lunes. 19.08.2024

Istorie

Unas palabras de Manuel Azaña: “España es un país enfermo de historia mal sabida, enfermo de historia no cribada por la crítica”, bastarían para tratar de entender mejor nuestro conocimiento del tiempo y sobre todo, para forjar un saber científico y responsable. Al respecto, este artículo quiere establecer, a modo meramente introductorio, una observación inmediata y una breve  reflexión epistemológica.

Unas palabras de Manuel Azaña: “España es un país enfermo de historia mal sabida, enfermo de historia no cribada por la crítica”, bastarían para tratar de entender mejor nuestro conocimiento del tiempo y sobre todo, para forjar un saber científico y responsable. Al respecto, este artículo quiere establecer, a modo meramente introductorio, una observación inmediata y una breve  reflexión epistemológica.

La observación inmediata, que personas  interesadas en el conocimiento  pueden hacer, acerca de la manera  en que se transmite hoy el pasado, es que, el deliberado acercamiento él, solo a través de la memoria, pone de manifiesto  una concepción instrumental de la historia. Lo que trasciende de todo ello, es que  la historia de este modo  es la herramienta para saldar un agravio del pasado, para resolver una cuenta pendiente o una querella del presente. No es un instrumento para el conocimiento en sí mismo, sino que sirve como medio para alzar una visión del pasado. Para conseguirlo, nada importa desprestigiar a las ciencias naturales, o a las aportaciones hechas en la epistemología de la historia. Por supuesto, la historia es la herramienta para conocer la memoria como lo pueda ser la propia memoria (que en sí misma es una de las maneras de acercarse al pasado igual que visitar un museo o plantarse delante del Monasterio de El Escorial), la diferencia está, en que el relato de la memoria  no es – ni puede ser - histórico porque trata de evitar cualquier metodología reglada o sistemática, y utiliza fuentes que no tienen valor científico. De ello hay que  deducir la verdadera definición de la Historia, que es la misma que le otorgó Heródoto: Istorie, que etimológicamente significa, investigar.

Hasta aquí la observación. Ahora expondré una  cuestión interesante, para suscitar una reflexión.  Algunos historiadores en Europa (los más importantes) mantienen la tesis de que  la libertad de expresión en Europa vive atenazada por leyes impulsadas desde los Estados que tratan de imponer una memoria oficial.

A este respecto, considero muy peligroso que un Estado o un juez tengan que decir cuál es la memoria que tiene que adoptar una sociedad. Sin embargo, me gusta mucho la idea de Habermas (porque creo que es intelectualmente muy interesante) de la conversación  permanente de las sociedades. La Historia no haría más que poner de manifiesto la existencia de esas concepciones, daría cuenta de todas, y la sociedad mantendría una socialización dialogada. En realidad, con lo anterior, no quiero negar la importancia de la reparación de todas las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo. Al contrario, pienso que es algo que el Estado debió asumir hace muchos años. Lo que sencillamente estoy diciendo, es que las memorias, no pueden substituir el conocimiento científico de la Historia. Ahora bien: ¿Es posible pensar que, separando claramente estos dos planos, la memoria pueda mantener epistemológicamente algún tipo relación con la Historia? En mi opinión la respuesta es positiva. Y afirmo además, que los historiadores lo hacen diariamente sin ser demasiado conscientes de ello. En este sentido, considero pionero en España el trabajo de Julio Aróstegui en su libro La historia vivida.

Para entender en qué puede basarse esa relación, hay que ser conscientes de los cambios del condicionamiento de la recepción del pasado y la aceleración del tiempo. Así, la aprehensión histórica del presente utilizando la memoria entendida como propiedad cognitiva aplicada a la historia, puede resultar decisiva para los historiadores. ¿En qué aspectos? en la relación entre ficción y realidad, así como la correlación que se da entre la percepción del pasado y el comportamiento presente, la captación de variables económicas, políticas, morales o sociales, la mutación de los conceptos, el cambio de los contextos y la inserción de información, la reflexión sobre categorías temporales como valor, sentido o finalidad de las acciones… Todo ello son aspectos que intervienen en el presente y que se configuran como información histórica aprehensible en un momento de la existencia vital, y que un historiador que no viva ese presente puede dejar de captar como información histórica y como interpretación. De manera que, entiendo la experiencia (memoria si se prefiere), como un instrumento de mediación entre las fuentes y el historiador en relación con un tiempo volátil, el presente histórico. No afirmo que deba solidificare o sustanciarse en un discurso, ni siquiera que intervenga en la construcción del relato, lo que afirmo es que la experiencia puede jugar un papel decisivo como instrumento para plantear hipótesis, conjeturas, esquemas cognitivos o analíticos, que, en último momento, corroborarán o desecharán las fuentes. En fin, todo ello está relacionado con la pérdida de peso para la existencia presente del pasado y la percepción del presente como un tiempo acelerado y por tanto difícilmente aprehensible, y también – consecuencia concomitante de lo anterior -  por la multiplicación casi infinita de fuentes que obligan a establecer criterios de selección específicos. En cualquier caso, con esta brevísima idea, imposible de plantear de manera exhaustiva aquí,  solo quiero suscitar una reflexión que, en buena medida, contribuya al debate sosegado sobre el conocimiento de la Historia.

Si damos un verdadero valor científico al estudio del tiempo, podremos escapar de una vez por todas de aquel pesimista panorama que Azaña  pensó era el conocimiento de la Historia. El paso imprescindible para escapar de ese abismo, es  escuchar a  Clío.

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