domingo. 30.06.2024
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Carlos Valades | 

Al comienzo del espectáculo nos advierten de que este será de pie. La duración, 55 minutos. Cada espectador, al contrario del común de las funciones, es libre para moverse, hacer fotos, grabar o permanecer sentado en el suelo. Barra libre.

Un cuadrilátero nos muestra a los cuatro personajes. Son dos hombres y dos mujeres empleados en una subcontrata de una subcontrata de una subcontrata de una multinacional. Posiblemente estadounidense. Posiblemente con domicilio fiscal en Luxemburgo. Estilo desenfadado, coworking de manual, con su rincón de ocio en forma de mesa de ping pong. Dos mesas de escritorio sobre las que reposan unos ordenadores portátiles completan la escenografía. La distancia del público a los actores y actrices es de menos de un metro. Asistimos a los avatares diarios de los personajes como quien mira a los fumadores en su habitáculo de aeropuerto, con una mezcla de extrañamiento y opresión. Una experiencia inmersiva por la cercanía.

Así, Brai Kobla, el autor y director de la pieza, compone una crítica a los males de nuestras sociedades occidentales desde varios flancos. De las relaciones impersonales en forma de correos electrónicos a gente con nombres impronunciables, a la vacuidad de las redes sociales y la búsqueda de aceptación social a través de los likes. Y así un día tras otro en una repetición constante, un día de la marmota en la que todo se vuelve más frenético, a pesar de la vida sobre raíles. Todo gira, pero cada vez es más bizarro y extraño. Un Luis Sorolla hiperactivo redacta tratados neomarxistas mientras invita a su compañera a un fin de semana en Soria donde podrán degustar unos torreznos en un bar de los de toda la vida. Mientras tanto Jorge Tesone, el otro componente argentino del plantel encarga unas Pringles a Esther Sanz, reponedora del supermercado. Maria Fantini, actriz argentina que ya vimos en “La voluntad de creer”, tiene sueños recurrentes con sus compañeros de trabajo a los que se cree superior.

Brai Kobla busca sus referentes en filósofos como Mark Fisher que sostenía que el capitalismo es todo menos un orden natural inevitable: la precarización del trabajo, la intensificación de la cultura del consumo, la expansión de los mecanismos de control social y el aumento de los padecimientos mentales no son “errores honestos” del sistema, sino el intento de bloquear toda capacidad colectiva de transformación. El director argentino dibuja esa generación atrapada en un bucle de vidas-trabajo, con un futuro que se prevé oscuro y que cristaliza sus reivindicaciones de manera digital, portando un teléfono móvil como única arma, una no cosa, en palabras de otro filósofo pop como es Byung-Chul Han.

Y así la sociedad, como las 99 ovejas del redil: sumisas y con la cabeza baja. Demos gracias a esa única, libre y descarriada.  

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