domingo. 18.08.2024

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En el libro titulado Fanatismo (2020) y publicado por Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición en la República de Colombia he podido conocer un término muy interesante; “diálogos entre improbables”, según la expresión del profesor John Paul Lederach. Para este investigador estadounidense, experto en resolución de conflictos y exdirector del Instituto Kroc, el diálogo entre opuestos es fundamental en escenarios donde se busca una transición para pasar de la violencia armada a una política sin violencia. Nos dice que los seres humanos tendemos a conversar y debatir con quienes piensan y sienten en forma parecida. Estas conversaciones entre semejantes son agradables, pero suelen ser improductivas, pues refuerzan nuestros prejuicios y el rechazo a quienes son distintos. Por esa dinámica, Lederach concluye que el cambio democrático sustantivo y duradero “no surge de espacios de personas que piensan igual”, sino cuando logramos “espacios de personas no muy probables”, esto es, de personas “que vienen de formas de entender, percibir, ver el mundo muy distintas”. Imaginen, por ejemplo, un diálogo genuino entre un místico y un ateo, un guerrillero y un paramilitar, un comunista y un neoliberal. Según Lederach, cuando personas tan diferentes logran una conversación honesta “podemos decir que ya se da un milagro”. No me resisto a imaginar un diálogo entre Puigdemónt, Gabriel Rufián, Santiago Abascal, Cayetana Álvarez de Toledo y Arnaldo Otegi. Sería un auténtico milagro.  Estos diálogos entre improbables son difíciles, pues pueden llevarnos a dudar de nuestras convicciones más profundas. Pero son enriquecedores personalmente, pues nos permiten descubrir otras visiones. Tienen además un valor social profundo: enseñan el respeto, o al menos la tolerancia, entre personas y grupos con visiones del mundo distintas, que es una condición necesaria para la existencia de una democracia pluralista y el combate a los fanatismos. 

Estos diálogos entre improbables son difíciles, pues pueden llevarnos a dudar de nuestras convicciones más profundas. Pero son enriquecedores personalmente

Este texto, aunque está redactado en el contexto de un proceso de paz tras una larga y cruel guerra en Colombia, me parece extrapolable a la situación política en la España actual, tan enrevesada y tan crispada. La democracia es, sin duda, el régimen político que tiene mayor vocación por el diálogo. Como valor ético de la política y como método para lograr consensos, el diálogo es consustancial a la democracia; permite la comunicación, el conocimiento, la comprensión, la empatía y los acuerdos entre actores políticos. Es también una forma de articulación dinámica entre la mayoría y las minorías, ya que en el proceso de toma de decisiones todos los actores políticos tienen el derecho de expresar sus puntos de vista para ser tomados en cuenta. De ese modo, el diálogo normaliza las relaciones entre los actores políticos, y entre éstos y la ciudadanía. Muchos sociólogos, politólogos. filósofos y científicos sociales han defendido esta concepción del diálogo ente los que piensan diferente, como la auténtica esencia de la democracia. Entre ellos, Norberto Bobbio ha sido gran promotor del diálogo como coexistencia pacífica en la democracia, quien, al referirse a las relaciones entre política y cultura, formula una “afinidad electiva” con el principio del diálogo, haciendo del coloquio, de la conversación y del intercambio racional su núcleo principal. La referencia al diálogo ha ocupado un lugar privilegiado en sus escritos, en los que considera al coloquio como un ejercicio capaz de estimular las convicciones democráticas que se manifiestan en una determinada sociedad. Al analizar las características básicas del diálogo democrático evidencia de modo claro su naturaleza política, así como las modalidades que adquiere cuando lo practican los distintos actores políticos. En este sentido, otorga al diálogo una «naturaleza ético-política» particularmente importante en el mantenimiento de la coexistencia pacífica. Esta valoración atañe al conjunto de procedimientos que en una democracia garantizan la posibilidad de soluciones diferentes a un mismo problema, reconociendo como válida la existencia de interpretaciones diversas acerca de una misma realidad. Abogar por el ejercicio del coloquio ha sido una de sus constantes preocupaciones en la medida en que en una democracia el diálogo representa una modalidad privilegiada del «hacer política» que intensifica los contactos y la interacción. Lo loable de la posición asumida por Bobbio consiste en que ha mantenido la defensa del diálogo incluso bajo circunstancias y contextos que no siempre fueron propicios para el desarrollo democrático, como el periodo de la Guerra Fría. Dialogo es debate, argumentación, es en la raíz el reconocimiento de la existencia de unos y otros. Lo resume así: “La fe en la razón quiere decir confianza en la discusión, en los buenos argumentos, en la inteligencia que dirime las cuestiones oscuras, en contra de la pasión que las hace incluso más turbias y en contra de la violencia que elimina desde el inicio la posibilidad de dialogo”. 

La referencia al diálogo ha ocupado un lugar privilegiado en Norberto Bobbio; considera al coloquio como un ejercicio capaz de estimular las convicciones democráticas que se manifiestan en una determinada sociedad

Un filósofo español que también defiende con vehemencia el diálogo como procedimiento democrático, es Daniel Innenarity. En junio de 2018 en una ponencia titulada. “El compromiso político del pensamiento en las sociedades plurales. Una reflexión sobre el conflicto catalán” pronunciada en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona defendió una democracia de negociación. “Hay problemas que se solucionan votando y otros que exigen algo más, o distinto, de lo que se consigue cuando una votación configura una mayoría”. Argumentó a favor de un método de cooperación-acuerdo-negociación y criticó el limitarse a identificar la democracia exclusivamente con soluciones nítidas y binarias (sí o no). El filósofo terminó su intervención con una defensa de la cultura política del entendimiento: “El diálogo, en cualquier caso, es más exigente que la neurosis, que la confrontación, porque obliga a elaborar conceptos más sofisticados y argumentos allí donde antes bastaba con una declaración de principios”. “En una sociedad democrática insistió la supervivencia propia no se asegura sometiendo al adversario”. Que tomen nota algunas fuerzas políticas españolas, cuya única obsesión política es el sometimiento y rendición incondicional del adversario, al que considera un enemigo a eliminar.

Ese principio básico del diálogo como esencia de la democracia lo asumió y lo expresó muy bien Pedro Sánchez en su acto de proclamación como candidato socialista a la Presidencia del Gobierno en junio de 2015. Palabras que conviene recordarlas. Parafraseando a Fernando de los Ríos, el líder socialista abogó por "abrir un tiempo de tolerancia y respeto que permita el diálogo fructífero" ya que "la única revolución que hace falta en España es la revolución del respeto”. Los problemas a los que nos enfrentamos como sociedad —estamos en junio de 2015— no pueden reducirse a una cuestión moral, aunque sin ética no hay convivencia. Pero nuestros problemas son políticos y tienen que abordarse políticamente. Y si la política es diálogo, la política democrática es un diálogo reforzado. Diálogo es lo que ha faltado durante estos años en uno de los temas que más deberían ocuparnos, como es el de las relaciones entre el Gobierno central y el de Cataluña. No es aceptable que dos gobiernos democráticos hayan vivido durante casi cuatro años de espaldas uno de otro, calculando los réditos del conflicto, sin comprender la ruina colectiva a la que nos llevan sus cálculos”. Dijo bien Pedro Sánchez, tanto al PP como a Convergencia les interesaba el conflicto, para ocultar sus problemas con la corrupción.

El fanático está convencido de una supuesta misión mesiánica, por lo que su mayor interés es salvar a su pueblo descarriado. Mesías ha habido muchos en nuestra historia. Ahí está en gran parte el origen de nuestro pasado trágico

Y en estos momentos como presidente del Gobierno del Reino de España, Pedro Sánchez plenamente coherente con su discurso anterior, continúa defendiendo el diálogo para tratar de encauzar de una manera razonable la cuestión catalana. Lo acabamos de constatar con la formación del gobierno de la Generalitat, presidido por el socialista, Salvador Illa, tras alcanzar un acuerdo de investidura con ERC y los Comunes. Gobierno tras un largo proceso de diálogo entre improbables, según la terminología del profesor estadounidense, John Paul Lederach.

A los demócratas nos debería generar un profundo pesar que desde determinadas opciones políticas y mediáticas se renuncie a uno de los instrumentos básicos de la democracia. No solo se hace una explícita renuncia, sino que se estigmatiza el diálogo, la negociación y el acercamiento de posturas. No me cabe en la cabeza que un acuerdo, tras un laborioso proceso de diálogo y negociación, sea calificado con los epítetos más truculentos, como humillación, traición a todos los españoles, además ya del repetido y cansino “Se rompe España”. Tampoco nos debemos escandalizar, ya estamos acostumbrados a estas hipérboles. Como tampoco que determinadas opciones políticas consideran el anticatalanismo como una fuente inmensa e inagotable de votos en el resto de España. Me parecen muy pertinentes las palabras que Manuel Chaves Nogales escribió en los años 30, parece que no ha cambiado nada: el separatismo era y (sigue siendo) la gran sustancia que se utilizaba en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo y en Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras. Quienes así reaccionan tengo la impresión que adolecen de un profundo desconocimiento de los valores democráticos. En definitiva, persiste en esta España nuestra una pandemia de fanatismo, que lo define de la siguiente manera el libro Fanatismo, citado al principio.” El fanatismo es hijo del dogmatismo y nieto de la certeza ideológica, es la ceguera del pensamiento. La mente se obnubila y las ideas se oscurecen. O no se ven. El fanatismo significa radicalización política, intransigencia, intolerancia a las opiniones ajenas y falta de humor. “No me deje entre personas llenas de certezas”, escribió el profesor italiano de literatura portuguesa, Antonio Tabucchi. «Esa gente es terrible». El fanático está convencido de una supuesta misión mesiánica, por lo que su mayor interés es salvar a su pueblo descarriado. Mesías ha habido muchos en nuestra historia. Ahí está en gran parte el origen de nuestro pasado trágico. 

El humor eviscera los dogmas y los relativiza, pues invita a reírnos de nosotros mismos y abandonar nuestras pretensiones absolutistas, y la curiosidad nos lleva a explorar nuevos mundos e ideas

Para combatir el fanatismo son necesarios el humor y la curiosidad. El escritor israelí Amos Oz, quien escribió mucho y bien sobre el fanatismo, solía decir que nunca había conocido un fanático curioso o con sentido del humor. El humor eviscera los dogmas y los relativiza, pues invita a reírnos de nosotros mismos y abandonar nuestras pretensiones absolutistas, y la curiosidad nos lleva a explorar nuevos mundos e ideas, lo cual pone en riesgo las certezas dogmáticas propias del fanático. El humor y la curiosidad deberían ser virtudes cívicas, como antídotos contra el fanatismo. 

Termino con las palabras Rodolfo Arango, magistrado del Tribunal Especial para la Paz de Colombia, plenas de actualidad, y especialmente dirigidas a todas esas mentes recalcitrantes y cerradas a cualquier solución dialogada, en definitiva, razonable. Es decir, a los fanáticos. Ahí van, para que mediten:

El telos del lenguaje nos conduce fuera del laberinto… Largos años de diálogo en La Habana entre enemigos, hoy meros adversarios; intensas negociaciones entre partidarios del Sí y del No para reformular y precisar el acuerdo final de paz; estos son sólo dos ejemplos que muestran el avance de la democracia dialógica en Colombia. El diálogo transforma, desarma, humaniza. Podemos mirar con moderado optimismo el futuro. No todo está perdido en un mundo ajeno a la virtud y carente de una concepción unitaria del bien. Mientras persistamos en el diálogo, demos oportunidades a todos, y tengamos lealtad con las decisiones emanadas de la acción comunicativa, podremos desterrar la violencia y construir una comunidad más justa, digna y solidaria”.

Diálogos entre improbables