viernes. 30.08.2024
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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda

Thriller de escaso suspenso diagramado en el impulso de acelerados y explícitos diálogos. No está ausente el típico sello Woody Allen, presente en producciones de corte más dramático: Match Point, El sueño de Casandra, Irrational man; por ejemplo. Repeticiones que marcan un estilo un tanto escaso de recursos, pero: ¿qué podemos pedir a un realizador de 88 años, ya en sus 50 películas, con un promedio aproximado de 1 película por año? La creatividad no se compra en la farmacia, y Woody nos ha regalado una cantidad enorme de trabajos de importante calidad.  

La cinta arrastra la modalidad más verborrágica del Allen de la comedia, para pasar a un enfoque de diálogos más pausados, coincidentes con el punto de quiebre que direcciona la situación hacia una instancia más detectivesca, montada en las intuiciones de una suegra paranoide.

Filme redondito en su confección, el tema de la suerte arraiga en la omnipotencia de un ricachón maníaco con fortuna de dudosa procedencia. Una vez más, la farándula del dinero se articula al chisme del entretenimiento fácil de los ricos, oposición al espíritu aventurero en clave de placeres inmateriales e idealistas.

Nuestro cineasta de culto despeja dudas de inmediato, los diálogos suelen ser  arma decisiva para el repentino despliegue de planteamientos que enseguida hacen notar alguna fisura matrimonial. Manipulaciones y vulnerabilidades originadas en resabios, propios de episodios de seducción arraigados en los beneficios que otorga el sufrimiento por la separación. Primer punto a favor del control, porque, si de algo trata este filme, es del intento de dirimir entre la casualidad y la posibilidad de gestionar el destino mediante la voluntad. Maquiavélica razón, donde el fin justifica los medios siempre y cuando permanezcan ocultos. Respuesta que sesga el concepto de azar, lo traslada a la apariencia de sucesos que flotan en el ambiente como resultado de lo desconocido. Tal el caso de un cuerpo sumergido en el océano no solo a causa de la gravedad.

El trío convence, y es que, Lou de Laâge, Melvil Poupaud y Niels Schneider, conforman un triángulo que expone las diferencias con claridad. De eso se trata cuando se intentan establecer razones para una solapada renuncia ante las conveniencias de la vida acomodada. La galantería del dulce poeta se estrella ante los glamorosos aires de una esclavitud recubierta de lujo. Una dicotomía imposible de discernir para Fanny Moreau. Eso que el espectador rápidamente capta en complicidad, ante la mixtura de una comedia romántica teñida de thriller y con imperceptibles toques dramáticos en su más extensa acepción: la de conflicto.

Propuesta edulcorada por la ausencia de evidencia. Las habilidades del personaje de Poupaud transforman el malestar en rutinas de lujo que nadie, inmerso en la cultura del dinero, podría atreverse a condenar. Un señuelo, bien diferenciado, opera en la confusión extendida desde la conquista promovida por la pérdida. Habilidades, acordes a rasgos posesivos, disimulan  la corriente de un devenir sumergido en palabrería de apariencia complaciente.

La historia gira en torno a un matrimonio donde Fanny, esposa de Jean, se enamora, sin saber porqué, de un compañero de liceo que encuentra casualmente en la calle. A partir de aquí, Fanny y Alain comienzan a tener una aventura amorosa a espaldas de Jean, lo cual derivará en inesperadas consecuencias para ambos.

Allen combina la verborragia habitual de sus películas de plano fijo y contraplano, con travellings que acompañan trayectos por habitaciones; interiores que sugieren la posibilidad de algún hallazgo de singular importancia, así como también, la presencia de un talante arbitrario inducido por la necesidad de imprimir la idea del suspenso que nunca llega.

La película cuenta con sutilezas de comportamiento elocuentes a la hora de evaluar su desarrollo. Un número de lotería se esconde, y a la vez funciona como factor que delata la ausencia de la necesaria habilidad para encubrir la transgresión. Un llamador a la insistencia que, a su vez, expone claramente el carácter posesivo de Jean; solo enfrentado por la distancia de un teléfono, en respuesta a la llamada en el parque. Momento en el que Fanny se acerca a la cámara y la encara para poder mentir de manera más segura. Clara definición del tipo de vínculo que sostiene el matrimonio, donde los secretos no se admiten ni en la mente. Luego, una llamada sin respuesta termina por redondear lo que podríamos llamar el bloque de las sospechas: sucesión de circunstancias que alertan a la sagacidad del marido.

Comenzamos esta nota hablando de thriller, pero, en realidad, el filme soporta varias clasificaciones en cuanto al género. Es una comedia negra dramática, que pasa a transformarse en thriller de escaso suspenso, donde las sospechas del marido enfilan hacia la raíz del engaño, para luego despuntar hacia el personaje de Valerie Lemercier. La suegra afirma su desconfianza en el marco de comentarios sociales que dejan entrever un posible homicidio. Surge la acción detectivesca amateur, intento por desenredar lo que, hasta ahora, se reducía a una supuesta evasión de la escena por temor al compromiso.

Una fina reflexión sobre lo absoluto en las desavenencias de pareja funciona  como causa de infidelidad. Fanny, en su encuentro con Alain, contacta con la falta, la “transformación” supone un retorno hacia sí misma. La posibilidad de ejercer el propio ser, en tanto coartado por un vínculo matrimonial que otorga lo que la cultura aprueba: las condiciones ideales de lo esperable para el “bienestar” de una mujer. La seguridad económica, la posibilidad de una familia estable donde los sobresaltos se solventen, asegura un fuerte contrapeso a los malestares cotidianos.

La presencia de Alain devuelve la vida a los disueltos carriles del pasado, Fanny es presa de una obsesión que, ante la encrucijada, asigna preferencias: desea estar con su amante todo el tiempo. En realidad, lo que necesita es tomar posesión de sí misma la mayor parte del tiempo.

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Algunas puntualizaciones, acerca de la consideración del azar, ingresan al territorio de la paradoja. El desenlace cierra el círculo de lo imprevisto, solo en apariencia controlado por la impronta asertiva de un excéntrico “burgués” sospechado de acciones mafiosas. Jean es un cálculo ilimitado en permanente evolución, un controlador nato; no exento de sentimientos, aunque sí de consideraciones que obstaculicen sus objetivos.

Una vuelta de tuerca sencilla y poco efectista nos acerca a un epílogo previsible. Los aires de thriller pierden consistencia, el impacto del azar despliega todo su potencial en la ironía de un efecto boomerang carente de inventiva. Quizá, lo más flojo del filme. La irrupción de un remate, sin mayor preparación, define en pocos segundos un cierre excesivamente abrupto. Nos recuerda la celeridad con que el problema es planteado en el primer tramo, solo que aquí, la resolución es mucho más radical en los tiempos asumidos.

Allen nos brinda lo que podría ser su última película, esperemos no sea la  decisión final; su cine, sin ser el de otros tiempos, continúa ofreciendo elementos disfrutables al paladar del cinéfilo exigente. Cada tanto, despunta alguna obra interesante como esta que, a pesar de algunas irregularidades, está destinada a complacer buena parte de las expectativas de sus seguidores.

'Golpe de suerte' en París: cuando el azar se interpone