domingo. 13.10.2024
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¿Alguien me podría explicar por qué estas conversaciones del Emérito -hasta cuándo seguiremos llamándole así- con Bárbara Rey las ha dado a conocer OkDiario, de don Eduardo Inda, todo un paradigma de periodista íntegro y veraz? ¿Por qué irrumpen ahora y con qué objetivos? ¿Quién o quiénes están detrás? Considero que una ciudadanía con espíritu crítico debería hacerse esas preguntas. ¡Qué menos! ¿Nadie desde la institución monárquica y de los gobiernos de Felipe González y José María Aznar, que ocultaron todos estos desmanes y que presuntamente supusieron un cuantioso gasto público de muchos millones de pesetas nos van a dar una explicación? Además, hay datos en estas conversaciones que atañen a asuntos de Estado, como cuando habla de Armada, que podrían cuestionar el protagonismo salvífico de Juan Carlos I de nuestra democracia el 23-F. Como hipótesis, quizá la publicación de estas conversaciones se justifique como un cortafuegos para salvaguardar la figura de Felipe VI. Cuánto más se denigre al Emérito más resplandece la figura impoluta de su hijo. Pero, la institución monárquica también sale profundamente dañada.

Preguntado por el tema Felipe González de muy malas maneras contestó: ¡No tengo ni puta idea! Pues tendría que saberlo, no nos tome a los españoles por bobos. Este mismo jueves acudieron Felipe González y Alfonso Guerra al programa Espejo Público de Susana Griso, cabe pensar que con la escopeta bien armada para cargar contra Pedro Sánchez. ¡Qué animadversión le tienen! Es algo patológico. Pero, he aquí, que se vieron sorprendidos cuando se les preguntó sobre las conversaciones del Emérito, y mostraron su profundo malestar. Alfonso Guerra contestó: Pero vamos a ver, perdone, ya hay programas de televisión que se dedican a ese tipo de temas. Seguramente en esta emisora no lo sé, no lo sigo, pero ya hay programas que se dedican a salvar el mundo. No creo yo que sea propio de un programa como este, intentó zanjar Guerra, imponiendo sobre qué debe hablar Espejo Público y considerando que 3,6 millones de euros públicos para pagar a una vedette no eran una razón suficiente para preguntar al expresidente y exvicepresidente de España que autorizaron esos pagos. Felipe González se unió a Guerra contra la presentadora: “Ahí estamos de acuerdo”. La periodista, ajena a su unión para evitar responder, insistió: “¿Cómo no va a ser propio, señor Guerra? Si se ha dicho que [Bárbara Rey] chantajeó al Estado, que el gobierno socialista y el de Aznar pagaron hasta 600 millones de pesetas a cambio de su silencio...”. Sin dejar de mostrar su incomodidad, para intentar empujar a cambiar de tema, Felipe González sentenció: “No es verdad, pero bueno. En mi caso eso no es verdad, pero me da igual, es que no voy a entrar en esos temas. No es serio, por favor, continuando por usar ejemplos demagógicos para apuntar que hay otras cosas más importantes: “Hay un huracán destruyendo el mundo, una guerra en Ucrania, un tipo que ha perdido las elecciones en Venezuela y no quiere entregar el poder, una guerra en oriente medio devastadora y¿nosotros vamos a estar perdiendo el tiempo en chismografía? Yo no, desde luego”. Podrán decir lo que quieran ambos. Sin duda que conocían estos hechos. Mas, la verdad desagradable asoma: el CSID -a partir del 2002 fue el CNI-, da la impresión que actuó como una especie de Celestina y además asumiendo los gastos de los encuentros. Admitamos que por “cuestión de Estado” hubo que pagar un chantaje para que no salieran a la luz estos hechos. Pero, es que después de pagar han salido a la luz. ¡Vaya incompetencia!

En cuanta a la respuesta de la Corona ni está ni se la espera. Una institución de carácter divino no entra en estas nimiedades. ¿La Conferencia Episcopal Española tan preocupada por la salvaguarda de la moral en la sociedad española llevará a cabo alguna declaración sobre estos actos del Emérito?

Mas lo ocurrido tiene una explicación. Muchos años a los españoles se nos han ocultado determinados comportamientos poco ejemplares del Rey Emérito, del jefe del Estado. De esta situación son responsables la política, la academia y los medios de comunicación. La explica perfectamente un artículo del periodista Luis Fernando Ramos Fernández, Los escándalos de la Corona española en la prensa digital y el futuro de la Monarquía. De la amnesia y silencio cómplice al tratamiento exhaustivo en los medios de 2012. Durante la transición política primero, y más tarde, a lo largo de su reinado, los medios de comunicación españoles, salvo contadas excepciones, se autoadministraron sucesivamente una dosis de amnesia y otra de tolerancia o ignorancia o tratamiento benévolo de aquellos aspectos que afectaban al Rey, su casa y su familia. Hubo un «blindaje mediático», «cordón sanitario» o «pacto de silencio», que tuvo una vigencia inesperada. No pocas veces, tras aparecer informaciones en la prensa extranjera, los medios españoles se daban por enterados de asuntos de nuestro jefe de Estado, sin atreverse a publicarlos.

La falta de debate sobre Monarquía o República se evidencia en que los menores de 40 o 50 años se manifiestan despegados de una institución sobre la que sus padres no pudieron opinar

La falta de debate sobre Monarquía o República se evidencia en la medida que los menores de 40 o 50 años se manifiestan despegados de una institución sobre la que sus padres no pudieron opinar. Pero, lo que resulta especialmente perverso intelectualmente, es que se pretenda argüir que existió un verdadero debate acerca de la Constitución de 1978 en su aspecto esencial: la forma de Jefatura del Estado. En este sentido, conviene recordar que el instrumento que imposibilitó en su día ese necesario debate –que sigue pendiente– así como el pacto de silencio sobre el Rey, fue el Decreto-Ley de 1 de abril de 1977 (BOE: 12-4-1977, nº 87), sobre libertad de expresión, como nueva normativa sobre la materia que derogaba el artículo 2 de la Ley de Prensa de 1966, de Fraga Iribarne, y que suprimía parcialmente el secuestro administrativo de publicaciones y grabaciones y reforzaba los mecanismos jurídicos para la persecución de los delitos de calumnia e injuria. El Art. 3º. B) del citado Decreto establecía que la Administración podía decretar el secuestro administrativo cuando un impreso gráfico o sonoro contuviese noticias, comentarios o informaciones que fuesen contrarios a la unidad de España, constituyesen demérito o menoscabo de la Monarquía o que de cualquier forma atentase al prestigio institucional de las Fuerzas Armadas. Nadie podía predecir entonces la dirección de los acontecimientos, pero ante la amenaza de secuestro, muy pocos se arriesgaron a cuestionar la monarquía, proponer una profunda reforma del Ejército o fórmulas de articulación territorial del Estado fuera del marcado terreno para debatirlo. Aquel proceso derivó –algunos afirman que cautivados por la simpatía personal del monarca– en un tratamiento exquisito de las cosas del Rey. No habría de ser en los periódicos, sino en algunos libros donde fijarían su residencia las críticas o los comentarios más comprometidos.

En España los medios se convirtieron en los mejores creadores de ese «imaginario monárquico» impuesto como casi natural

Según Chomsky y Herman en la transmisión de mensajes simbólicos para el ciudadano de la calle, los medios, aparte de las funciones tradicionales (entretener, divertir e informar) inculcan valores y pautas de comportamiento para integrarse en las estructuras institucionales de la sociedad. En España los medios se convirtieron en los mejores creadores de ese «imaginario monárquico» impuesto como un elemento casi natural, como parte del ecosistema de la sociedad moderna. Ese concepto de «Imaginario monárquico» fue como una especie de sentimiento generalizado de aceptación sumisa de que hay personas, situaciones e instituciones que existen per se, sin que a los demás nos sea dado cuestionarlas. La monarquía es una de ellas, la más evidente, sin duda. Además de ser su representante, Juan Carlos I un dechado de perfección, al que todos los españoles de bien deberíamos estar profundamente agradecidos. Nos trajo la democracia bajo el brazo.

La dinastía borbónica en España tiene una gran capacidad de supervivencia, vuelve una vez tras otra

Las secuelas de estos hechos son diversas, todas muy graves para el buen funcionamiento de nuestra democracia. Una de ellas es la siguiente. Como señala en su libro Ejemplaridad pública el filósofo Javier Gomá, los políticos, sus mismas personas y sus vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Y como son muy importantes para nuestras vidas, atraen sobre ellos la atención de los gobernados y se convierten en personajes públicos. Por ello, sus actos no quedan reducidos al ámbito de su vida privada. Merced a los medios de comunicación de masas se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Por ello, pesa sobre ellos un plus de ejemplaridad. Y tal como estamos observando el Emérito ha actuado con una brújula moral poco ejemplar. Un presidente de la República, tales hechos no los hubiera soportado, pero un Rey sí, pero ya sabemos que su legitimidad se basa en la historia, no en la soberanía popular. Conviene mirar nuestra historia. En un país normal los Borbones ya habrían desaparecido de nuestro panorama político. Los Borbones, fueron tres veces expulsados: la primera con Isabel II tras la revolución en 1868. La segunda, con Alfonso XIII, en 1931, tras unas elecciones municipales. Y ahora el Emérito por sus actuaciones, finalmente conocidas. Los indicios de las prácticas corruptas de Juan Carlos I son cuantiosos, y lo son desde el principio de su actividad política. Mas, la dinastía borbónica en España tiene una gran capacidad de supervivencia. Vuelve una vez tras otra. Da igual los errores cometidos. Y vuelve a ser restaurada. No hay tampoco que olvidar lo que dijo el conde Romanones: “Al oír a algunos gritar “Abajo la Monarquía”, he recordado las veces que la adularon, se apresuraron a servirla y le rindieron pleitesía”.

Termino, insisto: ¿Los españoles no nos merecemos alguna explicación? Aunque por lo que estamos observando con el morbo de las conversaciones y las fotos muchos españoles ya estamos más que satisfechos. No obstante, ante la pasividad, la indiferencia y la pachorra observada en la ciudadanía me viene a la memoria un artículo publicado por Francisco Silvela el 16 de agosto de 1898, en el periódico El Tiempo de Madrid “Sin pulso”, poco después del desastre colonial, que causó una gran conmoción en la opinión española: «Quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo; pero no se oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes. Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso».

¿No nos merecemos una explicación sobre el affaire del Emérito y Bárbara Rey?