lunes. 30.09.2024
Ursula von der Leyen y Josep Borrell
Ursula von der Leyen y Josep Borrell

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Todo el mundo sabe lo que hacen los cocineros pretendidamente vanguardistas cuando deconstruyen alguna comida: destrozan la idea original, añaden ingredientes inoportunos, cambian las reglas del tiempo y los sabores, y la convierten en otra cosa más sofisticada, más cara y peor, que venden como un progreso culinario para comensales ignorantes que terminan de comer y se han quedado a media vela. Y esto es lo que está pasando en Europa con las democracias, porque la han tomado por asalto esa clase de cocineros y nos la han dejado como plato deconstruido.

Todo este tinglado industrial y bancario -que otra cosa no es– llamado Unión Europea está muy lejos una Europa de los pueblos, porque la que tenemos es incapaz de superar su politiqueo de alto nivel y mezquinos principios entre altos intereses encontrados, sus tradiciones rancias, sus hipocresías sobre religión, moral y derechos humanos , sus zancadillas entre sí con patatas calientes como la inmigración, sus nacionalismos rancios y hasta con regionalismos pasados de fecha  donde se amalgaman repúblicas y monarquías, gobiernos laicos con gobiernos proteccionistas de las Iglesias. En sus fogones de alto nivel conviven el Medievo, con la edad moderna y contemporánea; el siglo de las luces con el siglo de las tinieblas con sus paraísos fiscales en islas menos vírgenes que antes, o en Holanda, Malta, Gibraltar, Suiza, Andorra la “Pérfida Albión” anglo y otros de su amada UE. 

Es lo que está pasando en Europa con las democracias, porque la han tomado por asalto esa clase de cocineros y nos la han dejado como plato deconstruido

¿Qué unidad o qué justicia social es posible en estas circunstancias si estos cocineros se llevan nuestros ahorros para la compra y nuestros amados menús políticos y sociales y nos dejan con lo puesto y frustrados con nuestro deseo insatisfecho de alimenticios menús que nos saquen del ayuno forzado en que nos dejan como a viejos en residencias de Madrid con pandemia?

Nuestros altos cocineros entienden la unidad como unidad monetaria, que viene siendo acompañada de unidad militar frente a terceros, como es la OTAN, siempre bajo la batuta del Gran Cocinero del patrón de turno y protector del genocida del siglo que señala los tiempos y los ritmos de los fogones y el fuego de los cañones; ese árbitro que siempre decide sobre qué ingredientes debe tener el plato europeo, mayormente transgénicos, con venenos para los cultivos, y con más o menos soldaditos para asegurar el buen funcionamiento de la cocina. Y ahora hay muchos ingredientes venenosos con subvención yanqui y europea para que el chef ucraniano le haga la competencia al chef ruso en deconstruirse mutuamente hasta el último ucraniano… o hasta el último comensal europeo, o sea, nosotros, para entendernos.

Este viejo continente lleno de viejos con ideas viejas se ha convertido en un puzle de falsas democracias belicistas desunidas entre sí a la hora del reparto de cargas, pero unidas por el euro y sus aplicaciones al más alto nivel. Se hallan todas las piezas convertidas en castillos antiinmigrantes, controladas y vigiladas todas por otra falsa democracia, gran fortaleza antiinmigrantes y la más falsa y letal de todas: la del “amigo americano”. 

Como gran Super Chef mundial, nuestros chefs le sirven sin rechistar, sin hacer preguntas sobre sus secretos de cocina y sin cuestionar sus recetas, aunque tengan pólvora incorporada y otros tóxicos comprobados. Ya saben eso: “Habló Roma, la cuestión está decidida”.

Nuestros altos cocineros entienden la unidad como unidad monetaria, que viene siendo acompañada de unidad militar frente a terceros

Otra cosa sería que los dirigentes políticos europeos tuvieran algo más de sentido social, aunque no llegaran a poseer una conciencia de clase obrera, lo que ya sería mucho pedir visto lo visto, y se tienen conforman a gusto con conciencia ciudadana de privilegio, pero al menos ojalá tuvieran espíritu independiente, inteligencia emocional o simplemente inteligencia activa, una ética y moral humanista al menos. Si con eso procuraran la unidad de sus pueblos en base a la justicia, la igualdad y la libertad, no tendrían mucha oposición pública como es de suponer. Más quisiéramos con la que está cayendo por el lado derecho extremo de la cocina.

Los pueblos europeos no son tontos, pero sí atontados con demasiada frecuencia por los cuentos chinos de los cocineros unos, o muy enfadados y rebeldes otros –qué desgracia que sean los menos– por tantos tipos de ayunos impuestos a porrazos. Así que no se ven ni de lejos aquellas buenas cualidades a nuestros chefs de alto nivel, por lo que no podemos esperar verles actuar en beneficio nuestro, sino todo lo contrario. Con un solo telediario entre un programa de cocina y otro de los suyos, quedamos enterados: todos pobres, y si hace falta, todos a la guerra y con cargo a nuestras cuentas. Todos menos ellos, claro está, Ni ellos ni sus patronos en la sombra. 

Con sus indicaciones conjuntas “nuestros” gobiernos llevan años de neoliberalismo de libro, con su doctrina del Shock como libro de cocina y sus recortes en derechos y libertades sociales encaminadas a construir su menú de estados policiales para sacrificar a sus ciudadanos a las multinacionales y a sus banqueros como ofrendas a su dios Ego. Por desgracia, ese dios cuenta con miles de millones de fieles, lo que facilita mucho la paz de los chefs en los fogones y les permite hacer sus experimentos sin muchos contratiempos de público acompañados de curas que bendicen los alimentos que nos aguardan, o sus cañones si se tercia.

Con un solo telediario entre un programa de cocina y otro de los suyos, quedamos enterados: todos pobres, y si hace falta, todos a la guerra y con cargo a nuestras cuentas

El caso es que las cosas están llegando tan lejos últimamente que nuestros políticos parecen decididos a quitarse el gorro de cocineros mayores y coger airados la honda de David para lanzarle unas chinas al Goliat ruso y a su arsenal nuclear, a ver si aciertan. Y si se empeñan, con un poco de mala suerte para nos, hasta pueden conseguir acertar al botón rojo. Eso sería un postre fatal para un menú deplorable difícil de digerir durante unos cuantos milenios. 

Es fácil sospechar que después de acertar al botón fatal se nos olvidaría el tiempo y hasta el olor a chamusquina. ¿Y ellos? Pues en sus refugios a prueba de sus bombas súper, pero antes o después –si es que no mueren ahí dentro– tendrán que salir a respirar ¿qué?... Combustión instantánea al primer respiro. Ya lo predijo nuestro querido Bécquer: qué solos se quedan los muertos. Y a estos muertos nadie les llorará, más que nada porque ya no habrá nadie, sino un vacío tal que ni el eco podría hallar un punto para volver, ni oído alguno para comprobarlo.

La alta cocina europea y sus peligrosos chefs