martes. 02.07.2024

Europa encallada

La otrora crisis global se ha convertido en la crisis de Europa. El epicentro de las dificultades objetivas y de las desconfianzas subjetivas en el mapamundi económico se sitúa hoy en el viejo continente. Los europeos estamos asustados, y el resto del mundo comienza a estar harto.

La otrora crisis global se ha convertido en la crisis de Europa. El epicentro de las dificultades objetivas y de las desconfianzas subjetivas en el mapamundi económico se sitúa hoy en el viejo continente. Los europeos estamos asustados, y el resto del mundo comienza a estar harto. Europa fue durante mucho tiempo faro de progreso en todos los órdenes, pero la incapacidad de Europa para resolver sus propios problemas está resultando en la actualidad un lastre pesado para las posibilidades de recuperación de la economía internacional.

El desencadenante de la crisis que sufrimos tuvo una naturaleza económica innegable: la financiarización excesiva de la economía, la desregulación de los mercados, el burbujeo en torno a los productos financieros de riesgo, la especulación urbanística española… Pero el bloqueo que hoy experimenta Europa para superar la crisis, a diferencia de otros actores internacionales, presenta un perfil claramente político e institucional. El agujero de Grecia (que representa el 3% del PIB europeo) o los ataques especulativos sobre las deudas soberanas de Italia y España no son ya problemas económicos. La crisis no se resuelve porque Europa se muestra política e institucionalmente incapaz para hacerle frente.

Los viejos Estados europeos no disponen de los instrumentos con los que tradicionalmente se combatió en los ciclos económicos recesivos, porque ahora cuentan con una moneda común y han colectivizado las claves de la soberanía monetaria. Sin embargo, la integración monetaria no ha alcanzado aún el grado de madurez necesario para sustituir de manera eficaz a aquellas herramientas rudimentarias pero efectivas de la devaluación unilateral. Es decir, los Estados han perdido soberanía para defenderse de los mercados, pero Europa no está preparada aún para la defensa colectiva.

La nave europea está encallada, y ahora hay que adoptar decisiones. Podemos empujar el barco hacia delante, hacia la integración plena y efectiva. O podemos retroceder, para que los Estados recuperen sus viejas armas contra cíclicas. Lo que resulta inaceptable de todo punto es dejar las cosas como están. Esta situación proporciona financiación gratis y ventajas competitivas evidentes a Alemania y, desde luego, también beneficia a los especuladores que hacen caja en los vaivenes del mercado financiero, pero es una situación que genera gravísimos problemas al conjunto de la población Europa y que obstaculiza la recuperación económica global.

La respuesta más interesante es la de acelerar el proceso de integración política y económica en Europa. Compartir soberanía para compartir expectativas de progreso. Política económica común, fiscalidad homogénea, BCE al servicio de las economías europeas, mutualización de la deuda, planes conjuntos de crecimiento…Pero este rumbo requiere de un liderazgo que a día de hoy no se vislumbra. Merkel ha demostrado unas limitaciones muy importantes al frente del directorio que dirige Europa de facto. Su visión pacata sobre el futuro de Europa, sus condicionantes domésticos y sus prejuicios neoliberales están haciendo mucho daño sobre propios y extraños. La mayoría de los mandatarios nacionales están inmovilizados por el peso dramático de la crisis, y los funcionarios bruselenses carecen de la capacidad política (y la legitimidad democrática) para encabezar una ofensiva de la dimensión que aquí se reivindica.

Solo Hollande muestra la ambición necesaria. Todos los socialistas de Europa deberían respaldar sus esfuerzos. Rubalcaba y el PSOE están en ello. La pregunta es, ¿tendrá margen? ¿Tendrá las fuerzas suficientes para hacer lo que hay que hacer?

Europa encallada
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