales mayoritarios modifique las políticas públicas favorables a las élites es muestra, entre otras, de una decadencia casi irreversible del régimen político incapaz de mantener la calidad de una saludable convivencia democrática. El poder judicial toma el mando. Como afirma el catedrático emérito Luis Arroyo Zapatero, cuando el juez sustituye el tenor literal de un precepto penal por conceptos de su invención o aplica construcciones doctrinales a hechos a los que no corresponde, se pone por encima de la ley y se convierte en un político ilegítimo. Existen tendencias morbosas de iuspositivismo, corriente que se compadece con el concepto de que el derecho y la moral son cosas distintas, dado que el derecho existe con independencia de su correspondencia o no con una u otra concepción moral. Esto es, una norma jurídica puede existir independientemente de una fundamentación moral, aunque esta puede afectar su eficacia o legitimidad. Una ley puede ser justa o injusta; no obstante, una ley inmoral no deja por ello de ser ley. También existe una interpretación iuspositivista de la ley, en virtud de la cual, no se persigue resoluciones justas ni éticas sino adecuadas a la pulsión ideológica del juzgador aunque sean inmorales.

Ello ha supuesto el exilio y el repudio de la política como instrumento de convivencia y vertebradora de la centralidad de la ciudadanía en términos democráticos. La crisis del régimen de poder del 78, régimen construido para darle continuidad enjalbegada al franquismo sociológico, se produce cuando ya es imposible, mediante la apariencia y la propaganda devenida en uniformidad mediática, mantener el autoritarismo estructural del sistema bajo la traza de una democracia en exceso degradada. El régimen se atrinchera, para lo cual criminaliza la discrepancia y la alternativa política real, convirtiendo todo ello en materia de orden público y delito común.

El régimen se atrinchera, para lo cual criminaliza la discrepancia y la alternativa política real, convirtiendo todo ello en materia de orden público y delito común

Al igual que la paleontología nos indica que toda degradación de los grupos humanos primitivos pasa por una fase de canibalismo, la crisis del régimen de la Transición, no se ha privado de sumergirse en la iconofilia de dos tabús políticos sumamente autodestructivos orgánicamente: la antropofagia y el incesto. El sistema de la Transición se canibaliza a sí mismo mediante la corrupción, la volatilidad de derechos y libertades, el bloqueo institucional por parte de la derecha oligárquica, la parcialidad del poder arbitral del Estado junto a la actitud poco ética de miembros destacados de la Monarquía, como el rey emérito, nada menos que miembro fundante del régimen del 78. Sin embargo, todo ello no conduce ni en la dialéctica ni en la acción a promover los grandes cambios estructurales que reclama un Estado en perpetuo deterioro metafísico y funcional por ser un régimen cerrado en un continuo complejo de Edipo.

Fray Luis de Granada escribe, sin embargo,  en su “Retórica eclesiástica” que el mundo siempre fue como casi es ahora. El “casi” alienta la posibilidad del cambio. Unos mismos fueron los hombres; una misma naturaleza; unas mismas las inclinaciones. “Y así –añade el autor-, los  mismo vicios que había entonces en tales y tales géneros de personas, esos mismos hay ahora, aunque alternados algún tanto los nombres de ellos…” Vivir en España, decía Azorín, es hacer siempre lo mismo. Todo el rato la fantasmagoría de la que se quejaba Ortega.

Transición, jueces y canibalismo