miércoles. 18.09.2024
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Este artículo es la continuación de otro, en el que destacaba la contribución del movimiento obrero a la cultura democrática, y, a la libertad de las personas.

Decía que la sociedad industrial se está trasformando en economía del conocimiento, que el movimiento obrero pierde terreno y la cultura del trabajo entra en declive. El capital financiero dirige esa transición, lleva la sociedad hacia una democracia sin demos y enfoca la tecnología hacia el control de los ciudadanos. Sin embargo, la revolución científico-técnica tiene potencial para trascender al capitalismo, lo cual necesita de una alianza del trabajo y las profesiones asalariadas, para democratizar las instituciones.

El sindicalismo europeo ha cedido a las presiones individualizadoras de la patronal y ha perdido a los afiliados

La coalición de las fuerzas del trabajo y la cultura fue formulada por el sociólogo checo Radovan Richta (i); ellas constituyeron la base de la revolución de 1968 en su país. El lugar central de los pactos estuvo en las empresas de producción de bienes y servicios, y el objetivo un socialismo en democracia. El Partido Comunista Italiano hizo suya la propuesta para el compromiso histórico, pero el comunismo soviético lo desmanteló con sus tanques. No obstante, Richta acertó en su hipótesis, la mayoría de los profesionales viven hoy de un salario, cómo empleados del capital. Su propuesta no resistió a los cambios y el vínculo cultural entre los segmentos de la clase obrera ha desaparecido. Hoy, los asalariados confrontan entre sí, en las instituciones empresariales, seno organizativo de la colaboración en el trabajo, las jerarquías mal razonadas dañan el aprendizaje, la competencia por los empleos convierte la cooperación en desconfianza y los equipos de trabajo se trasforman en campos para las intrigas.

A raíz del cambio, desde la tarea rutinaria hacia actividades con sentido y cooperativas, la primera, alienada de su finalidad por la ingeniería y apoyada por la solidaridad sindical, y la más actual, con recompensa individualizada, el sindicalismo ha dejado de reflexionar sobre el poder del trabajo. En la actualidad, se aprenden habilidades profesionales nuevas, sin tomar en consideración que la maestría es una propiedad emergente, producto del esfuerzo por superar los obstáculos que la materia pone a la técnica; enseña que el saber hacer no precede a la práctica. No somos conscientes, tampoco, de la demanda de habilidades para la cooperación entre oficios, derivada de la necesidad técnica, que posibilita valores de solidaridad laboral. El sindicalismo europeo ha cedido a las presiones individualizadoras de la patronal y ha perdido a los afiliados. Podría rehacerse, con una estrategia de diálogo entre las diferentes categorías de asalariados, forjando consensos en torno al lugar de trabajo, la administración de las instituciones económicas, y el rol de cada posición en ellas.

El capitalismo financiero no está promovido por empresarios, la vida económica la pautan los banqueros

Para volver al sindicalismo sociopolítico de la transición a la democracia, se necesita una puesta al día de la realidad que vivimos; porque la presente es muy distinta del ascenso burgués y sindical. La economía del conocimiento ha convertido al empresario familiar en una rémora, ajena a los mercados financieros y celosa de su autonomía emprendedora. En el trabajo, se ha cambiado la fijación en la tarea y su medición, por el desempeño de actividades con principio y final, debido a la aceleración tecnológica, el pleno empleo es un freno para la dinámica laboral, que las innovaciones convierten en aleatoria: las estructuras profesionales pierden consistencia, los oficios funcionalidad y los planes de estudios técnicos cambian para, siempre, llegar tarde. La única actividad social que parece funcionar es la que no produce nada: las finanzas, que solo buscan fuentes de ganancias sociales para alimentar sus beneficios. El capitalismo financiero no está promovido por empresarios, la vida económica la pautan los banqueros.

En los mercados, el capital dinero solo busca más dinero, y el dinero no tiene ya valor intrínseco, es un derivado del endeudamiento de las instituciones públicas y privadas. Los circuitos financieros se alimentan con las rentas de los bonos públicos; el mercado de bienes y servicios genera el crédito a los consumidores y familias hipotecadas; también a las empresas, siempre superadas por la dinámica desestabilizadora de las nuevas tecnologías, que devalúa sus inversiones. Más que un mercado, el intercambio de bienes y servicios es hoy un entramado de redes de instituciones públicas, entidades privadas y núcleos de trabajo, las cuales se amoldan al impulso de la competencia tecnológica y quiebran si no son flexibles. En la red mercantil, los precios se forman sumando al coste de producción el cálculo de los beneficios necesarios para mantener el impulso tecnológico, sufragar las instituciones científico técnicas y los intereses políticos que soportan el orden de las cosas. Los fondos financieros lubrican los circuitos donde operan los nudos tecnológicos: estructuras organizativas y personas que cooperan y compiten entre ellas, crean mejores formas de hacer las cosas y nuevos productos que ofertar; la innovación produce el beneficio social, los banqueros lo transforman en dinero y reparten el beneficio a los accionistas de las grandes corporaciones.

La innovación en productos y servicios alimenta la cultura narcisista y aliena las relaciones humanas de los ciudadanos

La innovación en productos y servicios alimenta la cultura narcisista, y aliena las relaciones humanas de los ciudadanos. En el precio al consumidor, la utilidad vanidosa monetiza el beneficio de la invención. Por el lado de la oferta, el capital financiero impone condiciones a la política de beneficios, prima el corto plazo en la recuperación de los desembolsos, evitando, de paso, las demoras reflexivas sobre daños y ventajas. Por lo tanto, en las actividades de innovación y tecnología, el capitalismo se convierte en socialmente destructivo; no asegura la reposición de los daños que pueda producir y absorbe una gran parte de la inteligencia social para el diseño de los algoritmos distributivos, las corporaciones financieras reclutan a las personas con mejor y más cara formación. Por ejemplo, Wall Street escoge en las promociones universitarias a los mejores físicos y matemáticos para trabajar en sus fondos de inversión.

El capital financiero incentiva el abuso de las tecnológías para destruir empleos y rebajar el protagonismo del trabajo, tanto manual cómo intelectual. Según Andrew Berg, técnico y ex directivo del FMI, las estrategias de desarrollo de la Inteligencia Artificial aumentan la desigualdad laboral. Considera que las inversiones en IA se centran en la mejora de la productividad de los trabajadores cualificados, en la reducción del coste de capital para los técnicos y expertos, y en facilitar la automatización de los procesos industriales para eliminar mano de obra convencional. Al mismo tiempo, su avance aumenta las exigencias formativas del trabajo cualificado, y reduce la variedad disponible de empleos para las personas de cualificación media y baja. Además, lo elevado del coste de la IA, y la exigencia de una gran cantidad de datos, provoca la acumulación de la información del mercado en un puñado de grandes empresas, acelerando la concentración de poder en las multinacionales tecnológicas.

Las estrategias de desarrollo de la Inteligencia Artificial aumentan la desigualdad laboral

Las sociedades mercantiles, que nacieron para multiplicar la potencia organizativa del capital industrial, copiando las estructuras militares, hoy se han transformado en corporaciones financieras, propietarias de los ámbitos para la colaboración productiva. En ellas, se despliegan las profesiones, colaboran y compiten los trabajadores, tanto los más como los menos cualificados, y en sus bases de datos se almacena el conocimiento generado por el afán de mejora en el hacer laboral. La figura del jefe de empresa industrial desaparece, sustituido por un mánager al servicio de los accionistas. En la economía del conocimiento, todo depende del promotor de la innovación, el cual se debe a los equipos humanos de técnicos expertos y jóvenes creativos. Este equipo necesita, a su vez, soporte financiero para el proceso innovador, cifrado en salarios, costes de materiales y tiempo, sobre todo tiempo e incertidumbre. Esta última, el riesgo, es la especialidad de los mánagers. El capitalismo impone a la innovación sus reglas financieras, la urgencia impide la reserva reflexiva en los procesos de ensayo y error de la I+D; las corrientes técnicas que confluyen en la investigación productiva son amputadas de su ethos, el tiempo necesario de análisis para llevar las posibilidades creativas más allá de la intuición inicial, que puso en marcha la iniciativa.

La introducción de la Inteligencia Artificial genera nuevos riesgos. Los Juegos Olímpicos de Pekín ofrecieron una muestra, de lo que puede ser la vigilancia para el control de los ciudadanos en manos de una oligarquía tecnológica. Pero no solo China, también Estados Unidos muestra el lado político de la dictadura tecnológica, como vimos en la década pasada con el caso Snowden y la persecución a Julián Assange. También las corporaciones explotan las tecnologías para monitorizar a sus empleados, en la sede logística de Amazon en Nueva Jersey, un trabajador comentaba a Daron Acemoglu: “básicamente, pueden ver todo lo que haces, y todo en su propio beneficio. No te valoran cómo ser humano. Es degradante" (ii). La Inteligencia Artificial es una tecnología poderosa para muchas cosas. El capitalismo limita el ámbito y muestra sus preferencias, en Asia, es un arma totalitaria, y en América, las estructuras autoritarias, cómo las empresas, se decantan por usarla para espiar a los empleados. No se puede dejar el desarrollo de una herramienta con esas potencialidades bajo la tutela de los fondos de inversión.

No se puede dejar el desarrollo de una herramienta (IA) con esas potencialidades bajo la tutela de los fondos de inversión

El freno al progreso que supone el capitalismo financiero, lo explican Acemoglu y Johnson en su último libro, donde afirman: si los accionistas quisieran, la Inteligencia Artificial y la informática podrían ser utilizadas para mejorar las condiciones del trabajo en su puesto actual, crear nuevas tareas con ayuda del aprendizaje automático para mejorar las capacidades humanas, o construir plataformas que pongan en contacto a las personas con habilidades y necesidades diferentes. Pero, las multinacionales tecnológicas no quieren la mejora del trabajo, ni permiten que creativos con ideas humanistas utilicen las bases de datos en pro del bien común. No darán gratuitamente paso franco a la sociedad para llegar a la gran información del mercado y el trabajo, porque, no en vano, han usurpado esa riqueza a los ciudadanos durante muchos años, dando falsa gratuidad en Internet, para crear su monopolio del “Big Data”. Si al dominio informático sumamos la dinámica cortoplacista, el escenario es de alto voltaje. Tecnologías tan disruptivas cómo la Automatización de la producción y la Inteligencia Artificial son administradas por gestores que solo obedecen a la lógica del beneficio inmediato.

No estamos hablando de hipótesis alarmistas, el cambio climático, la destrucción de empleos estables y adecuadamente remunerados, los salarios obscenos del sector financiero y la creciente desigualdad, todos ellos son cosas del presente que generan impulsos irracionales y neofascismo. La Tecnología condiciona la vida de la gente, y su percepción. Es la parte del sistema social que relaciona el aprendizaje humano con el mundo de la producción de bienes y servicios, desde la familia, la escuela, las actividades culturales y lúdicas de niños y jóvenes; los centros de capacitación profesional, las universidades y los complejos de investigación, públicos y privados. Crea un ambiente propicio para la aceptación social del trabajo, y proporciona conocimientos útiles para cuidar a los productores: la salud, la educación y la capacitación. La ciencia aplicada es un factor del bienestar, pero responde a una determinada distribución del poder en la sociedad y fortalece su hegemonía. Cómo todo sistema social, está compuesto de instituciones que se gobiernan creando consenso en torno a ellas, conciertos que reflejan las jerarquías en la colectividad y en el ámbito concreto de cada institución.

La economía debe cambiar su enfoque, para dar prioridad a la evolución tecnológica como motor del cambio social

Para salvar el futuro humano, la estrategia tecnológica debe poner el trabajo y su filosofía humanista en el centro de la generación de conocimientos, democratizando las instituciones del sistema social tecnológico para evitar que imperen las visiones a corto plazo, con sus efectos destructores de la cohesión social. Solo la variedad de empleos al alcance de todos los ciudadanos da solidez a las relaciones entre centenares, e incluso millares de millones de personas, que viven en los territorios de los estados actuales. En la era del conocimiento, el trabajo requiere estar soportado por una formación suficiente y continua; la práctica participativa, necesaria en los procesos de mejora permanente e innovación, demanda, además, una educación al servicio de la deliberación, la cooperación y la contribución al bien común. La economía debe cambiar su enfoque, para dar prioridad a la evolución tecnológica como motor del cambio social, y al trabajo como único agente creador de riqueza, cuya finalidad es satisfacer necesidades humanas y conectar las sociedades de manera pacífica, con el concurso del comercio.

Resumiendo. No es fácil, hoy, tras el triunfo cultural del neoliberalismo, recuperar la centralidad del trabajo en la cultura democrática; pero es necesario para el progreso de la sociedad, porque solo el trabajo puede crear civilidad; cada ser humano tiene su género, raza, o religión, vive en uno u otro barrio, tiene sus propias preferencias solidarias y lúdicas, todos esos movimientos sociales forman individuos más sensibles, pero la educación ciudadana necesita la visión de conjunto de un afán común, y todas las personas tienen que trabajar. La consideración del trabajo, como actividad para la creación y mantenimiento de la riqueza, altera la imagen de la distribución del poder, proyectada desde las instituciones; avala la acción democrática para modificar las relaciones de fuerza en las instituciones económicas, cambiando el núcleo financiero actual, por otro basado en el trabajo y su organización. El desarrollo profesional, en la economía de la calidad y la I+D, prepara al trabajador para participar en las instituciones económicas, públicas y privadas, y para definir una estrategia tecnológica dirigida por el bien común. Pero, una coalición entre los asalariados actuales necesita de objetivos concretos comunes, construidos con paciencia, para buscar la creación de capital social, la confianza en que las partes van a respetar los acuerdos y no van a beneficiarse de la desigualdad de posiciones. Consolidar una cultura de la ética reflexiva del trabajo, alma de una sociedad ilustrada, exige avances estratégicos que permitan imaginar el futuro.

(i) Radovan Richta (1968): La Civilización en la Encrucijada. Edición en castellano, Siglo XXI, Madrid, 1971.
(ii) Acemoglu, D y Johnson, S (2023) Poder y Progreso. Ed. Deusto.

Por una cultura del trabajo para un siglo tecnológico