miércoles. 28.08.2024
Kamala Harris

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Kamala Harris ha devuelto la ilusión a su partido, tal como señala Fernando Vallespin en su artículo “El contagioso poder de la esperanza”. En una época como la presente, contaminada por los discursos del odio y las emociones negativas, resulta grato que haya lugar para planteamientos de signo contrario. De ilusión también se vive y, de hecho, cuesta seguir adelante cuando impera la desilusión. Por supuesto, hay que distinguir lo ilusorio de la ilusión. Lo primero es un espejismo que no conduce a ninguna parte. Pero lo segundo nos hace acariciar una esperanza cuyo cumplimiento es atractivo y sirve de sustento a nuestros anhelos en general. Kant, cuyo tricentenario celebramos, dio en distinguir las ilusiones engañosas de aquellas otras que servían para motivarnos a perseguir ciertos ideales. El formalismo ético kantiano reposa sobre la esperanza de poder cambias las cosas creyendo que cabe perseguir asintótica e indefinidamente nuestras inalcanzables metas morales.

Obviamente no se trata de abrigar vanas ilusiones que propicien desengaños, inventándonos una realidad alternativa, por muy compartida que sea

Que algo nos haga ilusión es fundamental para ir tirando sin venirse abajo. Puede tratarse de cualquier fruslería. Ese anhelo nos revitaliza. Proyectar un viaje nos ilusiona tanto como su propia realización. Las ilusiones acentúan el Eros y nos hacen olvidar al Tanatos, por utilizar el distingo freudiano. La pulsión de muerte se aviva con las decepciones y muere de inanición sin ellas. Obviamente no se trata de abrigar vanas ilusiones que propicien desengaños, inventándonos una realidad alternativa, por muy compartida que sea. Este tipo de alucinaciones abocan en una psicosis individual o colectiva, como demuestran los intransigentes fanatismos de toda laya. Negar las evidencias es una patología y habitar un mundo de avatares cibernéticos donde la realidad se vuelve inverosímil también lo es.

El modo en que nos narremos un problema podrá hacerlo más amable o agigantarlo. Las adversidades no deben mermar nuestra capacidad para ilusionarnos

Como todo cuanto merece la pena, las ilusiones tenemos que fabricarlas nosotros mismos o, en todo caso, ir adaptándolas a nuestras especiales circunstancias. Los cuentos que nos contaban en la infancia siguen jugando un papel primordial, aunque ahora el relato sea para mayores. El modo en que nos narremos un problema podrá hacerlo más amable o agigantarlo. Las adversidades no deben mermar nuestra capacidad para ilusionarnos. Para sacar fuerzas de flaqueza, necesitamos no quedar ayunos de toda ilusión. Es lo que recomienda Saint-Exupéry en “El Principito”: “Mantén la ilusión a pesar de las malas experiencias”.

Regodearnos con lo que nos ha desilusionado merma nuestras ganas de vivir. Conviene hacer de tripas corazón e ilusionarse con algo cada nuevo amanecer. “De ilusión también se vive”, como reza el título castellano de una película sobre Santa Claus, porque sin ella dan más bien ganas de irse al otro barrio. Espero no haberles desilusionado mucho con este modesto elogio a las ilusiones esperanzadoras que sirven para nutrir nuestros anhelos y mantener un tono vital aceptable.

¿De ilusión también se vive?