viernes. 19.07.2024
Krzysztof Kieslowski
Krzysztof Kieslowski

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Celín Cebrián | @Celn4

Hablar de Krzysztof Kieslowski es aludir a un paisaje que roza la perfección. Nacido en Varsovia el 27 de junio de 1947, falleció el 13 de marzo de 1996 a causa de un infarto de miocardio, una vez que había anunciado que ya no haría más películas y cuando todo el mundo esperaba ansiosamente que se retractara.

De familia humilde, estudió en la Escuela de Cine y Teatro de Lódz e inició su carrera haciendo documentales, ya que, por aquella época, pensaba que el único cine válido era el documental, cuya finalidad era retratar la realidad de la Polonia comunista y la de los sentimientos de aquellos seres humanos que estaban en las últimas. Así lo contaba Joanna Bardzinska, coordinadora de ese libro titulado “La doble vida de Krzysztof Kieslowski”, publicado en 2015.

Ganó casi todos los premios de la industria cinematográfica, ya fuera el Oso  de Plata de Berlín (1994), el Premio Especial del Jurado en San Sebastián (1988), el León de Oro en Venecia (1993)… Quizás estos datos, en algún momento, se nos puedan olvidar, pero lo que no olvidaremos jamás será el impecable y complejo tratamiento que le daba a sus historias, sobre todo a ese Decálogo compuesto de diez episodios basados en los diez mandamientos en el que cuestionaba la moral y la ética a través de situaciones cotidianas. Y aunque no se consideraba creyente, una vez afirmó: ”No creo en Dios, pero mantengo una buena relación con Él”. 

Su muerte prematura nos robó a uno de los grandes visionarios de ese cine de preguntas sin respuesta, donde la contradicción y las emociones siempre se imponen a la razón

Adentrarnos en el bosque cinematográfico del cineasta polaco es penetrar en el existencialismo en estado puro y en el cine con mayúsculas. Hablamos de Trabajadores (1971), Fabryka,  El refrán, Curriculum vitae, No End (Sin final, 1984), El azar, Decálogo, la doble vida de Verónica, No matarás, No amarás…, y Tres colores: AZUL, BLANCO Y ROJO, la trilogía, que, coincidiendo con el aniversario de su muerte, reestrena estos días Wanda Films en los cines de Madrid y Barcelona, donde el autor reflexionaba sobre los valores de la Revolución Francesa, relacionándolos con los colores de esa bandera:  libertad para el azul, igualdad para el blanco y fraternidad para el rojo.

Su muerte prematura nos robó a uno de los grandes visionarios de ese cine de preguntas sin respuesta, de personajes marcados por el destino donde está presente la contradicción y esas emociones que siempre se imponen a la razón. No sé quién dijo que Kieslowski lo que quería “era salvar al ser humano”. Pero como dijo Louis Malle “lo que antes debemos saber es que no hay ningún paraíso donde huir”. Estamos ante un director de talla mundial, un poeta visual y metafísico del cine que, incluso a veces, despreciaba su trabajo y su talento. Admirado por Stanley Kubrick, que decía que “el talento de Kieslowski residía en su capacidad de escenificar ideas en vez de verbalizarlas”, y  con un cine lleno de referencias a Hitchcock e influencias de Bresson…, lo que viene a ofrecernos el cineasta polaco es un cine realizado en espacios cotidianos en los que la gente se congrega y hace su vida diaria aun teniendo ideas distintas. Es el momento preciso en el que, a esa gente, no le queda otra que aprender  a estar juntos ya sea en los transportes públicos, los cines, las cafeterías, en las calles… Lo que trata de conseguir Kieslowski con esa búsqueda formal es representar la realidad más allá de la ideología. Es un cine de arte y ensayo con una impronta visual muy diferente de lo que hasta ese momento se había visto en la pantalla, ya fuera de la mano de Tarkovski, Antonioni, Bergman… De ahí que hubiese división entre el público y la crítica. 

No matarás marca el triunfo del cineasta polaco con los filtros de los colores, llegando a utilizar tonos ocre para realzar el neorrealismo de las primeras secuencias, es decir, en esos primeros quince minutos en los que conocemos a los trágicos protagonistas cuyos destinos se cruzan, sin saberlo, en un bar de Varsovia: Janek (Miroslaw Baka), un punk que deambula esperando espantar a algún burgués a la primera oportunidad y Taksówkarz (Jan Tesarz) un taxista resentido y misántropo. Y el tercero, Piotr (Krysztof Globisz), un joven abogado, que recibirá un golpe difícil de digerir. Un film sobre el asesinato y contra la pena de muerte, con una de las elipsis más largas del cine. Y algo parecido pasa con No amarás o también en La doble vida de Verónica, que fue la primera producción internacional donde nos muestra una gran sensibilidad femenina y un sentimiento de melancolía que va en aumento cuando introduce la música de un compositor ficticio (Van del Budenmeyer). Y así hasta que llegamos a la añorada trilogía Azul (1993),  en la que sigue a Julie, esposa del famoso compositor Patrice de Courcy, el cual muere junto a la hija de ambos en un accidente. Blanco (1994), una comedia negra rodada en Polonia y Francia, que es una obra algo menos sólida. Y Rojo (1994), una película magistral, con una gran interpretación de Irène Jacob y en la que Kieslowski tiñe de rojo los interiores, los filtros de luz, los coches, la ropa de Valentine, para mostrar cómo la protagonista trata de controlar el mundo, donde el director echa mano de un estilismo casi insuperable.  

Estamos ante un director de talla mundial, un poeta visual y metafísico del cine que, incluso a veces, despreciaba su trabajo y su talento

En Azul hay secuencias memorables, como aquella en la que el azucarillo se derrite en el café durante cinco segundos o el desgarro de la mano de Juliette Binoche al rozarla contra una pared. Al parecer, en el primer caso, el equipo se empleó a fondo para conseguir ese récord y, en el segundo caso, a la actriz francesa la habían preparado una mano de cera, pero ella prefirió hacerla al natural. Es un filme en el que Kieslowski sobrevuela sobre la búsqueda de la soledad, ese momento de la vida en el que uno se queda solo de verdad. 

En seguida, la película se convirtió en una obra de culto y lanzó a la popularidad a Juliette. Además en este filme aparece una imagen que nada tiene que ver con la trama, que se repite en las otras dos películas. Es algo quizás simbólico… Una anciana intenta tirar una botella en un contenedor de vidrio. En Azul, en concreto, la anciana no alcanza la boca del contenedor. En Blanco, la mujer logra colocar la botella en la ranura, pero  no logra empujarla dentro. Y en Rojo, en cambio, Valentine  ayuda a la anciana,  que logra su propósito, en una referencia a la fraternidad como motor de la esperanza.

No sé pero, cuando vi Azul.., tuve la sensación de que en la película los sentimientos eran como una prisión. También la memoria. En ella hay dos elementos alegóricos relevantes: la música y el agua. La primera, representada en la composición que sobre la Unificación Europea deja inconclusa el marido de Julie Binoche en la película. La segunda…. La protagonista nadando en la piscina…  El agua como liberación, como símbolo de limpieza, que borra manchas…, quizás del alma. 

En su día, hubo quienes acusaron a la película de asentar  las bases de lo que luego sería el europuddings, o sea, películas sin una escritura fílmica concreta, capaces de borra el carácter regional de cada una de aquellas otras películas que hasta entonces había logrado éxitos tanto en Francia,  en Suecia, así como en Polonia, Alemania…  Estaban más preocupados por la recaudación que por la belleza o la sordidez. El público, aseguraban, no estaba acostumbrado a la pobreza y al miedo, y menos aún cuando eran mostrados  de manera tan cruda…  Lo cierto es que Julie se siente sola y se solidariza con Lucille, su vecina, con quien hace buenas migas, aunque para el resto de vecinos no es más que una puta. La chica siempre deja la puerta abierta y, por todo aquello que representa,  encarna perfectamente la disidencia, la rebeldía, la marginalidad…, siempre frente a la doble moral y  la hipocresía social. Aquí podríamos destacar un plano subjetivo en el que el espectador puede adivinar al fondo de la puerta de Lucille un afiche de Edith Piaf, el icono de la Chanson Française, y que viene a ser  el emblema de la desconformidad frente al sistema. Decía Kieslowski que “amar es un sentimiento hermoso, pero cuando amamos pasamos a depender del ser amado. Todos sentimos el amor de la misma manera, y el dolor, los celos, el odio o el miedo a la muerte... Un hombre profundamente creyente tiene el mismo dolor de muelas que un descreído, y lo que yo intento explicar es ese dolor de muelas y que todos me entiendan”. 

Un cineasta que “parecía tener siempre un control casi divino sobre la realidad y que sabía que su tiempo se había acabado”

Tras el rodaje de Azul, dijo: ” Siempre hay alguien que nos observa: si no son los diarios, son los vecinos, la familia, los seres queridos, los amigos, gente conocida o incluso gente desconocida en la calle, pero, al mismo tiempo, en cada uno de nosotros, hay algo parecido a un barómetro… Tengo muy claro el límite de lo que debo hacer y trato de no hacerlo, aunque a veces haga lo contrario”.

Para la realización de la trilogía, los productores de Tres colores pidieron ayuda a “Euroimages”, cuyos gestores aprobaron por unanimidad una subvención considerable. “Para la UE, la película se convirtió en una especie de embajadora de lo que entonces quería ser Europa, un continente unido y solidario, donde tuvieran cabida los ideales de la Revolución Francesa”, afirmó el cineasta polaco en una entrevista. Más adelante, añade: “De hecho, es significativo el esfuerzo que realiza la anciana para tirar el vidrio, alguien que tiene más pasado que futuro y a quien, sin embargo, le preocupa la herencia que les vamos a dejar a nuestros hijos y nietos”. 

Ahora, pasado el tiempo, veinte años después, podríamos preguntarnos… ¿Por qué esta trilogía, por qué Azul, Blanco y Rojo…? La repuesta no puede ser otra que la de recordarnos que tal vez lo que necesitamos de verdad es cine, no películas. Lo que necesitamos realmente es un espacio común donde haya argumentos únicos, donde la miseria y la belleza vayan de la mano porque no pueden vivir indiferentes la una de la otra. Lo que necesitamos, sinceramente, quizás sea otro cineasta taiwanés como Edward Yang, cine sin cinismo, un Béla Tarr o un Michael Haneke, o quizás un Ken Loach que sepa mirar con ternura a las clases desfavorecidas…o, por qué no, los hermanos Dardenne, un cine sensible, algo que se le parezca al cine contemporáneo, que es lo que nos vendría a decir de manera rotunda Kieslowski, un cineasta que “parecía tener siempre un control casi divino sobre la realidad y que sabía que su tiempo se había acabado”, como llegó a afirmar Manel Carrasco, un cine que oscilaba entre la ética y la estética, y siempre iba sobre gente con la conciencia clara y las manos limpias, que no tenía ninguna posibilidad en este mundo.

Kieślowski, el cineasta que escenificaba ideas