domingo. 07.07.2024
gurruchaga

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Como es bien sabido, Borges ya lo dijo casi todo. Hasta se molestó en precisar cuáles eran los cuatro temas fundamentales de la literatura de todos los tiempos: el amor, la muerte, el tiempo y el viaje. Este último está hoy tan de moda que ya desde hace muchos lustros es objeto incluso de parodias y burlas, pues las agencias, múltiples ellas, nos venden periplos todo el día junto a los sobres de sopas, “El Tío de la Bota” y el Persil que todo lo limpia. Aquí está, quizá, la oportunidad de este artículo. Lo de las parodias -recuerden- empezó en nuestras “Españas” con la Orquesta Mondragón, cuando Gurruchaga se reía igual de las pelucas para hombre que de los viajes: “Viaje con nosotros si quiere gozar/y disfrute” -año 1980; y ya ha llovido-.

Lo primero que se nos viene a las mientes es -por citar un gran texto de una autora contemporánea- cómo puede haber libros que se titulen Viajar es muy difícil, como el de Nuria Amat, 1995, y en cambio se haya convertido hoy el viaje en una epidemia masiva que amenaza incluso al planeta Tierra. O estamos hablando de cosas distintas o es que la autora no ha entendido nada de nada y se ha quedado atrancada en el concepto. Veamos.

En el texto citado nos encontramos con cantidad de ejemplos para “desfacer este entuerto”, aunque para no cansar nos limitaremos a dos. Uno, Pessoa y su modo de viajar: el poeta portugués jamás se movió de las pensiones y los cafés del barrio lisboeta del Chiado. Su modo de viajar se basó en crear tantos heterónimos como países en los cuales quería aventurarse. Toda una galaxia de heterónimos a cual más diverso y exótico; los hay franceses, ingleses, brasileños, italianos, españoles y alemanes. También algún portugués como Ricardo Reis o Álvaro de Campos; el primero murió en Brasil y el segundo estudió en Glasgow y terminó viajando por Oriente. Incapaz de preparar un baúl de viaje, Pessoa no llegó siquiera a París, donde vivía su querido amigo Mario de Sá Carneiro.

Dos, Kafka. Su método de viaje fue entregarse a la búsqueda y captura de amantes que vivían en ciudades y países que no fueran Praga. Empezó con Felice Bauer (Berlín), siguió con Julie Wohryzek (Schelesen), prosiguió con Milena Jesenska (Viena) y terminó con Dora Diamant (de nuevo Berlín). Sin llegar a esos extremos radicales, los libros de viajes son todo un género, con cimas como Kapuscinski, Ébano, o El libro de las aguas, de Eduard Limonov, por no citar autores como Claudio Magris, El Danubio, que sólo indican que el viaje fue sobre todo mental, que hubo búsqueda de conocimiento a lo largo y ancho del mismo y, por tanto, aventura. Indican que el viajero aprendió tanto que necesita contárnoslo, lo cual resulta imposible de creer para cada uno de los alienígenas que componen las reatas del turismeo que bajan por las escalinatas de los cruceros de doce pisos, infestan nuestras calles y luego vuelve al redil para repetir lo mismo en la siguiente escala. Aquí sólo hay traslado de cuerpos y bultos sin ton ni son, como vacas sin cencerro, que es lo que da dinero. Es ir de La Ceca a La Meca, y no precisamente por peregrinación religiosa, que ya sería algo, sino por cosa tan pedestre como huir del aburrimiento, ese “evento consuetudinario que acontece cada día en la rúa”. ¿Alguien se imagina al gran escritor Jorge M. Reverte, quien siempre dijo que la primera condición del buen viajero era hacerlo solo, en una de esas reatas?

Si fuéramos al psicólogo antes de pagarnos un crucero quizá no contamináramos tanto

Porque la pregunta psicoanalítica que habría que hacerse antes de pagar un crucero es de qué huimos, por qué necesitamos escapar como sea a algún lado del planeta; es decir, si fuéramos aunque fuera al psicólogo antes de pagarnos un crucero quizá no contamináramos tanto. Esto de los 84 millones del turismeo referido a España, por ejemplo, viene del aburguesamiento masivo de las clases medias. Si nos fijamos, aunque sólo sea, en los cuadros de los reyes y nobles de nuestros museos veremos que junto a ellos aparecen siempre el enano, el bufón y el perro. Eran el soporte de su soledad para tantas horas de vacío existencial. Eso es lo que ha llegado a la masiva burguesía de Occidente. ¿Quién jugaba al tenis a comienzos del siglo XX? ¿Quién y cuántos hacían turismo? ¿Qué tanto por ciento de la población tenía mascota? El ciudadano, municipal y espeso, siempre que puede termina imitando a la aristocracia. Isabel II, la nuestra, tenía soriasis y los médicos le recetaron baños de agua en Lequeitio. No había entonces nadie más en todas las playas de España, pero como era la reina y tenía corte, sin querer, por inercia de imitación social, terminó por poner de moda los baños de sol. Eso es hacer patria, sí señora. Ah!, y como todo el mundo sabe tenía el Palacio Real lleno de todas las razas de perros que había. Se los mandaban de París. Libros de viajes tampoco escribió ninguno, que se sepa. No aprendió ni a vestirse sola pero vaya si influyó en los burguesitos de los siglos XX y XXI. Sí, sí, la del Canal: las mascotas, el turismo de playa y los bufones, que hoy pueden ser los smartphone. Lo del enano lo vamos a dejar para algunos políticos. Los tiempos cambian que es una barbaridad. Bueno, habrá quedado claro por qué viajar es tan difícil, ¿no?

El viaje: morir de éxito