sábado. 10.08.2024
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Salvador Illa, tras ser investido president por el Parlament de Catalunya.

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Me hago mayor. Lo noto en que siento cada vez más la necesidad de recordar las cosas del pasado que han traído el presente que vivimos.

Hoy, cuando celebramos el final de un capítulo (tal vez el final) de la larga novela que ha llevado el kafkiano título de El procés, y los portagritos de siempre emplean términos como humillación y ridículo, recuerdo los comienzos de esta historia y me acuerdo de cosas maravillosas: me acuerdo de un Gobierno del Partido Popular que se mostró incapaz de prever, desactivar y en último extremo impedir un conflicto al que su propia irresponsabilidad había echado siempre gasolina. Me acuerdo de que el señor M. Rajoy entendía que presidir un gobierno era esperar leyendo el Marca a que el árbitro pitara el final del partido. Me acuerdo de que no se cesó a ningún ministro ni director del Centro Nacional de Inteligencia cuando en los maleteros de cientos de coches entraron no un individuo, sino cientos de urnas de plástico que fueron repartidas por cientos de colegios ante la mirada atónita de quienes no eran más que niños de teta. Niños de teta que corrieron a ponerse, cuando las cosas empeoraron, detrás del jefe del Estado, al que colocaron en una situación de parte en la que él nunca debió dejarse colocar.

¿Cómo se atreven los partidarios de aquel Gobierno a referirse a nadie para hablar de ridículo?

Recuerdo escenas de bochorno internacional, de policías que recibían órdenes de remediar a palos lo que su Gobierno había sido incapaz de impedir con inteligencia. ¿Cómo se atreven los partidarios de aquel Gobierno a referirse a nadie para hablar de ridículo? Vivimos en el pasmo continuado de que se nos trate como a seres sin memoria, sin raciocinio y sin opinión.

Recuerdo más cosas. Recuerdo que el conflicto empezó incluso antes, cuando el Partido Popular, en la oposición entonces y ahora, reaccionó a un Estatuto de autonomía aceptado en aquel momento por todas las fuerzas políticas con una declaración de guerra a Cataluña que fue el comienzo de lo que luego se ha llamado la desafección. El terreno sembrado para que luego vinieran otros a engañar la gente.

Porque también recuerdo, y no es menos importante recordarlo hoy, que todo esto también tiene su origen en la necesidad de escapar de la ruina de un partido político catalán, el partido de Jordi Pujol, que se había entregado a la corrupción sistémica. Se lo dijo el presidente Maragall, con la autoridad que le daba el cargo: “Ustedes tienen un problema que se llama 3%”. Un partido que acabó disuelto por esa causa. Cuyo heredero es Junts. Hay muchas cosas que recordar. No siempre se huye de la cárcel por razones políticas.

A toda esa madeja inextricable se le ha dado este año la única solución que debió aplicarse desde el principio: convencer en las urnas. Queda mucha madeja por desenredar, pero por fin se han sentado las bases, y el eje de la política vuelve a ser el único real, el que separa izquierda y derecha. Hablemos. Pero sin olvidar nada. Los que liaron la madeja siguen reclamando que vuelva a caer en sus torpes manos. Y siguen demostrando mucha capacidad de engañar a la gente.

La necesidad de recordar