miércoles. 24.07.2024

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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda

Dirigida por Irokazu Kore-eda‘La inocencia’ nos introduce en una ficción plagada de tópicos actuales: la homosexualidad infantil, el bullying, la perversa “respetabilidad” de las instituciones, la cultura machista. 

El intento por salvar las apariencias choca con sutiles señales, las semillas se van desperdigando en un continuo flashback aclaratorio que denota la maestría de un guion excelso. El delicado tránsito esparce breves detalles que no sobrecargan la escena de factores innecesarios a una comunicación caracterizada por el suave deslizamiento de efectivas acciones que denotan conceptos. Los abucheos y caricias en el pelo revelan la presencia de tendencias homosexuales. Todo es muy sugerente, el registro se encarga de atacar lo explícito sin previo anuncio; no es necesario, la estructura del guion es de una delicadeza tal, que ofrece la necesaria continuidad a escenas y secuencias. No existen sobresaltos en la historia, el desarrollo sabe articular los tiempos a la perfección. El relato se desarrolla en un presente donde se despliega un conflicto que irá aclarándose hacia el pasado; un flashback ininterrumpido se ofrece, en relación al resto del filme, tan nítido, como armonioso a la comprensión.

La película explica en retrospectiva; lo que al principio parece ser de una manera, termina siendo de otra; la presentación de los hechos reúne su correspondiente versión específica a partir de los protagonistas directos. El relato se desprende en dos niveles, los tiempos generan una contundente  amalgama que conserva la virtud de mostrar mucho con poco. La precisión, sin alardear, obtiene un resultado alejado de insistencias efectistas propias de la tradición de un cine más interesado en vender que en expresar.

‘La inocencia’ nos introduce en una ficción plagada de tópicos actuales: la homosexualidad infantil, el bullying, la perversa “respetabilidad” de las instituciones, la cultura machista

Obra, galardonada en Cannes 2024 por su guion –Yuji Sakamoto-, trata de un niño huérfano de padre con extraños comportamientos asociados a un supuesto maltrato por parte del maestro. Algo que en un principio pareció ser real, se irá desdibujando al conocerse los hechos del pasado.

Drama social mesurado; enfoque sin medias tintas destinado a promover la inexistente paradoja que arropa la capacidad de comprensión como herramienta destinada a jugar con la sensibilidad del espectador. Vamos de un lado a otro tejiendo hipótesis; el silencio es aval que desacomoda y desafía cosmovisiones tradicionales caras al prejuicio social. Comprendido, más nunca protegido, es sustituido por la sobriedad del impacto que amortigua desde condiciones sociales donde la formalidad y la observancia de un respeto, tan exacerbado como vacío, denotan la hipocresía social y el esmero en el deseo del buen padre.

Los caminos apuntan hacia el niño y su reclamo; absoluta necesidad de expresión de un ser encorsetado en la falsificación consumada en el esfuerzo. Los niños –Soya KurokawaHiiragi Hinata- hacen una estupenda dupla en ese interjuego de posiciones donde los motivos trascienden las acciones. Mugino y Hoshikawa revelan el afecto en la lealtad y la contradicción de un medio hostil a la expresión. Este se asocia a un inconsciente apego a la norma, en firme representación a contenidos sociales represivos ante modos de ser alternativos. Todo bajo el manto de un cuidado de la forma expresado en la defensa institucional representante de un statu quo indiscutido; la importancia de sobreponer el mandato social por sobre la autenticidad denota ocultamiento, evita la necesidad de reconstitución de la imagen preestablecida.   

La “atracción por el propio sexo” viene a ser tratada de manera neutra, situación que nos remite a las modalidades válidas para la expresión de afecto entre varones; el prejuicio resuelve automáticamente la circunstancia en la mente del espectador, la insinuación es hacia una posible inclinación homosexual entre niños. La película no lo denuncia así, sino en términos de una amistad teñida de sentimientos expresados de manera socialmente estigmatizada. La diferencia ronda la prueba a la apertura mental de quien decida incursionar; el filme establece firmes bases para acoger un “pudor” diluido en motivos atinentes a un bullying rutinario, enquistado en el acopio de inconscientes nociones, señales demarcatorias para un mapa de contingencias que solo pretende el “camino recto” de la sobreentendida obsecuencia.

La modalidad autoritaria pondrá de manifiesto su propia inoperancia por el refugio en métodos arcaicos. Los padres desconocen la sensibilidad de sus hijos

Drama que circula en niveles paralelos mutuamente desatendidos en la incomprensión de consecuencias que, por momentos, operan desde la pauta familiar, tanto comprensiva como autoritaria. Los hogares monoparentales son pretendidamente excusantes de responsabilidades socioculturales absorbidas por los adultos. La madre de Milato refleja la preocupación por las confesiones de su hijo sin imaginar motivos, mientras que el padre de Hoshikawa denota la rigidez de la propia ignorancia en la “curación” por el castigo. La modalidad autoritaria pondrá de manifiesto su propia inoperancia por el refugio en métodos arcaicos. Los padres desconocen la sensibilidad de sus hijos, tanto desde los intentos de comprensión, como desde la imposición de la autoridad desvalorizante. Milato y Hoshikawa son atravesados por lo común de estos esquemas de relación parental y sus pretensiones.

La inmoralidad es el gran tema, hace carne en pasajes insinuados. Desde la concurrencia al bar de las anfitrionas, hasta la homosexualidad, lo indebido roza lo cotidiano en dosis de repentinos sucesos mal entendidos. El “cerebro de cerdo” es burda metáfora de la patología mental como razón de implicancia en el afecto hacia el propio sexo. Una suerte de suspicacias se ciñe ante la ignorancia sometida a prueba en instituciones educativas. 

Nadie imagina, la formalidad es parodia en extremo que intenta ocultar el sufrimiento humano, pretende ser esquema, vía de escape complaciente ante la incomprensión de las acciones. Siempre debe haber una solución; el Sr. Hori es chivo expiatorio expulsado en la propia voluntad por la complacencia que impide la herida del sistema; alguien debe pagar, no ha de existir contradicción.

La ingenuidad culmina recorriendo los territorios del hogar, la madre de Milato está lejos de saber la verdad de lo ocurrido.

Hirokazu Kore-eda, maestro entre dos siglos, nos regala una obra de calidad seguramente destinada a ser revisitada por todo cinéfilo amante del cine de autor

El bagón de locomotara abandonado será el espacio del encuentro, la autenticidad ofrece refugio a la amistad; Minato y Hoshikawa confluyen fuera de miradas “indiscretas”, la solución podría ser alcanzada en una suerte de aislamiento. Los niños fugan hacia la intimidad, el juego es forma de comunicación incidental; momento exclusivo y excluyente que reconstruye un vínculo viciado de discriminaciones proporcionales a reconocimientos propios. La vivencia ofrece dos modalidades que afectan la exposición. Minato evade el contacto con Hoshikawa ante los demás niños para evitar la discriminación que sufre su amigo por expresarse tal cual es. El resultado remite a la confusión y la aceptación. Mugino es el “hombrecito” que no tiene razones claras, solo sabe que debe cuidarse de la discriminación; Yori, el “rarito”, acepta la exclusión a pesar de todo. 

Finalmente, los instrumentos musicales adhieren a una filosofía de descarga por lo no dicho, lo “condenable” se expande en las notas musicales de un trombón y un bombardino, símbolos, por aquello de que: “a las palabras se las lleva el viento”. La autorización de soplar, lo doloroso por la presión de la culpa, pasa a ser cuestión de extrañeza disipada en dispares sonidos apaciguadores de lo que lastima pensar. 

Hirokazu Kore-eda, maestro entre dos siglos, nos regala una obra de calidad seguramente destinada a ser revisitada por todo cinéfilo amante del cine de autor. 

‘La inocencia’: el sufrimiento por la identidad atormentada