viernes. 02.08.2024
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Caudillo de España por la gracia de Dios. (Peseta)

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“Quienes pueden hacer que creas cosas absurdas, pueden hacer que cometas atrocidades”

(Voltaire).


De los nombres

Los nombres tienen un poder denotativo que es el que viene en el diccionario, pero con el tiempo se llenan de un significado connotativo que sustituye al primero. Tanto que, a niveles prácticos, las personas nos movemos más por este sentido último. Porque las palabras, sean nombres propios, comunes o epicenos, se llenan de memoria, la cual antepone o enturbia, consciente o inconscientemente, los significados de las cosas y de las personas convirtiéndolas en caricatura de sí mismas. 

Y, aunque somos lo que hacemos y rara vez una persona agota su compleja personalidad en uno de sus actos por muy bárbaros que estos puedan parecer a los ojos de la ética y del Código Penal, lo cierto es que hay nombres que no pueden librarse de que con uno solo de ellos  se conviertan a los ojos de una inmensa mayoría en seres abyectos, logrando que la historia los coloque en la hornacina de los indeseables, de ilustres prendas cabrones a los que habría que haberles aplicado el aborto con carácter retroactivo por respeto a la especie humana. Tú, lector, los conoces bien.

¿Cuántos seres humanos deben morir para que califiquemos a sus responsables como criminales de guerra?

En esa lista de nombres impresentables, del pasado como del presente, podrían figurar los que intitulan el artículo presente, pero no sólo. Por supuesto, quienes se sienten  identificados con ellos tienen derecho a que se los reconozca por el mismo carácter con que el premio nobel de literatura, Harold Pinter, los caracterizaba tras preguntarse, “¿cuántos seres humanos deben morir para que califiquemos a sus responsables como criminales de guerra?”.

Y de entre ellos, los más peligrosos, los criminales providencialistas o teocráticos.

Providencialistas teocráticos

Como cualidad fundamental de estas ilustres prendas es anteponer “la inspiración divina”, “la gracia de Dios” y la  “Biblia” al poder civil, manifestando que, si este poder civil no se sustenta en esa gracia divina, no tiene validez, ni reconocimiento jurídico. En el caso de Israel, que no tiene constitución, con mayor razón. Porque por mucha fanfarria doctrinal que suelte Netanyahu en torno al “respeto a las diferencias religiosas, por su raza o por su sexo”, que no por su credo político, en Israel no funciona el Estado Laico, lo que impide la existencia de un Estado democrático.

Es bien sabido que a este tipo de mandatarios ni les es necesario modificar ninguna ley, ni proponer enmiendas a la constitución de su país para hacer los cambios que precisen para gobernar. Les basta con proclamar que han tenido un sueño y que Dios les ha hablado en él, alentándolos a seguir el camino indicado por Aquel. Igual que sucedía con los profetas del Antiguo Testamento. Las fake news actuales, por muy tremendas que parezcan, no son nada comparables a las colosales verdades que se esconden en estas revelaciones teológicas. ¿Quién puede aceptar con dos dedos de racionalidad en su frente que a un tipo como Trump le pueda decir Dios ni siquiera los buenos días? Es la prueba ontológica por excelencia de que, caso de suceder tal milagro, Dios no puede existir.

Es cierto. Ni Trump, ni Netanyahu fueron los primeros políticos que se han considerado herederos de esos profetas veterotestamentarios en cuyas orejas, llenas de cerumen integrista, Dios dictó sus designios universales. Como digo, hay que tener una idea de Dios más que sobrada, patafísica, para que tal espectáculo pudiera suceder.

Empecemos por William McKinley.  Fue aquel presidente norteamericano que, ante una delegación de clérigos metodistas y, a propósito de la cuestión de Filipinas, aseguró que había “rezado, arrodillado en la Casa Blanca” y que, entonces, tuvo “una revelación: el pueblo americano y Dios le pidieron que anexionase Filipinas”. El fragmento de esta iluminación digna del más inspirado profeta de la Biblia fue según su prosa el siguiente:

“Yo caminaba por la Casa Blanca, noche tras noche, hasta medianoche; y no siento vergüenza al reconocer que más de una noche he caído de rodillas y he suplicado luz y guía al Dios Todopoderoso. Y una noche, tarde, recibí Su orientación, no sé cómo, pero la recibí: primero, que no debemos devolver las Filipinas a España, lo que sería cobarde y deshonroso; segundo, que no debemos entregarlas a Francia ni a Alemania, nuestros rivales comerciales en el oriente, lo que sería indigno y mal negocio; tercero, que no debemos dejárselas a los filipinos, que no están preparados para auto-gobernarse y pronto sufrirían peor desorden y anarquía que en tiempos de España; y cuarto, que no tenemos más alternativa que recoger a todos los filipinos y educarlos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por la gracia de Dios hacer todo lo que podamos por ellos, como prójimos por quienes Cristo también murió. Y entonces, volví a la cama y dormí profundamente, y a la mañana siguiente mandé llamar al ingeniero jefe del Departamento de Guerra (nuestro creador de mapas) y le dije que pusiera a las Filipinas en el mapa de los Estados Unidos, ¡y allí están, y allí quedarán mientras yo sea presidente!”.

Mckinley
Mckinley

Con un par metafísico. Así cualquiera. Porque a ver quién era el guapo que, pidiéndote Dios una cosa, sabiendo cómo las gastaba en el Antiguo Testamento, le decía que no. Lo curioso es que Mckinley no tenía ni idea dónde se encontraba Manila, la capital de Filipinas. Lo cuenta Isaac Asimov en su Libro de los sucesos (Maeva Lasser, 1988). Dice el escritor que, cuando le avisaron que Manila había sido tomada, se dirigió a un mapamundi para ubicarla. El hombre ignoraba dónde luchaban sus soldados.

Pero lo que más llamó la atención fue que, teniendo McKinley un trato tan íntimo con el Todopoderoso, aunque este se realizara en sueños, no logró que Dios le revelase que el día 5 de septiembre de 1901, a las 16:07, el anarquista León Czolgosz le iba a disparar dos tiros con un revólver. El primero se alojó en un hombro y el segundo le atravesó el estómago, el colon y uno de los riñones. Como consecuencia de ello, el 14 de septiembre murió de una gangrena a las 2:15 de la mañana.

No consta si durante su último delirio se le apareció de nuevo Dios diciéndole que había sido un buen chico y que por esa razón lo quería sentado cuanto antes a su diestra.

Por la gracia de Dios

Trump, después de lo que pasó a su oreja y, aunque no aclarase si Dios se le había aparecido en sueños como a Mckinley, dijo que “estoy aquí por la gracia de Dios, que está de mi lado” y “acepto la nominación para salvar a América”. Lo que significaría que Dios nunca estuvo con los presidentes norteamericanos asesinados a lo largo de la historia. Trump representaría, pues, un salto cualitativo en la historia religiosa de Norteamérica.

Sólo un megalómano y providencialista decide expresarse de este modo tan burdo y antidemocrático. A fin de cuentas, sólo la voluntad nacional determina quién quiere que dirija sus destinos colectivos. En cualquier caso, no es su chifladura mental lo peor de sus palabras.  Lo terrible es que casi el 70% de unas encuestas elaboradas para justificar su psicopatía, aceptan que Trump “está favorecido por la Divina Providencia o la Voluntad de Dios”. Lo que representa un cáncer expansivo que, si no acaba con la democracia de EEUU, la dejará más que tocada.  Una sociedad que se manifiesta así no parece que se encuentre en un estado racional saludable.  Este conductismo teológico/político, aunque resulte patético y grotesco, ha sido históricamente el origen de cientos de tragedias que han asolado el planeta Tierra. Una sociedad que se deja llevar por este tipo de iluminados está sin duda aquejada por una terrible enfermedad, cual es la imbecilidad, que se contagia en manada.

No sé, pero cualquiera con un nivel de sentido común tendría que preguntarse dónde coño  se encontraba esa Ubicua y Omnisciente Providencia, sobre todo cuando los francotiradores acabaron con McKinley y cuando el segundo casi terminó por dejar sin una de sus orejas a Dumbo, digo a Trump. ¿Que Dios no quiso que Trump la palmara? Más bien fue culpa de la mala puntería del francotirador, a quien Dios sí parece que le tenía preparada una muerte segura, aunque esto suele pasar casi siempre con los negros providenciales que mata la policía cuando estos no se detienen en un stop y se dan a la fuga porque, de pararse en seco, saben lo que les espera. Y esto, ¿lo quiere Dios?  Según sus ventrílocuos terrenales, sí. Y no extraña, porque los anales de la historia ya han consignado hechos peores que ha querido Dios que sucedieran para joder a los malos. Nos reiríamos de todo este cromo si no fuera porque su representación providencialista de la historia sigue manteniendo esta “verdad revelada”. Y lo que pasa cuando se invoca el nombre de los dioses, siempre cabreados con quienes no le ríen sus gracias. Si nos hemos olvidado de estos pasajes, lean la prensa de los periódicos de derechas a partir del 14 de abril de 1931.

No se trata de exigir responsabilidades por esta situación propia del Medievo Inquisitorial y no de un Estado Derecho, sino de preguntarse por qué y cómo la sociedad ha podido llegar a elegir como presidentes de gobiernos a tipos de esta calaña, que dicen “hablar con Dios” o que este les dice en sueños que “está con ellos” y que, para colmo, les ha encargado que tienen que “salvar a su país del terror comunista” (para variar).  La sociedad olvida que la ideología teocrática es la más peligrosa de las ideologías, capaz de asesinar a miles de personas porque “Dios lo quiere”. Y cualquiera le enmienda la plana a un ente que jamás ha dado la cara.

Franco, ese referente providencialista

Recuérdese que la imagen del dictador Franco figuró en las monedas del franquismo con la leyenda “Caudillo por la gracia de Dios” y que el Borbón emérito pudo haber seguido manteniéndola con el texto de “Rey por la gracia de Franco, elegido por Dios”. Franco, no solo proclamó que Dios lo había elegido, sino que lo proclamó cansinamente durante décadas en las monedas que llevaban su retrato. Ni la Iglesia se inmutó ante semejante blasfemia, propia de un idólatra. 

El dictador español, mucho antes que Trump y Netanyahu, ya mantenía correspondencia telegráfica en cualquier hora del día con la Providencia. Lo contaría tras  “finalizar” la trágica guerra, debida a un golpe de Estado fracasado. Decía:

“No hemos de olvidar que por mucho que maquinen los hombres y crean ellos que son ellos los que llevan el mundo, el destino colectivo de los pueblos está en la mano de Dios y las glorias y las tribulaciones de las Naciones no escapan a la decisión de la Providencia Divina”.

Obtenida la victoria gracias a la ayuda alemana e italiana -al parecer, una cooperación, que, también, entraba en los planes de la Providencia-, dirá:

“Esto nos dice que la victoria está en la mano de Dios al otorgarla, pero deja en la nuestra el merecerlo. España es la nación predilecta de Dios. Sus grandes servicios a la Iglesia por ningún pueblo igualados, no podían quedar sin recompensa. Por ello, en medio de sus grandes crisis no le faltó jamás su poderosa ayuda. He aquí la clave y el porqué de esos hechos milagrosos de inteligencia humana que son nuestras claras de Protección Divina”.

La síntesis de la llamada “santa Cruzada” quedaría resumida aludiendo a una  portentosa acumulación de milagros que esa Protección Divina tenía reservada desde siempre para los golpistas.  En palabras del dictador genocida gallego:

Y es nuestra misma Cruzada la sucesión de hechos portentosos que coinciden en su mayoría con las fiestas más señaladas de nuestra Iglesia, una muestra de aquella protección divina.  En el paso del Estrecho tiene lugar el día de la Virgen de África, bajo la vista de su santuario de Ceuta. La batalla de Brunete tiene su crisis victoriosa en el mismo día de nuestro santo Patrón, Santiago de los Caballeros. La ofensiva de nuestro enemigo sobre Cáceres se detiene ante los muros del santo monasterio de Guadalupe que cobijan a la Virgen, señora de nuestros descubrimientos. La de Aragón se deshace a la orilla de nuestro río libera al pie del mismo santuario de Nuestra Señora del Pilar. En Oviedo alcanza por segunda vez la horda roja los contrafuertes de su catedral que batidos por el fuego enemigo revisten milagrosamente las embestidas rojas. ¡Y cuánto podría deciros sobre las presas milagrosas de barcos cargados con todo aquello que más imperativamente necesitábamos para la lucha!”(Diario de Navarra, 4.10.1942).

Uno imagina a los arcángeles san Miguel, san Gabriel y san Rafael vigilando las costas del territorio español y, en cuanto divisaban un barco enemigo, perdían sus alas timoneras en su intento de avisar de dicha presencia a los generales del ejército golpista, haciéndose ipso facto con el botín.

eeuu
Trump

Eso mismo sucedió con los que asaltaron el capitolio de EEUU. Nunca fueron avisados ni convocados por Trump, sino por una llamada conminatoria del entramado celestial. Lo que confirma que la religión, aquí y allá, sigue secuestrada por intereses espurios y ante semejante chantaje las iglesias norteamericanas callan como bueyes capados. Ya es sabido que Trump, en su última aparición patética y grotesca, arengaba a la comunidad cristiana para que le votara en las próximas elecciones, porque, según él, “ya no habrá otra vez”. Quizás, estaba anunciando un nuevo Apocalipsis.

¿Una lucha de la civilización contra la barbarie?

En la última soflama de Netanyahu proclamada en el sancta sanctorum de la democracia americana precisó que el genocidio que él dirige contra Palestina es “el signo elocuente de la lucha de la Civilización contra la Barbarie”. Estaría bien saber qué entiende este hombre por civilización. Que se sepa lo que llama civilización no es patrimonio exclusivo y excluyente de Israel y, menos aún, del gobierno que representa el líder del Likud. La civilización que pueda representar Israel, ¿es superior a la de Palestina? ¿En qué? ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Para quiénes? No hay civilizaciones superiores, ni inferiores. Y es mentira que la civilización esté librando un genocidio contra Palestina. Lo está haciendo Israel, que es distinto. Un Israel que ha convertido su supuesta civilización en barbarie, que es la más hiriente manera de justificar la masacre de cualquier cultura ajena: tratarla como si fuera producto de una recua de bárbaros o “de cabreros” (que decía, también, Vargas Llosa),  es decir, de bestias. No nos engañen. No hay ninguna guerra entre civilizaciones, una buena y otra mala.

Desde luego, esta dicotomía maniqueísta no es nueva. Ya estaba en la Biblia. Ess pretendida y presuntuosa civilización que Netanyahu somete a su discurso netamente sionista, lo es para asesinar a miles de personas, incluidos mujeres, niños y ancianos.

En estos momentos, la actuación de Israel no está movida por ningún tipo de civilización envidiable. Su actuación no responde a ningún parámetro civilizador. Caso de que se tratase de una civilización, lo sería una civilización depredadora, consecuencia de la ambición política, presionada por imperativos económicos y territoriales.

En estos momentos, la actuación de Israel no está movida por ningún tipo de civilización envidiable

Se ha dicho en múltiples ocasiones que en nombre de la libertad se han cometido muchas atrocidades. Ahora se están perpetrando en nombre de una civilización que no es tal. Si el genocidio contra el pueblo de Palestina fuera fruto del concepto que Netanyahu tiene de civilización, la única conclusión que podría obtenerse de tal pretensión es que tal civilización que no es propio de un hombre civilizado, aunque en su tiempo libre se dedique a retratar al óleo a su padre anciano. No pretenda engañar al ingenuo. Cultivar el arte en cualquier modalidad no le priva a nadie de ser un criminal o de un asesino en serie. Ni la de ser un genocida. Hitler también pintaba; Franco hasta era guionista de cine y, en definitiva, quienes dirigían los campos de concentración eran lectores de Hölderlin y melómanos, lo que no les impedía que, después de haber escuchado un sinfonía de Brahms, abrieran la espita de gas de la correspondiente cámara asesina.

Por lo demás, llama la atención que Israel se proclame como  “república parlamentaria y democrática”. República, sí. ¿Democrática? No lo parece. Si seguimos las declaraciones de su primer ministro hechas en su última visita a Norteamérica, Israel más parece un Estado teocrático que república. Israel lleva 75 años funcionando sin Constitución. Hay que recordar que el 14 de mayo de 1948, asentaba su ordenamiento político en unos principios sui géneris de Libertad, Justicia y Paz, “como lo concibieron los profetas de Israel, respetando la igualdad absoluta civil y política de la ciudadanía sin distinción de religión, raza o sexo, y aceptaría con lealtad la Carta de las Naciones Unidas”. Un referente doctrinal significativo.  Como lo concibieron los profetas de Israel, es decir, según la Biblia, pero no siguiendo los principios de la jurisprudencia universal. Que no exista una Constitución podría pasar, no lo es el hecho de saltarse aquel mandato para elaborarla, emitido por una asamblea constituyente, elegida en las primeras elecciones generales celebradas el 25 de enero de 1949, ocho meses después de la declaración de Independencia del Estado.

En la actualidad, el postergado dicho texto constitucional, exigido y no cumplido, se ha sustituido por 14 leyes fundamentales, donde se “regulan las instituciones, la relación especial entre el Pueblo de Israel, la Tierra de Israel y su redención”. Pueblo de Israel, tierra de Israel y su redención. Palabras netamente bíblicas. En la ley fundamental, denominada “Dignidad humana y libertad”, se declara que “los derechos humanos básicos serán reconocidos en Israel a partir del valor del hombre, la santidad de su vida y el hecho de que el hombre es libre”.

La santidad de su vida. ¿Y quién determina que la vida de una persona es santa? Tratándose de un término religioso, el de santa, no hay duda que lo decidirá la sacrosanta religión del Pueblo de Israel, concebido por obra y gracia de los profetas.

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Netanyahu en el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén.

Las leyes sexta y decimocuarta dificultan ab ovo una paz duradera entre israelíes y palestinos, pues  “convierte a Jerusalén en la capital eterna de Israel”  y consagra que “no habrá posibilidad en el futuro para los palestinos que viven en cualquier parte del mundo y ahora regresen al Estado judío soberano”. Y “niega el derecho de la autodeterminación nacional de otros grupos etnoculturales de Israel”.

Menos mal que se trata de una república democrática. Claro que, si la sociedad actual de Israel se siente a gusto con este sistema y si el amo EEUU le da su particular nihil obstat por razones económicas sabidas, ya podemos abandonar toda esperanza de ver a Netanyahu juzgado por lo que reclamaba el escritor Harold Pinter cuando calificaba a estos políticos como criminales de guerra.  

Como decía el clásico latino, ad calendas graecas, es decir, no caerá esa breva. Veremos crecer el pelo a las ranas antes de que el Tribunal de La Haya pueda juzgar a un tipo como Netanyahu. Probablemente, porque también esta vejación internacional forme parte de los planes de Dios. A fin de cuentas, ¿Dios no estuvo siempre con estos genocidas? Para sus representantes telemáticos aquí en la tierra, llámense profetas, obispos, cardenales y papas, sin duda. Y como Dios es inmutable en su Esencia, la tenemos clara quienes estamos al otro lado de la historia.

Corrupción del pensamiento  

Hay políticos, demasiados,  que se dicen demócratas, pero colocan la intervención divina por encima de las leyes civiles y de la soberanía popular. Y, para no variar, bajo el paraguas protector de la jerarquía eclesiástica. Pues poner la religión al servicio del teocrático y providencialista ha sido una de sus constantes señeras. Durante el franquismo, desde luego. ¿Y ahora? Recopilen noticias en los periódicos de este tenor y se caerán del burro, como un servidor.    

No se puede negar que existe un pensamiento teocrático religioso que está corrompiendo, no solo la política y el poder civil, sino la misma democracia. Es un pensamiento que la judicatura en general, y ciertos jueces en particular, lo dejan campar a sus anchas sin reparar en el mal que representa para la salud democrática. Desde este punto de vista,  un juez no debería permitir a ningún líder política presentarse a unas elecciones tras haber proclamado que “Dios lo ha elegido” o que “Dios le ha dicho que debe salvar a su país de sus enemigos”. ¿Por qué debe prohibir la judicatura a un tipo así presentarse a unas elecciones? Porque está tronado, chiflado, es carne de nosocomio.

A fin de cuentas, ¿cómo se puede salvaguardar un sistema democrático de las amenazas de un pensamiento religioso, teocrático y providencialista que albergan muchas cabezas de políticos aspirantes a gobernar un país? Muchos jueces se dedican con aplomo a perseguir la corrupción económica cuando esta aparece en el sector político que ellos rechazan. Lo mismo hacen cuando se trata de perseguir a quienes ofenden los símbolos de la patria o se mofan del sentimiento religioso de ciertos católicos sin humor. O, como suele ser habitual, dejan pasar olímpicamente todas y cada una de las infracciones cometidas por las instituciones públicas, con el consentimiento de sus regidores, contra el Estado Aconfesional.

Estos jueces podrían hacer lo propio con relación a quienes por sus declaraciones muestran de forma fehaciente que están en posesión de un pensamiento providencialista, teocrático y supersticioso, que es lo más opuesto a una democracia. No lo tendrían nada difícil, pues la presencia de estos políticos providencialistas se ha convertido en una plaga. Y son enemigos declarados de las democracias. Ahí están, desde luego, los Trump, Netanyahu, Milei, Bolsonaro y los aspirantes a gobernar en Venezuela, pero no sólo…

En el caso español, no se entiende que un aspirante a gobernar la nación pueda decir que  “desde hace siglos, no se verá a un cristiano o a un católico matar en nombre de su religión o de sus creencias como hacen otros pueblos”, y no salten las alarmas de la Judicatura. A nadie que no esté en posesión de un pensamiento providencialista y teocrático se le ocurriría afirmar semejante barbaridad. 

La frase se las trae, no sólo por lo que sugiere -la ignorancia de un bobo, llamado Feijoo-, sino por la forma tan rara que tiene este hombre de contar la sucesión de los siglos. ¿A qué siglos se referirá cuando habla de los tiempos en que en España y en Europa no se asesinaba ni se mataba en nombre de la Religión o de sus creencias? ¿Al Paleolítico inferior?

Decía un amigo que “es una lástima no disponer de una puerta interdimensional para trasladar a esta tropa de reaccionarios a la Edad Media, que es la época en la que deberían haber vivido”. Como se trata de un ojalá metafísico, dejémoslo estar y quedémonos mejor con aquella aquella frase de Voltaire que sigue manteniendo su verdad y que nunca debería olvidarse por si el señor las moscas comienza zumba alrededor de nuestra orejas: “Quienes pueden hacer que creas cosas absurdas, pueden hacer que cometas atrocidades”.

¿En nombre de Dios? Tú mismo. 

Criminales providencialistas: Mckinley, Franco, Trump y Netanyahu