domingo. 07.07.2024
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Cuando encontré por primera vez, en los más recóndito de la selva, la empresa de los inmortales, después de resolver un enigma matemático, una esfinge holográfica me franqueó el paso, a un palacio demasiado bien conservado, para estar casi completamente abandonado. Aquella vacante era el resultado de ímprobos esfuerzos sindicales y del legendario recorte de la jornada semanal. Sin embargo, tal como se me habían adelantado yo tenía que ayudar a un jefe que no me lo iba a poner nada fácil: cuando apareció el regente-cuidador  ---un riquísimo monarca sin edad--- de aquel insólito lugar, la primera tarea que me encomendó fue alimentar a sus fieras. Siete felinos de grandes dimensiones pululaban por sus jardines, totalmente libres, con ánimo alegre y por lo tanto, la tarea de alimentarlos era bastante arriesgada, máxime cuando tenía que ser llevada a cabo por un personaje nuevo y extraño como era yo.

Obviamente aquel era un caso muy extravagante y no se podía generalizar, pero los privilegios e incluso lujos, que había ido adquiriendo aquel monarca-trabajador a lo largo de los siglos de su inmemorial vida laboral, conformaban un inverosímil contraste con la precaria situación de los jóvenes, o en la que yo mismo me encontraba.

Tras superar la prueba de las fieras -a las que tenía que alimentar con seres vivos- el monarca-cuidador me puso la prueba definitiva para comprobar si era digno de quedarme como lacayo de su pequeño reino: tenía que derrotar a un minotauro nocturno. En aquellos lejanos pagos, corrían malos tiempos para las escasas doncellas vírgenes. No en vano, a falta de un héroe que derrotara al formidable minotauro, de tanto, en tanto, se le ofrecía una ofrenda: es decir, atada a un palo y completamente desnuda, en mitad de la oscuridad de la noche, una muchacha era entregada al monstruo inmisericorde.

__Si derrotas al minotauro nocturno, podrás quedarte -dijo el monarca-cuidador.

Entonces, una vez convocados todos los espíritus de mis ancestros y tras recibir el consejo de los búhos y de las hadas, fabriqué yo mismo una poción mágica con la que derrotar primero al miedo cerval que anulaba, y luego al célebre hombre-toro que asaltaba y mataba, en las noches señaladas, a las muchachas más bellas de la región. Todo sucedió muy rápido, porque había recuperado la fe en mí mismo y cuando al día siguiente me presenté ante el monarca con la cabeza sangrante del minotauro entre mis manos, el monarca cuidador mirándome directamente a los ojos, me pidió un nuevo favor:

__Ahora que confío en ti, quiero que ahora me solicites más horas de trabajo en este palacio libre de monstruos y de insidias.

Naturalmente, yo hice caso al monarca, incluso sabiendo si le concedían esas nuevas jornadas de trabajo, no quedaría lugar para mí, en aquel palacio y tal vez volvería de nuevo a la miseria económica de la que provenía. Pero yo era persona íntegra, que había derrotado mis propios miedos y para mí las horas extraordinarias estaban a punto de comenzar en otra parte, junto a una bella princesa, que había conocido en las escaleras de aquel viejo palacio, y a la que acababa de invitar a hacer un exótico viaje.

Las horas extraordinarias