domingo. 25.08.2024

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Vaya por delante que los que escribimos sobre estos temas albergamos pocas esperanzas de que nuestras palabras darán qué pensar a los políticos responsables, porque no tienen por costumbre tomarnos en serio, y menos aún cuando se les hacen preguntas impertinentes sobre asuntos como este que no saben cómo resolver. Y es comprensible que no lo sepan, porque junto a la guerra contra Rusia y la amenaza nuclear, la inmigración masiva son dos problemas muy graves en este continente. Dos problemas que vienen acompañados del calentamiento de nuestra atmósfera, los desastres medioambientales, el aumento de la pobreza de los trabajadores y jubilados, la falta de perspectivas vitales, laborales y habitacionales de los jóvenes, y muchos otros a los que hacer frente, como el de la guerra en Europa.

Guerras entre cavernícolas 

Del frente de guerra euro-norteamericano contra Rusia, es preciso insistir en primer lugar en algo elemental que parece darse por sabido y se olvida fácilmente: que toda guerra es un crimen organizado a gran escala, un abominable lastre propio de una humanidad como la nuestra, que -salvo la parte infra-desarrollada del Planeta- ha superado la edad de piedra en tecnología, pero mantiene en todas partes los mismos principios convivenciales y de conciencia rupestre que sus ancestros. Dispuestos a matar, a enfrentarse, a rechazar al vecino y al diferente, a odiar fácilmente y para siempre y otras lindezas espirituales construimos a diario esto que llamamos "Mundo" o "Historia". Por eso no es de extrañar lo difícil que debe resultar a tanto cavernícola en el poder, como representante de las grandes fortunas -que son los programadores de los grandes infortunios- que no sepan qué hacer con la inmigración masiva.

Una humanidad que ha superado la edad de piedra en tecnología, pero mantiene los mismos principios convivenciales y de conciencia rupestre que sus ancestros

Que es imparable la llegada de huéspedes no invitados debe tenerles preocupados por lo difícil que resulta combinar o conciliar aspectos tan diversos y complejos como el envejecimiento de la población europea y española, con 44,4 años de media, con una tasa de natalidad muy por debajo del reemplazo generacional y bajando, con las necesidades de los que llegan, que andan por la mitad de edad y plantea la necesidad de ubicarlos en algún lugar donde la densidad poblacional sea menor, como es la España vaciada con la urgencia de proporcionarles trabajo, vivienda, educación y asistencia sanitaria y psicológica y facilitar su paso hacia el resto de Europa según se acuerde con los demás países.

¿Cómo hacer compatible estos graves asuntos que suponen importantes inversiones, mucho diálogo entre gobiernos y mucha sensibilidad con el programa bélico-estúpido que tiene amarrada a España? Se hace difícil una solución teniendo que invertir, como se hizo el año pasado, 23 mil millones de nuestros impuestos que pagaremos todos en una guerra contra un país como Rusia que no nos ha hecho nada y para defender a un país como Ucrania, fascista y corrupto hasta las cejas. Por eso, como mínimo y por decoro democrático, no habría que tomar partido. Pero lo hizo este gobierno sin pudor alguno y ahora tenemos un problema presupuestario y un desafío: tener que elegir entre invertir para la vida de los que nos vienen o invertir para la muerte de otros que ni nos molestan. Desde la conciencia dominante de la edad de piedra, se teme uno lo peor. Y más aún si cuenta con el refuerzo extra de racistas, xenófobos y otros altos exponentes de la maldad organizada contra el prójimo, si encima cuentan con apoyo legal y vista gorda judicial como ya ha sucedido varias veces. 

Llegan, y ¿ahora qué?

¿Qué sucede, entre tanto, con los que pretenden pisar nuestro continente? Que de momento quienes deciden rechazarles tienen más poder, y lo que según ellos conviene es devolverles a sus países deportados, a porrazos, a tiros, con policías que molesten y como sea. Para ellos, todo vale. Contra ellos, solo la conciencia ciudadana de los despiertos, el sentido común, la lógica del relevo poblacional, el interés egoísta por el desarrollo de la economía europea y española, y muchas otras cosas positivas.

Tenemos un desafío: tener que elegir entre invertir para la vida de los que nos vienen o invertir para la muerte de otros que ni nos molestan

Entre tanto, crecen los migrantes incansablemente y el rechazo incansable de los gobiernos de los países ricos a dejarles pasar y ponerles trabas si lo consiguen. Y esta actitud es la más cruel, y arranca sus máscaras a una Europa y a unos Estados Unidos que “vendían” al mundo su amor a las libertades, a la democracia y a los famosos derechos humanos hasta el punto de arrancarlos a cañonazos donde les parece. Así que no están dispuestos a convertirse en acogedores samaritanos por más que objetivamente debería interesarles. Y aunque se fingen cristianos o creyentes, su proceder les desenmascara ante la conciencia de la humanidad como ante el mismo Dios al que fingen reverenciar en los templos y al que pretenden ilusamente engañar como a los ciudadanos.

Si creen los gobiernos colonialistas y sus mamporreros que con argumentos falsos, con propaganda xenófoba o con violencia van a evitar que el sur venga al norte como efecto secundario de sus políticas invasoras y expoliadoras, se equivocan. Por cada ahogado en el Mediterráneo europeo, por cada euro o cada dólar invertido en vallas de cuchillas, en alambradas y muros o en gastos militares para blindar fronteras con soldados, hay miles de hambrientos más a los que no les importa morir de todos modos, ya que de todas formas mueren como perros en sus lugares de origen. Tal vez por eso, la vida les importa tanto que no paran en minucias como el hambre, la inseguridad, los asaltos, la represión policial, el miedo y otros compañeros de viaje con tal de poder vivir con dignidad tras los muros de los ricos.

Hay miles de hambrientos más a los que no les importa morir de todos modos, ya que de todas formas mueren como perros en sus lugares de origen

Estas marchas desesperadas no solo ponen a prueba la ética y la justicia de los gobiernos de los países por donde discurren y a los países elegidos como destino final porque todos ellos poseen grandes despensas repletas de bienes que por obra y gracia del imperialismo capitalista les pertenecen a las víctimas del expolio colonial. Tienen derecho a reclamar.

¿Y qué decir de los gobiernos de los que proceden los migrantes?

Es preciso añadir la indignidad, la ignominia, la crueldad sin paliativos de los gobiernos de los países de origen de los migrantes, ubicados en África o Latinoamérica. De tener un mínimo de sensibilidad sus políticos y élites dominantes -no ya de sentido de la justicia, no ya del sentido del deber para con los suyos a cuyas expensas viven siempre como dioses fatuos o rameras de los ricos occidentales- sino que si fuesen capaces de sentir una mínima empatía hacia ellos, hace tiempo que habrían puesto algún remedio para evitar tal desastre humanitario o habrían dimitido de sus cargos, avergonzados ante el mundo entero de su incapacidad, de su inmoralidad egoísta y de su maldad. Pero para eso hace falta ser empáticos, poseer un mínimo de conciencia activa, es precisa cierta salud mental, no ser un psicópata como los responsables políticos de esos gobiernos. ¿Qué niveles de crueldad tendremos que ver en uno y otro lado del muro que separa en Europa y los EEUU a las víctimas de sus verdugos? ¿Qué niveles de indiferencia del resto de los humanos ante estas tragedias habremos de ver todavía? Desde que asistimos impotentes y doloridos al gigantesco crimen colectivo de Gaza, colectivamente incapaces como humanidad civilizada de detener la mano cómplice de nuestros gobiernos con los criminales sionistas, ¿podemos ser optimistas? ¿Debemos serlo?

Inmigración: serio asunto en un contexto negativo