viernes. 30.08.2024

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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda

Panorama desarrollado en la lentitud de una historia con connotaciones reivindicativas acerca de la vida en la naturaleza‘El mal no existe´, dirigida por Ryusuke Hamaguchi,  es la apariencia de intenciones captadas por quienes se toman su tiempo para decidir. Los intentos configuran la sensación de vana alternativa; el diálogo semeja los mejores combates de judo, la fuerza del contrincante es fuente de éxito. 

En una zona agreste habita una comunidad autoabastecida en sus necesidades vitales. De Tokyo llega una empresa interesada en instalar una suerte de “glamping”: camping de lujo, en alusión al pretendido glamour del proyecto. Los pobladores tendrán sus dudas con respecto a la “beneficiosa” propuesta.

El filme es una defensa del respeto al medioambiente por la adaptación del hombre a reglas implícitas. Ante esto, el capital arremete

Hamaguchi extiende el tiempo en 3 poderosos bloques. 

El primero presenta la acción en el poblado; Takumi es la fiel representación del autoabastecimiento local, no solo en términos de alimentación, sino de la suficiencia colectiva que asume la cooperación para cubrir los servicios a la comunidad. Sus conocimientos prácticos abarcan una completa extensión de servicios y oficios necesarios para la subsistencia.

 La metáfora unipersonal inicial se completa en la segunda parte, donde la invasión del capital amenaza con instalar la corrupción local en aras del enriquecimiento; negocio ausente de consideraciones éticas, más allá de lógicas que abaniquen el éxito en términos monetarios. 

Vendrá la tercera parte, introducción del desenlace tras los riesgos que supone la alteración de equilibriosceñidos más allá de la voluntad humana. Valen las advertencias en conclusiones que unifican la violación de la naturaleza por el descuido. El precio es alto, Takumi experimenta su propio atentado en la no consideración de riesgos; la presencia humana necesita de una compenetración plena, unificada a un orden natural; no solo debe conocerse, sino también respetarse, so pena de un alto costo vital. Por eso, explota contra el emisario del marketing, esbirro embriagado de lógicas que atentan contra la seguridad de un sistema; el ambiente compone una unidad de absoluta precisión entre los seres vivos que lo habitan.

Asistimos a un territorio de contrastes necesarios, las explicaciones se ahogan en cambios de ritmo, el centro de acción despliega la atención hacia el conflicto entre capitalismo y naturaleza. Dos bandos se establecen en el intento de invasión que cobija lo artero, manipulaciones tendientes a mostrar supuestos beneficios, adhesión a un sistema que busca extenderse en territorio virgen. La mentalidad empresarial intenta ganar adeptos por la inconsciente corrupción que alienta la vanidad, esquemas experimentados en términos de una especie de solapada ideología foránea. La infiltración se desata, busca absorber conciencias puras, inquietas en la defensa de un modo de vida aliado con la naturaleza.

El medio de expresión se mimetiza con lo expresado, la grandiosidad envuelve el concepto de precisión, necesario para que los recursos no se vuelvan en contra. La naturaleza debe ser utilizada para subsistir, no para lucrar, la alteración del equilibrio es la contrariedad de los pueblos, por eso, el hachador hace gala de extrema exactitud en su función.

La naturaleza debe ser utilizada para subsistir, no para lucrar, la alteración del equilibrio es la contrariedad de los pueblos

Si se manipula a la naturaleza se manipula al ser humano. El cuidador es la figura del holgazán, opción que vive de recursos artificiales para sí mismo, sin importar lo demás. La ausencia de compromiso es la pretensión de comprar con dinero o alabanzas. Distintas formas de acariciar el ego, seducción para la entrega a un sistema ajeno que prostituye la acción. 

Takumi es figura inmune, no se doblega, no se vende, encarna la verdad de las relaciones, tanto con la naturaleza, como con los humanos; no es perfecto, también contribuye a la catástrofe. El descuido de las reglas es ocasión para un trágico desenlace.

 La cacería del ciervo repercute más allá de la situación puntual. El efecto dominó es otro concepto presente, Hamaguchi juega a las escondidas con sutilezas “ausentes”; la cinta exige rascar a fondo tras lo visible. Lo contemplativo, típico del cine japonés, ejerce los efectos de una trampa que nos envuelve en prolongados y paisajísticos silencios. Intento por contagiar el ritmo de una vida pausada y controlada; sencillez que oculta la profundidad de reglas de certera aplicación para la vida.

La precisión es el golpe del hacha en la madera, el tronco escindido, la diaria “monotonía” que acumula rutina necesaria. El intento, por apropiarse de ajenos territorios, culmina en la defensa ante la estrategia silenciosa. Nunca llegará el dinero a opacar la identidad pueblerina, sí lo hará la insensatez de los disparos. Los cazadores nada saben de los alcances del equilibrio ecológico, no les interesa, matan por placer. 

Lo contemplativo, típico del cine japonés, ejerce los efectos de una trampa que nos envuelve en prolongados y paisajísticos silencios

Excelente fotografía, el humano aparece solo entre la nieve y los árboles, un estar a merced de lo que únicamente se controla mediante la repetición y el orden. Takumi corta la madera; puesta en escena con un fondo de troncos, ya procesados y ordenados, bajo la protección de una lona; todo está calculado, aplicado a diseños naturales preestablecidos, la certeza asigna seguridad. Lugar protegido del glamour; la vida sencilla oculta las profundidades de lo “irrelevante”. El sistema dominante no alcanza a contaminar, es mantenido a distancia. Choque de culturas que se evita en el entendido de elecciones de vida protegidas a ultranza. Los lugareños se resisten a vivir en la sociedad del consumo de “placeres”, necesitan proteger esa distancia, adecuación de la que solo ellos son conscientes. Hamaguchi los presenta con respeto, gentes responsables de una situación que han elegido, no están dispuestos a ingresar en una bola de nieve, se resisten a convertir la naturaleza en objeto de deseo consumista. Evitan la prioridad de un éxito material asentado en la distorsión, lujo de la corrupción que traslada a condiciones de vida inauténticas. La aniquilación de la naturaleza se presenta como el intento de transgredir normas que van más allá de producciones humanas artificiales. El filme es una defensa del respeto al medioambiente por la adaptación del hombre a reglas implícitas. Ante esto, el capital arremete, embate contra el cuidado de los lugareños y su fuerte identificación con el hábitat natural. 

Unas palabras finales acerca del recurrente plano nadir. Enfoca las ramas de los árboles en un lento travelling, nos recuerda el marco que circunscribe el hábitat de los personajes. No están por fuera, sino por dentro de un sistema natural de pertenencia que fija rutinas de inicio y fin: el día y la noche, las dos instancias surgen al principio y en concordancia con el desenlace. Hana conoce las especies de árboles; el saber, más allá de repeticiones, automatismos y “simplezas cotidianas”, es necesario para manejarse en el sitio.

La película nos deja una profunda reflexión acerca de la relación del hombre con la naturaleza, y sus intentos por desvirtuarla mediante una cultura asentada en el dinero y el consumo. No es lo mejor de Hamaguchi, pero vale la pena tomarse un tiempo para verla.

‘El mal no existe’: el porqué de la sencillez