viernes. 11.10.2024

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En un artículo de septiembre de 2022, publicado en nuevatribuna.es, utilice el verbo procrastinar para definir la actuación de la dirección política, una determinada administración pública, eludiendo decisiones perentorias, mirando para otro lado, buscando "actividades públicas" más gratificantes, puramente propagandísticas para competir en el mercado electoral. Ya no se trataba de fijar y alcanzar objetivos en beneficio de los ciudadanos, sino en aparentar su consecución envolviendo el producto resultante en una atractiva campaña publicitaria.

Por el camino, todo lo que hubo, allí donde lo hubo, se derrumba como un castillo de naipes ante la mirada cada vez más severa, y por otro lado frívola rozando la paranoia conspiranoica, de un porcentaje significativo de pasados y futuros electores. Alrededor se observan los signos de que nada, o casi nada, va bien, y se buscan culpables o se derivan culpabilidades hacia los otros, el enemigo al que hay que combatir. 

La retórica reaccionaria de la que nos habla, y denuncia, Hirschman, el desprecio a la dirección política (empresarial) que manifiesta Oakeshott

Las señales aparecen por doquier: desde la enfermedad y muerte de centenares de miles de pinos provocadas por la sequía, hasta los 20 meses que se tarda en el reconocimiento del Grado de Discapacidad en la Región de Murcia. Cuando circulamos por los montes y observamos las manchas marrones de la sequía en extensas masas forestales, reflexionamos sobre el cambio climático, sobre la inexorabilidad de un futuro que se torna incierto y amenazante. Cuando leemos en la prensa que las listas de espera se alargan en el tiempo, se nutren de nuevos solicitantes en una interminable espera que solo provoca incertidumbre y enfado, o cuando observamos el parque público de centros educativos, hospitales, centros de atención primaria, cada vez más deteriorados en lo físico y carcomidos por la termita de la inconsistencia existencial en lo espiritual, tal vez recordamos a Cicerón y exclamamos interiormente: ¡o tempora, o mores! 

Y seguimos procrastinando, evitando el problema mediante la técnica futbolística del patadón al área contraria. Entonces, echamos mano a las ideas fuerza, esa que repetidas machaconamente se convierten en verdades incuestionables en el mercado político: estamos infra financiados, estos o aquellos nos roban, nos odian porque somos la región, o el país, donde mejor se vive… Todo para ocultar la cruda realidad: ni hay acción política, ni se la espera, ni se sabe que es y en qué consiste. Posmodernidad, liquidez, supervivencia política como objetivo último, flacidez, decadencia. 

En definitiva, la retórica reaccionaria de la que nos habla, y denuncia, Hirschman, el desprecio a la dirección política (empresarial) que manifiesta Oakeshott. Cualquier intervención política en la economía para conseguir un determinado fin, una mayor igualdad social, por ejemplo, tendrá consecuencias más gravosas que la inacción. Dejar fluir el tiempo, contemplar como la sociedad se acomoda en peores servicios sociales, educación pública o sanidad es siempre más rentable políticamente a que se demuestre políticamente que confiamos la gestión de lo público a políticos incapaces. Dejar que todo se pudra vistiéndolo con los ropajes de lo inamovible está de moda. 

El mejor dinero es el que el está en el bolsillo de los ciudadanos, un eufemismo para ocultar la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos, se ha convertido en el lema político de muchos presidentes autonómicos y nacionales

Todo lo expuesto lleva a los operadores políticos a concebir el mercado electoral como un espectáculo a la antigua usanza del “pan y circo”. El mejor dinero es el que el está en el bolsillo de los ciudadanos, un eufemismo para ocultar la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos, se ha convertido en el lema político de muchos presidentes autonómicos y nacionales, a lo que se añade la invocación a futuras tierras de libertad y nuevas fronteras que descubrir. 

En este contexto, poco queda que decir: si los bosques se queman, si los ríos se secan, si las tierras se empobrecen, si los hospitales, escuelas, centros sociales se deterioran, si los servicios públicos son cada vez más ineficientes, si los derechos subjetivos y colectivos de los ciudadanos tardan un tiempo inaceptable en garantizarse, si es que llegan a serlo, si cada vez resulta más problemática tener como interlocutores de lo público a personas como tú o como yo, y no a lenguajes artificiales o procedimientos electrónicos desquiciantes, nos queda el espectáculo escenificado en redes sociales y medios de comunicación: el “tú más”, la invención de enemigo y sus actos malévolos, el recurso a las procesiones y rogativas, la ostentación de símbolos de prestigio social, y, sobre todo, el recurso a procrastinar a la espera de que el resto de contrincantes políticos no sepan gestionar la banalidad pública en la que vivimos inmersos.  

Procrastinar, una moda politica