martes. 16.07.2024
reflejo

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

El más refinado constructo destinado a encerrar y enterrar la vida en un simulacro de plenitud es esa felicidad invocada con tanta ligereza. Sin embargo, «la noción de felicidad es un concepto tan impreciso que, aun cuando cada hombre desea conseguir la felicidad, pese a ello nunca puede decir con precisión, de acuerdo consigo mismo, lo que verdaderamente quiera o desee» (Kant: Fundamentación para una metafísica de las costumbres). Se presenta a las masas como lo único valioso, y se las convence de que han llegado a ella o está a su alcance, sin más que atenerse a las instrucciones de uso de la sociedad del capitalismo tardío. ¡Aún un esfuerzo y seréis felices para siempre! Ahora bien, no es una condición que, una vez conquistada, persiste indefinidamente.

Consciente de esto, el Sistema ha sustituido el estado de felicidad por su búsqueda. Se renuevan los cebos de manera que se persiga un objetivo tras otro, en pos de una dicha que invariablemente se encuentra en la próxima estación. Si el cimiento de la economía es el consumo sin fin, la forma de mantener el mecanismo es la insatisfacción permanente: que jamás se esté contento, pero se conserve la creencia de que con algo más, podríamos estarlo. La interiorización de la frustración es tal que continuar con lo mismo se considera démodé.

La interiorización de la frustración es tal que continuar con lo mismo se considera 'démodé'

Esto conduce al concepto de vida líquida formulado por Bauman. La metáfora hace referencia al carácter informe de la existencia y el mundo actuales, pero se puede extender a otra cualidad de los líquidos: su capacidad de adaptarse al recipiente que los contiene. Living la vida líquida es fácil dejarse llevar por las aguas. Este espejismo húmedo, con su fluidez irresponsable, infecta corazones y mentes. Mecido por el murmullo, el individuo ansía seguir la corriente. Para ello reivindica con grandes aspavientos su derecho a no decidir. La clave del bienestar acuoso es no tener ideas propias, no asumir compromiso alguno, y postergar al máximo la elección entre opciones diversas. La procrastinación trascendental parece ser el lema del día. Se alimenta la esperanza de que cualquier problema pertenezca a uno de estos grupos: el de los que se arreglan solos o el de los que no tienen solución.

La cotidianeidad es vista como canalizable y surfeable a voluntad. Que esto exija la travesía de una vida virtual no parece ser molestia. El monovolumen o el todoterreno, la casita en el campo o las afueras, el apartamento céntrico, pasan por pruebas irrefutables de que todo va como la seda. Y siempre están las peregrinaciones periódicas a Benidorm o la Riviera Maya, según el tamaño de la bolsa o la capacidad de endeudamiento. Solo que en algún momento habrá que admitir que la redención es ilusoria. Tarde o temprano, la sala tendrá que cerrar y será la hora del balance, de evaluar si mereció la pena. Mañana el baile comenzará de nuevo, pero los danzarines serán otros.

La vida líquida que permite no fijarse a nada requiere una persecución incesante de la felicidad

La vida líquida que permite no fijarse a nada requiere una persecución incesante de la felicidad. «Quiditas quiditatis» (i), «Vanitas vanitatis» (ii). Como un río que se abre en un ancho delta, ofrece a nuestros ojos un espectáculo pasmoso. Entre sus brazos podemos observar Trivialidad, Hipocresía o Pretenciosidad, rasgos inherentes a la condición posmoderna, si bien el más caudaloso es Hiperindividualismo. Todos, especialmente el último, barren fértiles fragmentos de vida que han sido reducidos a superchería e impostura. Es lo que ocurre con la responsabilidad moral. «Hemos dejado de reconocernos en todo tipo de obligación de vivir por algo que no seamos nosotros mismos» (Lipovetsky: La era del vacío). Asistimos al panegírico constante de la personalidad camaleónica, del cambio incesante, de la laxitud de cualquier atadura con lugares, gentes o ideas.

No es inocente el elogio de la levedad y la virtualidad, el menosprecio concomitante de toda continuidad. Está íntimamente ligado a un contexto social donde imperan el trabajo precario y temporal, los bajos sueldos y la movilidad laboral y geográfica. Ante sus nefastas consecuencias en el establecimiento de lazos emocionales y proyectos a medio y largo plazo, se pretende hacer de la necesidad virtud presentando como liberación la inexistencia de raíces y permanencia. Pero cuando se disipa el humo que nos venden, solo queda un paisaje desolado, una vida más triste y más gris. 


(i) Esencia de esencias (Tomás de Aquino: Suma Teológica).
(ii) Vanidad de vanidades (Eclesiastés).

El humo que nos venden