martes. 16.07.2024
2017_Volem_Acollir_a_la_Generalitat

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A finales de 2015 los europeos veíamos a diario en las pantallas de nuestros televisores imágenes que a muchos nos removían el estómago y la conciencia: la llegada a Grecia en pateras de personas que buscaban refugio. Hombres, mujeres y niños, que huían de la guerra y del hambre de sus países, desembarcaban en las playas de Lesbos. Unos eran de Siria, otros de Irak, Irán, Kurdistán, Pakistán o Afganistán. Nada menos que un millón de personas llegaron en dos años a Grecia.

Para hacer frente a esta mal llamada “crisis de refugiados” la Unión Europea creó un sistema de cuotas que establecía una cifra de personas que cada Estado debía asumir en función del producto interior bruto (PIB), de la población o de la tasa de desempleo. Sin embargo, la realidad fue que la mayoría de los países hicieron todo lo posible por eludir sus compromisos y las cifras comprometidas quedaron muy lejos de la realidad. España, por ejemplo, un año después del Acuerdo UE-Turquía, había reubicado a 1.983 personas, tan solo un 11% de lo comprometido.

Precisamente, como denuncia de esta actitud poco comprometida y nada solidaria de las administraciones públicas, en Cataluña se generó un movimiento de masas espectacular que nos hizo sentir orgullosos de nuestra pertenencia a una sociedad activa y movilizada en torno a la solidaridad. Aquel movimiento se conoció como “Casa Nostra, Casa Vostra, al que le añadíamos, para completar el mensaje, la estrofa de la maravillosa canción de Jaume Sisa: “Oh, benvinguts, passeu passeu, de les tristors en farem fum, a casa meva és casa vostra si es que hi ha cases dalgú”.

Se acuñó un lema, o mejor dicho un grito: “Volem acollir!” que se colgó en colegios y universidades y, sobre todo, en las fachadas de los ayuntamientos e instituciones públicas. Incluso en el balcón principal del Palau de la Generalitat. Sí, repetíamos, nosotros queremos acoger a estas personas inmigrantes que necesitan un hogar, que huyen de las bombas y del hambre. Nos decíamos con orgullo, e incluso con un poco de prepotencia al sentirnos mejores y diferentes de esas sociedades en las que se había extendido el discurso racista y de odio. Repetíamos con razón: “nosotros tenemos medios” como nos anunciaban a “bombo y platillo” los alcaldes y portavoces políticos. “Somos una sociedad de acogida”, nos repetíamos y nos repetía TV3 y otros medios de comunicación.

Con este objetivo, se movilizaron más de 3.000 personas voluntarias en torno a la campaña “Casa Nostra, Casa Vostra”. Y más de 130.000 personas firmamos un manifiesto denunciando “la inacción del Estado español” y manifestando nuestra voluntad de que “Cataluña sea tierra de acogida y se garantice la inclusión y el desarrollo social digno de las personas migradas”. Incluso se organizó un gran concierto en el Palau Sant Jordi, como en las grandes ocasiones, en el que actuaron una cincuentena de artistas y al que asistimos más de 15.000 personas que no paramos de gritar “Volem acollir!”, Volem acollir!”.

Aquel grito, aquellas pancartas y tantas declaraciones políticas, habrían sido bonitas si hubieran sido verdad. Habría sido muy hermoso si hubiera expresado de verdad los valores de esta sociedad catalana. Pero parece que no, que fue una moda, un espejismo. Hoy se revela la verdad frente a la gravedad que vive Canarias, uno de los destinos de la ruta migratoria más letal del mundo, con casi 5.000 personas muertas en lo que llevamos de año y con cerca de 19.000 personas que han llegado a sus playas, un 220% más que en estas fechas del año pasado,.

Un espejismo cuando vemos que, frente a la alarmante situación que vive Canarias, desbordada en la atención de los miles (6.000, para ser precisos) de niños y niñas inmigrantes no acompañados y para los que esta CCAA ha abierto en un año 50 centros nuevos para atenderlos, pasando de 30 a 80 dispositivos, la respuesta de la Generalitat ha sido rechazar la acogida de solo 31 menores migrantes en una sociedad de 8 millones de habitantes, por razones administrativas y burocráticas. No es solo una indignidad política que ensucia aquella pancarta en el balcón de la Plaça Sant Jaume, es también la expresión del silencio de aquella sociedad que gritaba por la calle “Volem acollir”, Volem acollir. Y que hoy rechaza acoger, o hace oídos sordos, a 31 niños y niñas menores no acompañados, olvidando aquel hermoso manifiesto que afirmaba que “Cataluña sea tierra de acogida y se garantice la inclusión y el desarrollo social digno de las personas migradas”. Pues no, ¡una mierda!

“Volem acollir!”, una merda!