domingo. 01.09.2024
Cayucos en las costas de Senegal
Cayucos en las costas de Senegal

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Yo mismo he presentado en castellano textos debidos a Diderot cuya edición decidí titular Contra el colonialismo y las tiranías, pero aquí me gustaría proponer un concepto de nuevo cuño, el contracolonialismo, aunque por supuesto mantenga con ello el espíritu diderotiano. Ese término englobaría todos los fenómenos derivados del viejo y nuevo colonialismo. Ambos provocan a medio y largo plazo una suerte de colonialismo a la inversa. Quienes habitan los territorios esquilmados por la depredación colonialista tienen que abandonar tarde o temprano su hábitat, para buscar un lugar donde sobrevivir. Nos molesta que haya oleadas de inmigrantes, pero no solemos preguntarnos por las razones que les mueven a cambiar de domicilio. 

Las metrópolis de antiguos imperios coloniales han recibido desde siempre a quienes poblaban sus antiguas colonias. Por eso nunca han faltado, verbigracia, indios en Londres, africanos en París o latinoamericanos en Madrid. Pero en esta época es un fenómeno masivo. Estados Unidos ya no acoge a los inmigrantes calurosamente, tras el correspondiente filtro para los viajeros de tercera clase, como hace más de un siglo. Ahora pretende levantar un muro en su frontera mexicana. Los inmigrantes con menos recursos mueren al intentar abandonar su tierra de origen o son muy mal recibidos allí donde llegan, extorsionados previamente por detestables mafias que les alientan a hacer ese maldito viaje aprovechándose de su desesperación.

Quienes habitan los territorios esquilmados por la depredación colonialista tienen que abandonar tarde o temprano su hábitat, para buscar un lugar donde sobrevivir

Según algunos, la solución pasaría por establecer acuerdos para que los inmigrantes vengan durante un tiempo a nuestros dominios y luego retornes a sus lugares de partida. No advertimos que lo suyo sería mejorar, o cuando menos no seguir empeorando, sus condiciones de vida, sin explotar sus recursos naturales para beneficio de los nuevos colonialistas. Ya no se trata de conquistar el salvaje Oeste o de llevar la verdadera religión allí donde no se la conocía. Son teóricamente cosas del pasado. Tampoco existe legalmente la esclavitud. Sin embargo, las leyes amparan que un capital extranjero se lucre con los yacimientos locales o dejen sin pesca sus costas, arruinando las expectativas vitales de los nativos. 

Cuando vienen ricachones a nuestras latitudes, les recibimos con los brazos abiertos y no cuestionamos en absoluto sus creencias o costumbres. Los petrodólares logran difuminar alevosos crímenes perpetrados en embajadas y los oligarcas rusos anclan su yate junto a su despampanante mansión al margen de la procedencia que tengan sus fortunas. Pero los pobretones de solemnidad nos dan mucho miedo, porque al parecer pueden quitarnos el trabajo y ocupar nuestras casas, como si esto no lo hicieran ya nuestros próceres. El problema es que llegan a países con unos datos macroeconómicos muy solventes, cuyas cifras desafortunadamente no hacen vivir holgadamente a la mayoría. Culpar a los foráneos de nuestro infortunio nos relaja y encima esa distracción viene de perlas a los auténticos responsables del desaguisado.

Las leyes amparan que un capital extranjero se lucre con los yacimientos locales o dejen sin pesca sus costas, arruinando las expectativas vitales de los nativos

Ese simulacro de prosperidad es el autentico efecto llamada. Un espejismo que los países del primer mundo alimentan maquillando constantemente sus estadísticas, para tapar las vergüenzas de una penosa gestión. Lo cierto es que un sueldo promedio no basta ni para pagar el alquiler de una vivienda indigna y que la precariedad laboral define a un mercado de trabajo donde los beneficios arrojan saldos extremadamente desiguales. En lugar de abordar estos problemas estructurales y asegurar un reparto más equitativo de la riqueza, nos contentamos con rechazar a quienes andan peor que nosotros, considerándolos criminales en potencia. Da igual que se desmientan con evidencias, la gente quiere creer que son los foráneos quienes cometen las barbaridades, porque así cabe discriminarlos. Bajo esa óptica, solución no requiere sino deportaciones masivas y endurecer los requisitos para el asilo de cualquier signo.

Mientras tanto, los colonos israelís continúan argumentando que la tierra prometida por su dios les pertenece, haciendo valer a sangre y fuego su sagrado derecho. El poder del dinero y de las armas consigue superponerse al derecho internacional, por más tratados que se violen. Impera la ley del más fuerte. Quienes tienen armamento nuclea son intocables y al mismo tiempo pueden hacer de su capa un sayo. Ucrania era la tercera potencia nuclear, pero le convencieron para dejar de serlo por su enclave geostratégico.

Contra-colonialismo e inmigración son una y la misma cosa. Los desheredados de la tierra intentan conquistar su propio espacio vital y la política del avestruz no lo impedirá

Podemos continuar engañándonos y pensar que los problemas complejos admiten una solución sencilla, pero la realidad es más terca que nuestra fantasía desiderativa y los conflictos no desaparecerán como por ensalmo con esas recetas mágicas dignas del aprendiz de brujo. Contra-colonialismo e inmigración son una y la misma cosa. Los desheredados de la tierra intentan conquistar su propio espacio vital y la política del avestruz no lo impedirá. 

Por mucho que miremos hacia otro lado, seguirá dándose una emigración masiva cuya causalidad es multifactorial, puesto que se dan vectores de todo tipo, entre los que se cuentan la emergencia climática, los conflictos bélicos, las extremas desigualdades económicas y ese nuevo colonialismo que no deja títere con cabeza en parte alguna. El vocablo griego xenos tenía un significado muy complejo, denotando al mismo tiempo “extraño” e “invitado”, “anfitrión” y “extranjero”. La xenia era un contrato de hospitalidad. Sería bueno preguntarse por qué ha devenido “xenofobia”.  

Contra-colonialismo e inmigración