lunes. 22.07.2024
‘Los amores de Eloísa y Abelardo’, de Jean Vignaud (1819)
‘Los amores de Eloísa y Abelardo’, de Jean Vignaud (1819)

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Que aquello que vemos en el ser amado y lo hace irremplazable no sea apreciado de igual manera por los demás no lo torna menos real, ni menos verdadero. «Si tú crees en mí, yo creo en ti», le dice el unicornio a Alicia. Se ha postulado que el amor es una exageración de los pequeños detalles que diferencian a una persona de otras. Esto no impide que tal singularización sea decisiva. Por eso la reciprocidad es una gracia que el amante no llega nunca a explicarse del todo. Cómo ese ser único ha podido interesarse en uno permanece el más insondable de los enigmas. 

A distinguir me paro las voces de los ecos / y escucho solamente, entre las voces, una (Machado: Retrato).

Determinados comportamientos sexuales innatos tienen base genética. Se sospecha que hay circuitos neuronales específicos, pues en el hombre enamorado disminuye el nivel de testosterona, mientras que aumenta en la mujer. La dopamina es fundamental en la maquinaria biológica del amor, dado que el incremento de actividad de las neuronas ligadas a ella ejerce un papel notable en la elección de compañero, al menos en ciertos mamíferos. La íntima relación entre esta hormona y los circuitos de recompensa ha llevado, en publicaciones de divulgación, a asociarla con la consecución del objetivo buscado. Pero desde el punto de vista del neurocientífico, esto no es exacto. 

La dopamina no tiene que ver con la felicidad de la recompensa. Tiene que ver con la felicidad de la búsqueda de la recompensa que tiene una probabilidad decente de que se produzca (Sapolsky: Compórtate). 

El amor es una exageración de los pequeños detalles que diferencian a una persona de otras

He aquí la base biológica de que muchos amores apasionados se extingan sin dejar rescoldo en unos meses. Lo que mueve al sujeto no es la esperanza de conseguir lo que desea, sino el disfrute de la expectativa razonable. Quienes gozan desplegando estudiadas estrategias de seducción o conquista se sienten defraudados cuando alcanzan su meta. Afortunadamente, otras variables intervienen en los asuntos del corazón. La biología no es un destino.

El sistema dopaminérgico de la recompensa ofrece un curioso elemento de reflexión. El acostumbramiento al logro da lugar a un progresivo descenso en la liberación de dopamina. En suma, si lo ansiosamente anhelado se cumple repetidas veces, la satisfacción que proporciona disminuye. Estas características explican tanto el desvanecimiento de vínculos emocionales como la adicción al juego, el alcohol o las drogas. Se entra en un círculo vicioso donde el deleite en la expectación siempre es superior al del premio, haciéndote volver a la casilla de salida. Es el bucle perfecto. 

Este es exactamente el mecanismo sobre el que se asienta el orden socioeconómico. Dejo la palabra a Robert Sapolsky

Nuestra tragedia humana más frecuente es que cuanto más consumimos, más hambrientos estamos. Queremos más, más rápido y más fuerte. Lo que ayer fue un placer inesperado, hoy lo sentimos como un derecho y mañana no será suficiente. 

Que se lo piensen dos veces aquellos que, inmersos en un consumo compulsivo e inútil, pretenden estar ejerciendo su libertad. Se trata de un comportamiento biológicamente primario, nada que ver con el cableado más noble y racional del cerebro, ni con la capacidad de decisión autónoma y el libre albedrío. 

Los efectos de la dopamina recuerdan el poder mágico de los polvos que Oberón encomienda a Puck verter sobre los ojos de Titania, que, al despertar, se enamorará perdidamente de Bottom con su cabeza de asno. A su vez, los errores de Puck al hechizar a los jóvenes del bosque hacen de los lazos entre las dos parejas un desaguisado total. Se truecan en odios los antiguos amores y viceversa, amaneciendo cada uno prendado del primero en el que recae su mirada (Shakespeare: El sueño de una noche de verano).

Quienes gozan desplegando estudiadas estrategias de seducción o conquista se sienten defraudados cuando alcanzan su meta

Desde tiempo atrás se sabe que oxitocina y prolactina acentúan el vínculo de madre y neonato, pero hoy se da por supuesto que, aparte de facilitar el transporte de los espermatozoides, la oxitocina participa en la formación de ligaduras entre los miembros de la pareja. Ahora bien, ¿explica algo de todo esto las tormentas de pasión, los amores mortales, los sentimientos, emociones y deseos desencadenados? ¿Explica a Abelardo y Heloisa? Me permito sugerir que no. Cuando se ama, la proximidad del otro irradia una fuerza, una energía renovadora, vivificadora. Es, se diría en física, una entidad creadora de campo, y el efecto que produce se extiende hasta el infinito, igual que el campo gravitatorio generado por una masa o el electromagnético originado por una partícula cargada. En el contacto, ese cuerpo amado transmite un tipo específico de energía que ningún otro posee. 

Infatigables en su dúo […] ceñidos, sonreían o medio reían de felicidad, se besaban y se separaban para anunciarse la prodigiosa nueva, al punto sellada por la reanudada labor de los labios y lenguas en rabiosa busca. Labios y lenguas unidos, lenguaje de juventud (Cohen: Bella del Señor). 

La pasión consumada, el acto de amor, es entusiasmo en el sentido etimológico: ser como un dios, o mejor aún, convertirse en un dios. Debemos aprovechar al máximo los días de la felicidad, apurar las horas de arrebato para que, al llegar el momento de bajarse del tiovivo, sepamos que hemos sido fieles a la inmortal divisa «Carpe diem». 

¡O la más de las tristes, triste, tan poco tiempo poseydo el placer, tan presto venido el dolor! […] ¿Cómo no gozé más del gozo? ¿Cómo tove en tan poco la gloria que entre mis manos tove? O ingratos mortales, jamás conosces vuestros bienes sino quando dellos caresceys (Rojas: La Celestina).

Toda traducción literaria o artística del amor físico es limitada, por conseguida que esté. Incluso las versiones salidas de grandes plumas se asemejan enormemente a la descripción de Desmond Morris en El mono desnudo, retrato zoológico del Homo Sapiens que fue un bestseller entre los jóvenes estudiantes a finales de los 60. Estamos ante el relato desapasionadamente científico de lo que sucede, narrado con la pulcra asepsia con la que podría explicarse el funcionamiento del motor de explosión. 

Que se lo piensen dos veces aquellos que, inmersos en un consumo compulsivo e inútil, pretenden estar ejerciendo su ‘libertad’. Se trata de un comportamiento biológicamente primario

Pero ¿esto es todo? Sin duda el cuadro es suficiente si hablamos de la aleatoria gimnasia más o menos rítmica del aquí te pillo, aquí te mato. También lo será en el caso de los abrazos rutinarios y pasteurizados destinados a rellenar el cupo mensual de coitos. Y desde luego, excederá el borroso goce de aquellos cónyuges católicos que, antes de obrar, recitaban preventivamente aquello de «no es por vicio, ni es por fornicio / que es para tener hijos / para Vuestro santo servicio». 

En cambio, el mero dosier biológico no puede ni de lejos comunicar el gozo inefable y la alegría casi mística del sexo amoroso. Si ya es labor harto complicada intentar escribir una Crítica de la pasión pura, las dificultades se multiplican si pretendemos emprender la Crítica de la pasión práctica. Acaso solo la música sea capaz de aproximarse a la experiencia erótica, como ocurre en la impresionante Liebestod del acto II de Tristán e Isolda de Wagner. Por eso, en mi opinión, esta es la mejor recreación literaria del éxtasis amoroso:

Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! [...] y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias(Cortázar: Rayuela). 

Crítica de la pasión práctica