viernes. 11.10.2024

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En la película de Pixar, Buscando a Nemo, o en Memento de Nolan, la memoria efímera juega un papel central, obliga a los protagonistas a idear soportes para una retentiva externa. Nuestros dirigentes actuales no tienen ni el ingenio de Dory, ni la voluntad de recordar de Leonard; como ambos, se pierden y olvidan, en algún momento, que persiguen algo, pero no anotan. La amnesia europea es selectiva, especialmente con el colonialismo, frente a él, la mayoría reinicia el cerebro con una educación nacionalista, y edulcora el dominio colonial con la negación del expolio y el genocidio. En la ausencia de recuerdos, ayuda el sentimiento de superioridad de un gran desarrollo económico. El suprematismo nace en la escuela, aprendemos la pobreza es hija de la genética.

Desconfiamos de todo lo no pautado por la cultura occidental. Los japoneses de los tebeos de posguerra eran los amarillos, igual que las películas de la época. Luego, una vez occidentalizados bajo la ocupación de EE. UU. son parte de nuestro mundo. Lo mismo ocurre con los árabes; los ricos oligarcas del golfo son los clientes deseados de la Costa del Sol. Las barbaries de la descolonización pueblan el olvido, el asesinato de los líderes contrarios a la explotación colonial por otros medios, las dictaduras financiadas por la CIA y otros servicios occidentales; los ejércitos privados de las compañías mineras y petroleras, los pistoleros de la selva amazónica, la semi esclavitud en América central y, especialmente, la guerra fría, librada en caliente en los países de la descolonización. Guerra actual en gran parte de África y Medio Oriente. EE. UU. es el promotor del complejo militar industrial principal, fabrica de la mitad de las armas del mundo. Las armas son el motor de la riqueza tecnológica en América y en sus principales bases militarizadas, Taiwán y, especialmente, Israel; incentiva el negocio de la guerra

La amnesia europea es selectiva, especialmente con el colonialismo, frente a él, la mayoría reinicia el cerebro con una educación nacionalista, y edulcora el dominio colonial con la negación del expolio y el genocidio

Solo desde la perspectiva del militarismo, “fase superior del imperialismo”, se puede comprender la impunidad de las matanzas en Oriente Medio. Podemos citar la invasión de Irak y Afganistán cómo el inicio de esa fase final, dentro de ella, la destrucción de países y culturas suponen el mensaje principal de la autoridad. Comprender la importancia de Israel, sus universidades y su peculiar posición cultural en la zona son claves para el militarismo y su lógica de dominación; Israel provee de tecnología al complejo y, además, está inmerso en un contexto de campo experimental para las armas destructoras en entornos de baja capacidad armamentística. Con la excepción de las fieles monarquías petrolíferas, dictaduras teológicas y crueles armadas por occidente, las milicias y los países de la zona están pertrechados con armamento tan cuantioso cómo inútil, con ellas se enfrentan a la tecnología desarrollada en Israel para los ejércitos norte americanos y de su propio país. EE. UU. dispone de las factorías necesarias para producir el 80% del armamento de última generación y casi la mitad del resto, Israel, Suecia y Alemania completan el cupo; el 5% de la población mundial dispone de tantas armas cómo el resto y, además, son las más modernas. Pensar que los criterios humanitarios van a motivar a sus gobiernos es ilusorio. Solamente la política, la reclamación de paz de la inmensa mayoría de la población mundial puede movilizar parte sustancial de la población europea y norteamericana, gente informada y no dispuesta a destruir el planeta con el propósito único de la hegemonía imperial; son nacionalistas, pero también demócratas.

La primera consideración, la democracia ni se expande ni se defiende destruyendo civilizaciones. Segunda, la experiencia de Oriente medio con la democracia liberal es desastrosa, cuando la han ejercido y elegido a los que ellos querían elegir, EE. UU. y Europa los han acusado de elegir mal; en cualquier país descolonizado, han derrocado los gobiernos salidos de las urnas, con medios vicarios, o directamente, recurren a la invasión militar. Egipto e Irán, los dos países principales de la zona, así lo han experimentado, el primero entre 2011 y 2014, el segundo en 1954 y en 1979-1988. Los palestinos han sufrido todas las maniobras e iniquidades del colonialismo en su corta historia; Europa exportó allí sus problemas nacionales de antisemitismo, y designó hombre ejemplar al ejecutor de tamaña maldad, Winston Churchill. Los judíos fueron expulsados de Europa en 1945, ningún país del continente quiso aceptar la responsabilidad compartida con los nazis en el Holocausto. En lugar de pedir perdón y acogerlos en sus casas, ciudades y países, se armó a los refugiados judíos de Europa, y los remitió a la conquista de la tierra prometida, cuna de las dos religiones incompatibles en nuestro continente; donde era hegemónica, entonces, la tercera religión del libro, el islam. Inevitablemente, la recién nacida nación palestina, engañados por los británicos en 1941 para oponerlos al imperio otomano, iniciaron la resistencia contra el nuevo invasor. Hasta entonces, existía una convivencia conflictiva entre colonos sionistas y agricultores árabes, mucho más civilizada que la tenida en Europa entre los cristianos y los judíos. Había un choque de sistemas de vida, un grupo abierto al comercio y a la economía moderna frente a una población pegada al terreno y, fundamentalmente, rural, que allí vivía desde siempre. Aunque menos atrasada de lo que nos quieren hacer creer los propagandistas del sionismo, lo que facilitaba la convivencia. Con la decisión de dividir el territorio en dos países religiosamente uniformes, el conflicto estaba servido: las familias y sus clanes serían obligados a desplazarse, y el agua, tradicional fuente de legislación distributiva en Oriente Medio, se convertiría en causa de contienda permanente.

Europa solo tiene un camino de futuro, la confederación democrática de estados europeos con una política geoestratégica propia

El enfrentamiento hizo avanzar y aprender el mundo moderno a los palestinos. Después de la derrota de 1967, la resistencia palestina devino laica y política; en los años ochenta, reconoció el derecho judío nacido del arraigo y la residencia y, por un corto periodo, pareció posible lo más difícil, dos estados en convivencia pacífica. Por el lado israelita, los más radicales, irreductibles al mensaje bíblico de la tierra prometida, concordaron con la estrategia imperial de protección del negocio petrolífero, frente a los intereses árabes y persas, y de control del comercio mundial en la ruta central de Suez. Cuando en los años noventa llegaron los acuerdos de Oslo, tuvieron un contenido casi único; todas las cuestiones vitales para los palestinos, su ciudadanía, las fronteras y su estado, tenían que subordinarse a la hegemonía israelita y a su estrategia militar. Poco después, Yasir Arafat fue asesinado con veneno por Israel; con él, desaparecía el único líder palestino capaz de imponer las vías políticas, la derecha sionista empezó a favorecer a los extremistas religiosos de Hamás, negando capacidad negociadora y de gobierno al grupo político de la OLP; buscaba un estado de guerra permanente con los palestinos, vetaba cualquier avance de la comprensión y la convivencia mutua, para justificar la exhibición continuada de superioridad militar, sostenida por las armas de EE. UU. 

Ahora, estamos viviendo el desenlace, el final de la larga secuencia de agresiones iniciada con el final de la guerra fría. Ni Bush padre, ni Clinton, ni el hijo del padre ofrecieron otra cosa a Palestina distinta del apartheid. Primero, vino la propuesta de los bantustanes en Cisjordania y Gaza, para liberar terreno a los colones israelitas, a pesar de las protestas de la ONU contra la ocupación ilegal de territorios. Al mismo tiempo, los países árabes poco obedientes eran destruidos en varias guerras, en Irak, Libia, el Líbano y Siria fueron invadidos, y divididos entre los señores tribales de la guerra. Los grupos de la resistencia palestina fueron etiquetados de terroristas, mientras el gobierno palestino, residuo de la OLP histórica, era reducido a un grupo de mendigos; depende del gobierno israelí, dueño de la caja con los fondos de ayuda internacional, indispensables para la supervivencia de los seis millones de refugiados palestinos. Nadie quiere recordar a estos últimos, producto de las guerras contra ellos emprendidas por el estado judío; la política de agresiones es acompañada, siempre, por un coro de voces occidentales, llaman antisemita a toda persona que, viendo lo que ocurre, actúa en solidaridad con las víctimas; normalmente, los mismos que fueron solidarios con los judíos, cuando las agresiones y el genocidio nazi se estaba llevando a cabo. El vocablo antisemitismo es vaciado de contenido por los sionistas y por sus aliados occidentales.

En un mundo donde la guerra se acerca por el flanco oriental europeo, no es posible lograr acuerdos de paz con esa mentalidad supremacista

El presidente Obama, posiblemente mal informado, acudió a palestina y prometió una paz justa. Puro márketing, una vez terminado el viaje se olvidó de sus promesas, y continuó la misma política de sus predecesores. Con el señuelo de inversiones tecnológicas en sus territorios, Marruecos, algunos emiratos y Jordania iniciaron una política de acercamiento a Israel, y ningunearon a los palestinos. Marruecos, además, buscaba legalizar la ocupación del Sáhara occidental. Donald Trump fue más lejos, reconoció la soberanía israelita sobre todo Jerusalén, a pesar de las resoluciones del Consejo de la ONU, sentenció por anticuada la idea de los dos estados y certificó los acuerdos de Abraham, inversiones de tecnología israelita y convenios turísticos a cambio de las plenas relaciones diplomáticas. Estos acuerdos fueron los detonantes de la acción suicida de Hamás el 7 de octubre de 2023. Atentado correctamente condenado en su día, utilizado por Israel para hacer explícita su estrategia oculta para Palestina, expulsar a sus pobladores y reconstruir el Israel bíblico. El victimismo sionista, y el olvido del genocidio anti palestino han presidido el coro complaciente de los gobernantes europeos en el primer aniversario del siete del diez de 2024; en su mayoría, se han callado ante las evidencias del apartheid, los crímenes de guerra y las violaciones continuadas de los derechos humanos por Israel en Palestina. No interesan los pobres. 

En un mundo donde la guerra se acerca por el flanco oriental europeo, no es posible lograr acuerdos de paz con esa mentalidad supremacista. El mensaje de Europa en oriente Medio es una franquicia, para resolver con violencia los problemas de convivencia entre comunidades. Incapaces de llegar a un criterio común, estamos comprometidos en la defensa del imperio americano, a cambio de ponernos bajo la protección de su paraguas, sin tomar en consideración el diseño de la cúpula, pensada para salvaguardar al paragüero. Nunca los EE. UU. han tenido en cuenta los intereses y deseos de los europeos para trazar sus estrategias; si Europa, o algunos de sus países, han creado lazos comerciales con potencias ajenas a las alianzas atlánticas, Washington los ha boicoteado y obligado a dar marcha atrás. El amigo americano nos indica quién es terrorista, y quien es un luchador por su libertad. Nos dice contra quién disparar, impone la compra de su gas licuado, impide el comercio con los países más eficientes en las energías renovables y utiliza las excusas más peregrinas para defender a sus corporaciones tecnológicas e industriales, cuando protegemos los derechos del consumidor europeo. Se niega a considerar nuestra política medioambiental, se burla de nuestra legislación para proteger los datos personales, corporativos y nacionales, nos espía y, por último, nos ofrece un genocidio televisado y nos empuja a solidarizarnos con el genocida; obedientes, Europa le suministra armas, y lo deja hacer. Los europeos no podemos ignorar más al 80 por cien de la población global, representada por el voto condenatorio en la Asamblea de la ONU; debemos encontrar el camino de nuestra mayoría de edad, y emanciparnos del imperio, antes de que la decadencia de EE. UU. nos arrastre al holocausto nuclear, o la irrelevancia, patente en la impotencia para evitar la guerra en nuestra frontera del este. Los acuerdos de Minsk fueron nuestra contribución a la paz; cuando EE. UU. animó al gobierno de Kiev a incumplirlos, fuimos incapaces de hacer valer nuestros intereses; luego, la OTAN invitó a Kiev a ingresar en ella, convirtió la Alianza en una amenaza contra Rusia. Esta última, cómo esperaba EE. UU., respondió a la provocación e incurrió en el error de invadir Ucrania. Ahora, estamos pagando la factura, y cantamos himnos patrióticos. 

Europa solo tiene un camino de futuro, la confederación democrática de estados europeos con una política geoestratégica propia, de buena vecindad con los grandes estados de nuestras fronteras, y cooperación con todos los países; con acuerdos de paz respetuosos de las voluntades nacionales, sin alianzas contra terceros. Coaliciones para combatir el cambio climático, acabar con la pobreza, desarrollar un comercio global justo, desarmar las relaciones internacionales, y contra nadie. ¿Cómo llegar a esas metas? Esa es la pregunta para todos los demócratas de nuestro continente, pues solo con un gran consenso, un nuevo pacto social, podremos formular el bien común de los europeos y, desde él, construir el futuro con todos los que lo desean tanto como nosotros.

La memoria de pez europea, el crimen y la confusión