domingo. 30.06.2024
El Callejón del Gato (Madrid)
El Callejón del Gato (Madrid)

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Celín Cebrián | @Celn4

Aquí estoy tentando al hechizo, como todo diablo. La vida transcurre entre San Juan y la paga extra del mes de julio; entre el fuego redentor y el flus, el parné, el “billetamen”…, el efectivo, que en unos años se va a acabar y lo único que vamos a llevar en los bolsillos van a ser agujeros por donde, sin esfuerzo, llegaremos a tocarnos el sexo. La última moda no es otra que la de definirse a uno mismo. 

Luego, cuando la gente se mira en el espejo, se asusta: el espejo está vacío. Es el poder absoluto del desnudo, que ya nos lo trajo Francis Bacon, y la única forma digna de definirnos sin que de por medio haya una sola mentira. 

El tiempo va cambiando de color y las palabras miran cada una para un lado: cada una dice una cosa distinta. Y ahí está la lucha: en ponerlas en el sitio adecuado, si se dejan… Hay veces que cuesta convencerlas. Entonces, comienza el juego de persuadirlas para que pasen a formar parte de una historia. 

El periodismo de pacotilla enciende el fuego para que el consumo no decaiga

Ellas serán el andamiaje donde colgar las ropas con las que tapar a los personajes, si tienen frío. Eso, unas; otras, serán los verbos con los que dibujar los sueños. Cuando lo consigo, tengo la sensación de haber hecho magia. Cuando bajo a la calle, el vecindario se expresa de una manera caliente, ya muy de mañana. Los comentarios van desde las portadas de los periódicos de tirada nacional hasta la parrillada diaria de la tele.

Cuando los vecinos se aburren, terminan buscando entre las revistas algún número de El Caso, que era el periódico de las porteras, de rumores y sangre, en el que siempre aparecía el subinspector Pedrito, que, en realidad, no era un policía, sino una periodista, que no era otra que Margarita Landi, la rubia del deportivo, que, con su coche de lujo, adelantaba a la mismísima policía y llegaba la primera al lugar del crimen. Ahora se habla de la reina del pueblo o de una tonadillera. 

Casquería e información bizarra, que se consume en los patios, en los portales y en las barras de los bares, cuando no hay fútbol. También en la cola de la panadería o cuando subes a un taxi. Pero la lengua y la palabra no nos pueden llevar tan de mañana a las tinieblas. Ni un periódico, ni la televisión o una tertulia. La polémica vende y el periodismo de pacotilla enciende el fuego para que el consumo no decaiga y, entre el alboroto, cuelan la publicidad, los más de mil anuncios con los que regar la aburrida huerta de los ciudadanos, que caen presos del encanto de la oferta. 

Es necesario que, bien temprano, un pueblo esté recubierto de un halo de esperanza que inunde los callejones, que Madrid los tiene: el de San Ginés, las Tendillas, la Cuesta de Carmelitos, el del Gato, o el popular callejón de la Bragueta, denominado así por el uso inmundo que se le daba. Y entonces venía la burla y el cotilleo, los chascarrillos.

Jerga en ese Madrid castizo donde la charla adquiere grandeza en boca de los personajes del barrio, porque un barrio es un sentimiento, y también porque a pie de calle sale el ingenio, como sale la historia, que fue pasando de la Villa y Corte hasta los “manolos”, que humedecían el gaznate en las tabernas. 

Voz y oído. De padres a hijos, la vida misma, que llegaba fresca a los que “flanelaban” por los mentideros de la capital, vagando o callejeando sin rumbo, la noticia al instante, que se colaba por el ojal de estos exploradores urbanos, de esos individuos curtidos en la calle, y que luego lo transmitían haciendo un juego de lenguas.

Y este es el relato de la realidad a la que hay que acercarse y observar con respeto y serenidad, y con sosiego, porque la verdad requiere algo de calma. Apaguen la tele y lean.

La luz de lo cotidiano