domingo. 30.06.2024

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Celín Cebrián | @Celn4

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Decía Francisco Umbral que la Feria del Libro es una calle muy leída. También es un lugar donde, antes o después, siempre suele llover y, de paso, se riega la huerta, ya que la cultura hay que regarla aunque algunos la desprecien. 

España es uno de los países de nuestro entorno en el que más libros se publican y donde menos se lee. El presupuesto de cultura hay que verlo con el microscopio. Los poderes prefieren la oscuridad, porque la oscuridad es parte de sus negocios. Y solo interesa ese tipo de cultura que va pegada al éxito, a las ventas, a un índice de resultados. Pero todos sabemos que el éxito es el negocio de los farsantes.

España es uno de los países de nuestro entorno en el que más libros se publican y donde menos se lee

La lluvia y las letras, buena mezcla. Las letras renuevan la base de datos de la memoria y también el vocabulario, reducido por la tecnología. La gente se pasea por el Retiro yendo y viniendo por las filas de casetas que parecen quioscos donde se venden pipas y caramelos, y almendras garrapiñadas. Aquí se vende papel y sabiduría. Aunque no siempre, dado que, en algunos casos, lo que se vende es papel al peso, narrativa al peso, donde solo destaca la corbata pajarita del autor y los flashes del glamour. Mientras en otra esquina, cien casetas más allá, el escritor recio y profundo está solo, sin que nadie le compre, simplemente porque ese escritor hace literatura de verdad. Y luego estaría lo del grosor del tomo: hay que comprar pensando que el volumen que adquirimos quepa en el hueco del aparador que quedó cuando tiramos algunos libros en la última mudanza, por si acaso recibimos una visita y que la biblioteca familiar no parezca desatendida, y alguien pueda pensar que está rodeado de gente poco leída. La imagen es muy importante y tener libros en casa, aunque no se lean, queda como muy emblemático. 

Se compra para poder pasearse por El Retiro con una bolsa (logo incluido) del sponsor de la Feria del Libro, que es donde van a parar todas las miradas de los que no leen; se compra porque no deseas que la chica que te acompaña o un conocido (que realmente no te conoce), se enteren de que eres un analfabeto en potencia; se compra porque la niña de tus ojos, al fin y al cabo, tu hija, se ha empeñado en que le compres un libro de cuentos de la editorial Kalandraka. Y, en definitiva, se compra porque es un ritual, como comulgar: te acercas a los dioses. En parte, la Feria del Libro es como una de esas ferias de ganado donde se busca la raza, el producto. Y qué mejor escaparate que un evento internacional, inaugurado por los Reyes, con cámaras y taquígrafos, los bancos regalando globos y camisetas, la ONCE con su cupón dedicado a la Feria, un país como invitado de honor, el concurso para el cartel anunciador, distribuidores, librerías…, y la Asociación Colegial de Escritores, nada más y nada menos. 

Y yo me pregunto: si yo escribo un libro y tengo muchísimos problemas para llegar a publicarlo, y quizás no lo publique nunca, ¿cómo demonios puedo apuntarme a esa asociación de escritores o cómo se pasa a ser miembro numerario si nadie te publica ni te lee ni te hace caso? ¿O para ello hay que estar en el ajo? O más aún: ¿Quién es el jurado que define y decide quién es escritor y merece ese calificativo y quién no? ¿Todo escritor es aquel que escribe o aquel otro que escribe y se deja manipular o engañar por la voz de su amo, o sea las editoriales para las que escribe de encargo como negro literario? ¿Y los escritores que están de jurado en los premios literarios y dan su voto a una obrita que es pura chatarrería…, realmente escuchan la voz de su conciencia o quizás ese sentido de la moral que se les ha borrado de su pizarra sentimental?  Y qué decir si yo escribiera mi biografía… Eso tampoco vende. Lo que llama la atención son aquellas vidas a las que se las deja caer por la pendiente haciendo mucho ruido porque el caos tiene su propia leyenda. Y entonces ya no es necesario hacer una obra de arte. Lo que hay que crear simplemente es un estado de arenas movedizas, que son, en definitiva, las que te aúpan a la gloria. Después ya no importará lo que escribas: ni el tema, ni el fondo…, nada… Acto seguido te mandarán a sus secuaces para entrevistarte, sacarte en la televisión, a firmar a los grandes almacenes…, y no te dejarán caer mientras las monedas sigan cayendo al cajón, aunque tú por dentro te sientas podrido.

Tampoco me gustan las recomendaciones, en general; me gustan los descubrimientos. Descubrir al escritor que parece recién salido de una lucha y sin centrifugar

De joven, cada temporada, solía acudir a la Feria del Libro cuatro o cinco días. Me gustaba ir temprano: a las once, cuando abrían. Aunque a veces, me despistaba con mis cosas y quehaceres, e iba por la tarde, casi anochecido, que es cuando la literatura tiene otro color y se lee de otra manera, porque la noche cambia los significados: cogía un libro en una caseta y los destellos me hacían ver fantasmas o estrellas donde no los había. La vez que iba por la noche, no compraba libros, puesto que por la noche todos los gatos son pardos y no era la primera vez que me habían dado gato por liebre. Tampoco me gustan las recomendaciones, en general; me gustan los descubrimientos. Descubrir al escritor que parece recién salido de una lucha y sin centrifugar; el escritor que todavía no ha sido mangoneado por las editoriales y eclipsado por el éxito. Eso se nota hasta en el objeto con el que firma los ejemplares: si es un boli, un Bic…; una pluma; un rotulador; si es de punta fina, marca Pilot… 

Parece una tontería lo que estoy diciendo, pero no lo es. Aquella noche, paseando tranquilamente, me paré en una caseta. Me sonaba la cara del escritor pero…, por el momento, no recordaba su nombre. Qué rabia. Al segundo, como si me llegara un flash providencial, supe quién era: Sergio Ramírez, Premio Alfaguara y más tarde Premio Cervantes, un hombre y un escritor que nunca tuvo miedo a la sangre. De hecho fue uno de los que fundaron el grupo de «los 12» del Movimiento Sandinista y que llegó a ser vicepresidente de Nicaragua con el gobierno de Daniel Ortega, del que se fue alejando, hasta convertirse en opositor. Un día dijo: «Adiós, muchachos» y regresó a la literatura para ir construyendo un fresco de la historia nicaragüense. Aquella noche, este caballero, elegante en el trato y en las formas, me lo explicó pausadamente. Me dio a entender cosas con sus gestos, o bajando la mirada, o poniendo cara de tortuga al mirarme por encima de las gafas…, pero ni una infamia salió de su boca. Un día el sandinismo quedó roto por mil razones. Como no podía ser de otro modo, le pregunté también por la figura de Ernesto Cardenal, el viejo revolucionario, poeta y sacerdote, y Ministro de Cultura de Nicaragua. Cuando le mencioné ese nombre, se acercó un poco más al mostrador de la caseta y, a muy poca distancia, con la fuerza y el calor que da la admiración por alguien, me dijo: «No solo ha sido mi vecino, sino también mi amigo. Venía todos los días a mi casa cuando yo estaba desayunando a dejarme lo que había escrito. Y ha sido uno de mis maestros en prosa, porque en su poesía yo aprendí mucho del arte narrativo y la cadencia de las palabras». 

La literatura siempre ha dado mucho de sí, tanto que el dichoso guirigay que hay, sobre todo los sábados y los domingos, viene propiciado por la misma organización de la cosa, que ha llegado a la conclusión de que no hay mejor forma de vender libros que ir anunciando a los plumillas por los altavoces, sobre todo a los escritores estrella, nombre y apellidos y número de caseta, no vaya a ser que el comprador despistado no encuentre la caseta y se meta en una equivocada y, al salir, tras comprarse unas gafas en el top manta, termine en el mostrador de una marca financiera firmando una tarjeta de crédito y de oro. Y no pasa ni media hora y de nuevo el mensaje, la lista, el autor, el número de la caseta…, de nuevo la propaganda, la venta, la compra, el dinero, los resultados. Pero lo que no se dice por los altavoces es el precio del libro. 

La literatura está cara, pero la vida del escritor en particular suele ser barata. Tan barata que algunos pasan los últimos días de su vida ayudados por algún montepío

Hubo un tiempo en el que estuve unos años sin aparecer por el recinto ferial. Fue cuando un periodista —por ponerle un calificativo que venga recogido en el diccionario—, que tenía un programa de televisión, iba por las casetas con una cinta métrica midiendo las colas para ver quiénes eran los que más vendían. Me pareció una cosa de tan mal gusto… Como si los escritores fueran caballos de carreras. Por esta razón, mucha gente dejó de ir, por lo menos algunos conocidos míos. Cuando leía opiniones sobre este evento, uno de los que más gracia me hacía era la de Andrés Trapiello, el cual mantenía que las ferias se hacen para promocionar productos que no se compran, como los libros. Y que por eso tampoco se hacían ferias del pan. Pero como él compraba ambas cosas, pues no tenía ningún sentido acercarse a la feria. Aquí, por reforzar, entraría de lleno la conocida frase del onubense Juan Ramón Jiménez, que una vez dijo que lo que había que hacer era leer mucho y comprar poco. Platero y su pánico. El hombre de las «j» tenía pánico, pero en él se dio el niño, la mujer y el hombre. Todo en uno. Pura ética y estética, aunque fue vilipendiado desde todos los ángulos de la intelectualidad. Pero hay que ser muy inteligente y muy bueno para que te den un Nobel por escribir sobre un asno. 

Volvamos, volvamos a la Feria. Cuando ya hemos encontrado la caseta, toca ponerse a la cola. Y cuando por fin llega nuestro turno, entonces tenemos que decir el nombre de la persona a la que queremos que vaya dedicado el libro. Según cada escritor, los hay que añaden alguna frase entre bonita, cursi o rebuscada, y a continuación su firma; otros, te despachan con una dedicatoria amable y sencilla, la firma y la fecha. Depende. A continuación se paga. Y…, que pase el siguiente. Esto es como un molino de viento o un presente sucesivo, que no sé cómo conjuga. La literatura está cara, pero la vida del escritor en particular suele ser barata. Tan barata que algunos pasan los últimos días de su vida ayudados por algún montepío de artistas o de escritores porque no tienen ni para el papel ni la tinta. Siempre se acaba como los grandes: solos y en la miseria. La literatura no hace buenas migas con el dinero. 

La Feria del Libro de Madrid: una hoguera de vanidades