sábado. 24.08.2024
Oswald Spengler
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Durante muchos años la palabra empatía no tenía uso entre nosotros. Hablábamos de personas simpáticas y antipáticas, de neutrales o pedantes, pero no de empáticos. Sin embargo, aunque no utilizásemos coloquialmente el término, si se hacía en la práctica diaria, en la vida cotidiana, sobre todo en las clases menos pudientes, donde no era nada raro pedirle sal o patatas al vecino, echar un ojo a sus hijos o viejos o ayudarle a entrar un mueble por la ventana. La pobreza del franquismo creo en muchos pueblos y barrios redes de autoayuda que sirvieron para que muchas familias pudieran subsistir y llevar una vida mínimamente decente. No era el paraíso, faltaba de todo, había mucho malaje, pero en general no se escatimaba a nadie lo que necesitara en un momento dado en la seguridad de que sería devuelto con creces. 

Hoy he sabido que el 45% de la riqueza española está en manos de un 5% de españoles muy españoles que utilizan todo tipo de artilugios contables para pagar el mínimo al Erario. Siempre se ha dicho que el dinero, como las victorias en el deporte, vicia igual que el juego, que a los codiciosos no les basta con acumular cinco o diez millones de euros, que en su interior se mueve un gusanillo que les impele a acumular dinero y propiedades aunque no sepan para qué. Sí, seguramente para demostrar su triunfo, para acrecentar su poder o para perpetuar la posición social de la estirpe. Es algo que ya hacían los primeros primates al ocupar un territorio, situándose en la colina más alta, fructífera y arbolada, una colina que se convertía en el símbolo de su autoridad y a la que sólo se podía acceder previo consentimiento del macho alfa. 

La pobreza del franquismo creo en muchos pueblos y barrios redes de autoayuda que sirvieron para que muchas familias pudieran subsistir y llevar una vida mínimamente decente

Estamos en tiempos de machos alfa, es indiferente que sea macho o hembra, las redes sociales han propiciado el surgimiento de una camada de nuevos ricos que disponen de los instrumentos técnicos necesarios, que utilizan de modo monopolístico, para engañar tanto a los individuos como a los Estados y obtener ingresos que hasta ahora no había acumulado ninguna empresa, ninguna multinacional. A parte de infundios y bulos, el mensaje que insertan en nuestras neuronas las mencionadas redes es el del triunfador, del que todo lo consigue sin pararse a pensar como lo consigue, con ausencia absoluta de escrúpulos y, sobre todo, sin el menor remordimiento al pensar que la riqueza es finita y que su acumulación en pocas manos produce necesidad, enfermedad, sufrimiento y muerte a millones y millones de personas. Sería Donald Trump uno de los máximos exponentes de este hombre llamado nuevo pero que es el más viejo de la tierra, el depredador, el abusón, el acaparador, el recovero, el explotador contumaz. Elon Musk, al que la nación más poderosa del planeta ha entregado la carrera espacial y los satélites es, empero, el nuevo líder de ese movimiento ultraderechista con raíces espenglerianas que pretende aplicar a los seres humanos las mismas nomas que al resto de los animales: Sólo subsisten aquellos que saben adaptarse al medio, los más poderosos y fuertes se merecen todo lo que consigan y no tienen por qué tener ningún tipo de preocupación por sus triunfos, quienes no han logrado llegar a la meta del éxito es porque no han querido o no han sabido, por tanto, si viven en la necesidad, tienen sólo lo que merecen. 

Sólo subsisten aquellos que saben adaptarse al medio, los más poderosos y fuertes se merecen todo lo que consigan y no tienen por qué tener ningún tipo de preocupación por sus triunfos

El mensaje esparcido por Spengler a principios del siglo XX, difundido y aceptado por amplias capas de la alta sociedad norteamericana, fue cayendo hacia abajo y con el paso del tiempo se ha convertido en una seña de identidad inmarcesible de aquella sociedad. A las necesidades de un mundo cada vez más castigado por la creciente desigualdad, por los problemas climáticos, por la exclusión social, ellos responden que no les afecta, que hubiesen hecho lo mismo que ellos y que el Estado tampoco ha de ocuparse de aquellos que no han tenido la suerte adecuada. Es decir, la propuesta que se está imponiendo desde la ultraderecha mundial es una especie de nuevo darwinismo social: Hagamos desaparecer poco a poco a todos aquellos que no han sabido adaptarse al medio como hemos hecho nosotros, eliminemos todo tipo de prestaciones y ayudas y construyamos cárceles cada vez más grandes y vigiladas para que sepan que ese será su domicilio en caso de no aceptar las reglas del juego. 

La propuesta que se está imponiendo desde la ultraderecha mundial es una especie de nuevo darwinismo social

Sé que lo he dicho muchas veces, pero lo repetiré mientras pueda: Las redes sociales son el nuevo lumpen-proletariado, son las que vocean y difunden los mensajes ideológicos de los más ricos y  poderosos, las que propagan la insolidaridad, las que ríen las gracias del patoso que no ha hecho nada en su vida pero se pasa horas y horas en los platós con cargo a los presupuestos. Las redes sociales están sustituyendo a la democracia por una especie de patio de gallinero loco en el que se puede hundir el prestigio de una persona o de una idea en cuestión de segundos sin que nadie haya de responder de nada ante nadie. No soy ni lo seré jamás partidario de la censura, pero quien insulta, difama y calumnia debe responder de sus palabras ante la justicia, de igual modo debería pasar con quienes llenan páginas y páginas de flagrantes faltas de ortografía sin el menor sonrojo, que deberían de nuevo comenzar a estudiar Primaria. 

Las redes sociales son el nuevo lumpen-proletariado, son las que vocean y difunden los mensajes ideológicos de los más ricos y  poderosos, las que propagan la insolidaridad

Todos hemos visto hasta la saciedad el horrible crimen cometido en Toledo, donde un muchacho con problemas asesinó de once puñaladas a un crío de esa edad. No hay palabras para calificarlo, pero los redistas tenían sus armas preparadas para aprovechar el terrible crimen. Bastó con que saliera el portavoz de la familia para pedir que no culpabilizase del crimen a los inmigrantes, para que le llovieran miles de insultos, descalificaciones y bulos que terminaron por dañar gravemente al familiar. No, ni mucho menos, las redes no amparan la libertad de expresión, son empresas de niñatos multimillonarios, con muchas conexiones con las agencias de poder norteamericanas, cuyo máximo objetivo en crear una sociedad polarizada en la que la demanda de orden y castigo sean las más acuciantes.

El caso del niño Mateo es uno más entre millones. Si las redes sociales, perfectamente organizadas para tales fines, deciden tomarla con un individuo, un grupo o una raza, el daño que pueden causar es infinito. Pero no sólo eso, es que además ya condicionan el pensamiento de un porcentaje muy alto de ciudadanos menores de cincuenta años, negando sistemáticamente el inmenso valor de una de las cualidades más admirables del Ser Humano: La Empatía, la capacidad que tenemos de ponernos en el lugar del otro, del que sufre, del que padece, del que teme al día tanto como a la noche, del que no sabe qué pinta en este mundo donde ni siquiera tiene acceso a la cáscara del plátano.

La antiempatía, forma de ser primitiva