sábado. 17.08.2024

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Todo el mundo se ha enterado: una boxeadora italiana se retiraba en los compases iniciales del combate de octavos de final de la categoría de 66 kilos de los recientemente clausurados Juegos Olímpicos de París. En las imágenes televisivas no se aprecia que su rival argelina llegue siquiera a emplearse a fondo, el abandono tiene lugar en apenas 46 segundos, tras un breve intercambio de golpes. Se han imputado todo tipo de declaraciones a la boxeadora derrotada, en su mayor parte manipuladas, siendo lo más explícito que he encontrado una breve entrevista a un medio de su país con posterioridad inmediata al combate, en la que explica, después de insistir de manera algo insidiosa el entrevistador, que había recibido un fuerte golpe en la nariz, tras del cual «o me paraba o me habría hecho daño de verdad». Es importante reseñar que desde los días previos al inicio de la competición de boxeo se venía cociendo mediáticamente una potencial polémica en torno a una pretendida masculinidad de esta boxeadora argelina, así como de otra taiwanesa.



El caso sigue siendo a día de hoy un pastiche de bulos, medias verdades, desmentidos, retractaciones y denuncias: un escenario desencadenado a su propia conveniencia por esta nueva extrema derecha, a la que basta impulsar con un chorlito una semillita envenenada por las cañerías de la información y la comunicación para obtener las condiciones necesarias para que los debates democráticos, bien no lleguen a tener lugar, bien se celebren bajo garantías degradadas, de manera sumarísima si se me permite. La estratagema es del todo eficaz: quienes emiten el bulo lo hacen comprometiendo severamente a una serie de actores, para luego retirarse a una posición “neutral” de observación externa mientras unas y otros se afanan a justificarse incrementando la confusión (habida cuenta que el referente de la discusión es falso), empleando para ello los múltiples canales y altavoces que pone a disposición la sociedad de la información. De este modo, al debate democrático no se termina de llegar por la acción del conjunto de actores a los que se ha implicado (y, si se llega, es de un modo viciado y en desigualdad de condiciones, pues algunos actores acusan mayor desgaste que otros, por ejemplo una voz feminista puede llegar al debate con apariencia de tránsfoba sin serlo en absoluto). Ello aparentemente descarga de responsabilidad a quienes miran desde fuera, que son las mismas voces que han puesto en marcha los mecanismos. Es en este sentido que la extrema derecha se ha reinventado en la sociedad actual para reventar la democracia desde dentro, motivo por el cual considero que nos equivocamos en nuestro empecinamiento a seguir diagnosticándoles como “fascistas. Quienes cocinan, emiten o difunden deliberadamente bulos, ya se llamen Miguel Ángel RodríguezAna Rosa QuintanaEduardo Inda o Alvise Pérez, son terroristas de la democracia, y como tales deberían acabar en la cárcel (sí, ya sé que el chiste se cuenta solo).

Desde los días previos al inicio de la competición de boxeo se venía cociendo mediáticamente una potencial polémica en torno a una pretendida masculinidad de esta boxeadora argelina

Mi objetivo aquí, en cualquier caso, no es tratar de poner nada de esto en orden. En primer lugar porque ya lo ha hecho un positivamente insólito (para un diario del nivel de Marca) artículo de Fernando Carreño publicado el 2 de Agosto o un par más recientes de Miguel Lorente en Infolibre. En segundo, porque mi antipatía por algunos de los entes participantes en la discusión me impide ser objetivo: ¿cómo confiar en lo que diga un Comité Olímpico Internacional, que da la presidencia por 21 años a un irredento franquista y especulador, tardo-aristócrata por campechana designación, como Juan Antonio Samaranch, organización que, addirittura!, tiene desde hace años al propio hijo calentando (en la vicepresidencia) para salir? ¿Cómo se puede subrayar en la web oficial sus esfuerzos por reintegrar a Sudáfrica al movimiento olímpico tras el apartheid, obviando infamemente que fue procurador de cortes al servicio de un régimen criminal regado de campos de concentración? ¿Cómo por un lado se dice que la institución pretende promover “los valores universales y olímpicos de paz, solidaridad, respeto y unidad” al tiempo que se deja que Israel compita mientras bombardea escuelas palestinas? 

Volviendo al tema que nos ocupa, aquí no discutiré que el sexo pueda ser en determinados casos una cuestión complicada de dirimir desde el punto de vista biológico; lo que en absoluto significa que defienda que esos casos deban determinar un marco normativo general en el que movernos o que el sexo sea un rasgo a la carta. Antes bien, me centraré en algo que ha pasado desapercibido en toda esta polémica: el deporte como escaparate para las representaciones de género, y más concretamente el refuerzo que este tipo de bulos realiza sobre aquellas representaciones sexistas. 

En realidad, acontecimientos mundiales en torno al deporte, especialmente los Juegos Olímpicos (por la participación de ambos sexos en las competiciones), sobre todo tras la generalización de las retransmisiones televisivas, han sido escaparate para las representaciones políticas en general: no hay más que pensar en la intimidación que producía ver llegar a aquellos combinados soviéticos de baloncesto con gente como Semiónova o Tkachenko, el individualismo galopante con que se emplean los jugadores de la NBA, el elitismo aristocrático y burgués de deportes como el tenis, la vela, el golf, la ceremoniosidad de algunas de las disciplinas de tradición oriental. Ocurre, sin embargo, que las representaciones de género son también a su vez representaciones políticas, con la diferencia respecto a los ejemplos anteriores de que no es un territorio el referente principal que las justifica; antes bien, las representaciones de género son transversales a las definiciones territoriales, sirviendo para afirmar y remachar un modelo hegemónico de sociedad global que, en el marco de unos juegos olímpicos, encuentra en el desempeño por parte de atletas en diferentes disciplinas, múltiples vías para la expresión de una pretendida supremacía. 

Las representaciones de género son transversales a las definiciones territoriales, sirviendo para afirmar y remachar un modelo hegemónico de sociedad global

Por ello, de igual modo que nos resultan naturales los paralelismos entre el comportamiento individualista de los jugadores de la NBA y el capitalismo salvaje de los Estados Unidos, o entre la sobriedad de aquellos equipos de los que formaba parte Uliana Semiónova y el comunismo de la URSS, las representaciones de género deberían saltar también a la vista. Y, sin embargo, más allá de lo ostensivo, de lo estético, suelen pasar desapercibidas. En este sentido, no se suele reparar en que las disciplinas olímpicas típicamente femeninas, como la gimnasia rítmica, con independencia a su sexismo estético, tiendan a decidirse por las valoraciones subjetivas de los jurados, por lo general cualitativas al margen de que puedan sustentarse en criterios más o menos objetivos. Esta subjetividad es la misma que gobierna el espacio doméstico (privado), muy presente por ejemplo en las normas que determinan qué tareas domésticas corresponden a las mujeres (seguro que tienen en mente la parodiada escena de matrimonio en que el hombre no termina de percibir la suciedad en el cuarto de baño que sí percibe la mujer, por lo que acaba fregándolo esta última ante el desinterés de aquél). 

Puede decirse, en cambio, que el resto de competiciones olímpicas son típicamente masculinas. Que sean típicamente masculinas no significa que las mujeres no puedan participar en ellas, sino que han sido concebidas para los hombres tomando como referencia la racionalidad económica que gobierna el espacio público. Por ello, como sucede en el mundo del trabajo profesional, el cual articula en gran medida el espacio público, los resultados tienden a medirse de forma objetiva: fuerza, velocidad, altura, distancia (para las pruebas de lanzamiento), peso, goles, canastas (este no es el momento, pero estos criterios objetivos definen también las tareas domésticas típicamente masculinas). 

Incluso en las sociedades más igualitarias (entre las cuales, por cierto, se encuentra la española) niñas y niños ingresan a la educación infantil con una carga socializadora dirigida al espacio privado o al público respectivamente (por eso no se sostiene defender que las mujeres no suelan elegir estudiar ingenierías por una cuestión de libertad individual). Por ello, podemos defender que las mujeres se integran en estas disciplinas deportivas como invitadas y no como practicantes legítimas, como si estuvieran de prestado, contando como mínimo con un déficit de socialización respecto a los hombres (conviene no olvidar que las personas adultas a cargo de la socialización primaria, la que tiene lugar en el espacio doméstico, sacan un mínimo de 20 años a las personas en trámite de ser socializadas). En este sentido, el histórico de incorporación de las mujeres a las distintas disciplinas olímpicas no arroja dudas: en 1900 se hablaba, literalmente, de deportes “de naturaleza femenina”; en Ámsterdam 1928 las mujeres pueden participar en los 100 metros lisos, pero hasta Los Ángeles 1984 no pueden hacer lo propio en la maratón; no es hasta Sydney 2000 que existe competición de salto con pértiga, halterofilia o waterpolo; sólo desde Londres 2012 se les permite participar en boxeo. 

El verdadero logro se alcanzará cuando sean los hombres los que participen en disciplinas típicas de mujeres

A día de hoy, las mujeres pueden participar y participan en todas las disciplinas olímpicas, no así los hombres, que no pueden hacer gimnasia rítmica, y pueden sólo desde este año participar en natación sincronizada, aunque no lo hayan hecho. Y este punto es fundamental, porque el verdadero logro se alcanzará cuando sean los hombres los que participen en disciplinas típicas de mujeres: nuestra sociedad (entiéndase la ironía) tolera que una mujer “se esfuerce hasta lograr realizar una actividad propia de hombres, aunque esté impedida biológicamente para hacerlo a su nivel”. Lo contrario se tolera en mucha menor medida: no se percibe de la misma forma una niña que juega a construir cohetes con piezas de Lego, respecto de un niño que se pone coloretes con un set de maquillaje; ni una mujer alistada en el ejército, frente a un hombre que trabaja como asistente doméstico; mucho menos una mujer que curse ingeniería informática respecto a un hombre que estudie para técnico esteticista. Y no es lo mismo, porque los primeros casos subrayan la excelencia de la mujer, mientras que los segundos “degradan” al hombre como tal, en tanto “deterioran” su masculinidad. En definitiva, porque en nuestras sociedades industriales ser hombre heterosexual es un estatus

Detrás de estos bulos olímpicos, pues, está reaccionar frente a la amenaza de que ser hombre deje de ser un estatus, por lo que lo prioritario es evitar un debate público sobre la cuestión, o bien viciarlo de tener que llegar a él. No se trata sólo de advertir de que no se puede ser hombre “haciendo trampas”, sino sobre todo de preservar la esencia de la competición masculina, que es el modelo que permite afirmar el masculino genérico representacional, en base al cual las diferencias biológicas entre hombres y mujeres pueden seguir sobredimensionándose (pues estas diferencias no son en realidad tan importantes, por ejemplo la diferencia entre el récord mundial de los 100 metros lisos entre hombres y mujeres es de 91 décimas, de hecho el récord de España masculino está sensiblemente más cerca del mundial femenino que del masculino; como es lógico, estas diferencias son más importantes conforme más tardía es la incorporación de las mujeres a una disciplina determinada). Y como se trata de un estatus inalcanzable para quién no haya nacido con el “don”, nadie machista defenderá jamás que una mujer pueda hacerse pasar por hombre para “asegurarse la medalla” en la competición de natación sincronizada. Conviene, pues, no confundirse: lo que buscan las ideologías sexistas antidemocráticas con estos bulos de nuevo cuño es garantizar el mantenimiento de la segregación por sexos en las ventanas por las que consumimos deporte, con la única esperanza de entorpecer los avances de las mujeres. No lo conseguirán. 

Bulos olímpicos y representaciones de género