domingo. 30.06.2024
Foto: @JNavas

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En esta época vertiginosa los cambios de distinto signo se suceden sin tiempo para digerirlos. En este insaciable siglo XXI que nos posee sin preguntar, las principales actividades humanas de mayor seguimiento primero son espectáculo, luego negocio y en última instancia cine, música, fútbol, y en algunos casos innombrables ni eso. Y entre sus grandes protagonistas siempre se cuelan por la rendija de la farsa personajes indeseables como rectores del cotarro, porque el dinero no huele, ni da asco, y todo lo tolera, es el símbolo más democrático que ha inventado el hombre, mucho más que una constitución liberal.

Enzo Francescoli, dijo en su día que el fútbol es alegría, y uno como jugador tiene que ser capaz de transmitir esa alegría a la gente. El dueño de la frase es Francescoli y el duende de Jesús Navas vive en ella

Llegar con un nombre y reputación internacional a la cima del espectáculo y del negocio no es fácil, perdurar en la élite del fútbol con el aplauso unánime del público y del periodismo es todavía más difícil, pero es propio de héroes hacerlo sin arrogancia y desprendido. Sin perder la cara de niño de pueblo. Sin perder un ápice de las ganas y el entusiasmo de un niño que acumula más de veinte años de carrera profesional en su menudo cuerpo y está jugando siempre por primera vez en un estadio de la primera división española. Los adultos que manejan el cotarro, y organizan y disponen, no saben, para su desdicha, que el secreto de la eterna juventud está en la honradez. En correr la banda casi con cuarenta años como un chaval en un viejo campo de albero. En llorar como un niño, sin fingimientos, porque sólo lo niños pueden llorar de verdad cuando saben que todo se vuelve mentira y se hace mayor y se acaba, menos la ilusión de la niñez que es inmutable e imperecedera, porque el corazón es una pelota que bota en el pecho y los días de partido se sale por fuera con forma de escudo.

Las sociedades deportivas y sus entramados económicos han vampirizado el fútbol. Nadie recordará a los consejos de administración ni a los representantes de jugadores. La memoria es patrimonio de Scotta Esnaola, de Cardeñosa o Biri Biri. De un niño legendario de Los Palacios que transpira gotas de fútbol que seguramente dirán que es sudor y pundonor. La piel es el césped, la línea de cal el camino. La brújula, la portería contraria. Piernas, carreras y centros al área. Remata al primer palo Kanouté o el que sea. Palabras, las justas y necesarias en un mundo que confunde la libertad de expresión con la verborrea y la grandeza con un micrófono. Mirada seria, limpia y clara. Mirar honesto. Mirada luminosa y artesanal como el cielo de Sevilla que nada tiene que ver con el cielo plomizo e industrial de Manchester, aunque el City vista de celeste divino. Jesús Navas, campeón de Europa, campeón del mundo, campeón y campeón. Los títulos son una anécdota cuando la persona es categoría y de categoría.

Uno de los futbolistas más finos y elegantes de la historia, que nos ayuda a entender este deporte alejados del desengaño, el uruguayo Enzo Francescoli, dijo en su día que el fútbol es alegría, y uno como jugador tiene que ser capaz de transmitir esa alegría a la gente. El dueño de la frase es Francescoli y el duende de Jesús Navas vive en ella.

Jesús Navas, el corazón es una pelota