domingo. 30.06.2024

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Cada pocos años, la pregunta: ¿Por qué gana las elecciones Isabel Díaz Ayuso? Y la respuesta, Madrid y sus peculiares circunstancias de capitalidad y sede corporativa. Allí se han configurado unas determinadas relaciones de clase y de cada clase con sus necesidades y cultura que lo explican; sin tener que recurrir a la brujería. Aunque hay que reconocer, al equipo de la Sra. Díaz Ayuso, que domina las claves culturales de los grupos sociales de la capital de España a los que se dirige. El discurso de la presidenta de Madrid arrastra a dos tipos de votantes, socialmente muy desiguales y al mismo tiempo muy relacionados, y éstos arrastran al resto. 

Por un lado, las nuevas clases medias surgidas de la expansión de la estructura del manágement, cuyos deseos respecto a la política son: disponer del dinero que ganan, para lo cual quieren pagar pocos impuestos, disfrutar de una amplia oferta de servicios para el escaso tiempo libre de ocio, y distanciarse del vulgo y de las viejas clases medias, cuyo estado benefactor no quieren sufragar. La otra gran masa de votantes son los trabajadores precarios de las industrias del ocio y la restauración, que siempre están temblando ante los riesgos del parón en la actividad lúdica, frente a la cual ni tienen cobertura, ni la creen posible, cómo les ha enseñado su experiencia vital. Si a los grupos anteriores sumamos la capitalidad de Madrid, con su nutrida base de militares y funcionarios públicos, con sus áreas de influencia cultural conservadora, familias, servidores del ocio tradicional, pequeño comercio, vividores del Madrid eterno, etc. Tenemos un núcleo fuerte, coherente y duradero de voto fiel a la inmoderada líder del PP madrileño, del cual habría que excluir los trabajadores de los servicios básicos, enseñanza, sanidad y la parte sindicalizada de la masa de servidores de la distribución. La cultura del “carpe diem” y la oferta de ocio que genera atraen a la ciudad una masa de gente acomodada, incluso de nuevos residentes con dinero que encarecen aún más la vivienda.

Hay que reconocer, al equipo de la Sra. Díaz Ayuso, que domina las claves culturales de los grupos sociales de la capital de España a los que se dirige

Como grupo cultural dominante, los empleados bien pagados y los mánagers de las corporaciones marcan tendencia y moda, frente a la cultura democrática de la clase trabajadora del Madrid industrial, machacada en los años ochenta y noventa y víctima de la nueva economía del conocimiento y su amplia base de servicios, a la cual nadie ha ofrecido en los últimos treinta años otra cosa que promesas incumplidas; ni a ellos ni a sus hijos. La puntilla ha venido con el estallido de la burbuja inmobiliaria y su larga agonía financiera. Los jóvenes nacidos en el antaño cinturón rojo de la capital no pueden emanciparse, porque la vivienda alcanza precios continentales, a la altura del Madrid, capital de España en la Unión Europea. Ellos replican los problemas de sus abuelos, cuando acudieron a la gran ciudad que se industrializaba, y se vieron recluidos en los suburbios y en los poblados de chabolas. 

Los mánagers de las corporaciones marcan tendencia, frente a la cultura democrática de la clase trabajadora del Madrid industrial, machacada en los años ochenta y noventa

La prensa falangista de 1954 mostraba titulares que hablaban de la vivienda, cómo “un problema que impide a los jóvenes casarse”. Las luchas vecinales en torno a la vivienda y las condiciones de los barrios infundieron respeto a los reformadores del régimen que constituyeron el primer gobierno postdictadura de Madrid, y a su concejal, Garrigues Walker, quien se avino a consensuar con los vecinos el derribo del último reducto de barracas, en los asentamientos que rodeaban Vallecas, y edificar sobre sus ruinas las últimas viviendas de verdad sociales, que se edificaron según diseño urbanístico de los propios vecinos y sus arquitectos, a principios de los años ochenta; y que se entregaron en propiedad, y fueron pagados en cuotas mensuales a treinta o cincuenta años [i]. Hoy, las cosas han cambiado, nadie parece creer en un movimiento ciudadano por la vivienda y Madrid presume de insolidaria, mueren más de 7.000 ancianos sin asistencia en la pandemia, y la presidente se limita a decir que “esas cosas ocurren, porque eran ancianos”. Mientras, los damnificados por las políticas de la Comunidad de Madrid se quedan en sus casas los días de las elecciones, porque no confían en el cambio. 

Hoy, las cosas han cambiado, nadie parece creer en un movimiento ciudadano por la vivienda

¿Cómo llegaron a creer en la posibilidad de cambiar las cosas sus abuelos, en circunstancias tan terribles como lo fueron la inmigración a la capital y el chabolismo, durante los años cincuenta del franquismo y la miseria de posguerra?Pelearon por tener dispensarios médicos, llevar a sus hijos a las escuelas, ¡que no existían!, asfaltar los caminos, reclamar autobuses y, más tarde, metro y ferrocarril de cercanías; y por acceder a una vivienda, que empezó a llegar en los sesenta; y así hasta el derribo de las últimas chabolas ya entrada la democracia. Mucho tuvo que ver la industrialización del mediodía de la gran ciudad, y CCOO, y las juventudes católicas posconciliares, con su sindicalismo semi-legal. Pero también la provisión de suelo para construir viviendas, entre el casco de Madrid, que terminaba en lo que hoy es la M30, y los pueblos de Sur y Sureste, unidos hoy por los nuevos barrios de esos años. Un escrito de la Obra Social del Hogar (institución del sindicato falangista) dirigido a los chabolistas del Pozo del Tío Raimundo decía: si quieres un piso en uno de los nuevos grupos que se están construyendo, tienes que donar tu chabola con el terreno sobre el que la has construido. Porque los inmigrantes compraban las parcelas de cultivo entre Madrid y las localidades del sureste, y firmaban el contrato ante notario. Los grupos de viviendas que se construyeron en aquellos años se edificaban sobre suelo agrícola ocupado por construcciones precarias e ilegales, suficientemente distanciado de los límites de la ciudad para que se revalorizaran los terrenos más cercanos, que muchas veces habían adquirido personajes de régimen o los propios sindicatos falangistas. El problema de la vivienda, por lo tanto, tanto hoy cómo hace 70 años, es de suelo urbano. El suelo suele absorber entre 2/3 y 5/6 partes del precio que pagamos.

‘La letra de cambio nos salvó del inmovilismo, para llevarnos al infierno’ (Balzac, Las ilusiones perdidas)

Cuando compramos una vivienda, adquirimos derecho a instalarnos en un determinado sitio de la ciudad, por ello las grandes iniciativas de vivienda social han ocurrido tras cambios políticos radicales, Viena capital de la República austriaca, tras la desaparición del Imperio Austrohúngaro, Londres y los países del Benelux tras la II Guerra Mundial. Cuando Carrero Blanco, ministro de la presidencia de Franco, preguntó a los arquitectos de Falange cuales eran los pilares de un Plan de Viviendas en 1954, Torroja, Oiza, Moneo, Fisac, y otras figuras reconocidas de la arquitectura recomendaron la municipalización del suelo urbano, al tiempo que se debía acometer la industrialización de la construcción y la modernización del diseño habitacional [ii]. El documento estuvo a disposición de los técnicos y el personal de la OSH, aunque la referencia a la municipalización del suelo desapareció, lógicamente, de la inscripción del plan en el BOE. La anécdota histórica nos lleva a reflexionar sobre la relación entre la democracia y el derecho de propiedad: el sistema político aparece como el ámbito en el cual las fuerzas sociales llegan a consensos sobre el bien común, y la propia constitución reconoce al interés general una primacía sobre el derecho de propiedad. Pero, nunca parece ser el momento para hacer valer esa prioridad, si lo que está en juego son derechos sociales. Incluso cuando se trata de un derecho cómo el de la vivienda, al que la Constitución concede un lugar destacado. 

La droga y la desindustrialización del cinturón sur de Madrid destruyeron la cultura democrática que tantas luchas había costado crear

Volviendo al franquismo, el régimen limitó los alquileres, concedió a los inquilinos la prelación en la prórroga de su vigencia, prácticamente prohibía los desahucios por alquiler en las viviendas de clase media y modesta; pero ninguna norma, incluso cuando se cumplía, pudo resolver el problema. Solo la acumulación de suelo fue útil, unida a la desesperación de los inmigrantes por salir de su chabola, a pesar de que las nuevas viviendas no tenían servicios en sus cercanías, ni tan siquiera calles asfaltadas. Sí, las viviendas edificadas en Gran Bretaña, en Austria o el Benelux, y en los países nórdicos lo fueron sobre suelo urbanizado. Pero en Francia o Italia, las soluciones del suburbio fueron incluso más segregacionistas que en la España de los sesenta. Por lo menos, aquí, la solidaridad vecinal creó barrios; hasta que la droga y la desindustrialización del cinturón sur de Madrid destruyeron la cultura democrática que tantas luchas había costado crear. Y que únicamente volverá con la decisión política de construir viviendas, para que los jóvenes puedan emanciparse y liberen las pensiones y los salarios de sus padres y abuelos, que bien se las han ganado.


[i] Ver Jose Candela Ochotorena: Del pisito a la burbuja inmobiliaria, P.U.V, Valencia, 2019
[ii] Se puede acceder al documento en la biblioteca del Ministerio de Hacienda: Secretaría de Ordenación Económico-Social (1954) Estudio para un Plan Nacional de la Vivienda.

Neolibertad, solidaridad y derecho a la vivienda