domingo. 30.06.2024

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Hanna Arendt cubrió el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén. Este probo funcionario alemán estuvo en la Conferencia de Wansee, donde jerarcas del nazismo y reputados juristas prusianos diseñaron la Solución Final para exterminar al pueblo judío. De no haberse derrotado a Hitler en la Segunda Guerra Mundial, Eichmann hubiera sido un héroe del Tercer Reich. Bien al contrario, fue juzgado y ajusticiado por su cooperación a los crímenes de guerra tipificados por primera vez en el Juicio de Nuremberg. Dicho sea de paso, conviene comparar sus audiencias con las del Juicio de Tokyo, que tan siquiera se conoce, quizá porque las bombas de Hiroshima y Nagasaki fueron mucho más cruentas que la gratuita destrucción con bombas convencionales de una ciudad como Dresden. El emperador nipón incluso mantuvo su trono al considerársele mal asesorado. Perdió eso sí su carácter divino.

Al comenzar el Juicio de Nuremberg, el magistrado norteamericano que oficiaba como Fiscal General de la causa, en su alegato inicial fue desgranando los nuevos crímenes tipificados contra la paz mundial y contra la humanidad. Al detallar en qué consistían, se refiere por ejemplo a masacrar población civil y atacar escuelas u hospitales. En definitiva lo que vemos estos días en los noticiarios bajo las órdenes del primer ministro israelí. Hasta Biden le ve a este ya más preocupado por gestionar sus propios problemas políticos internos en esa huida hacia delante que no parece tener fin.

Netanyahu podrá ganar la guerra en el terreno de batalla, pero falta saber si se le concede también una victoria moral pese a las atrocidades perpetradas

Bajo la óptica nazi los judíos no eran seres humanos y por lo tanto no merecían ser tratados como personas. Fueron catalogados como una grave amenaza para la supervivencia del pueblo elegido por su presunta superioridad racial. Cosas del supremacismo. Para los mandamases del ejército israelí las bajas colaterales de una población palestina inerme, además de ser un error lamentable, son inevitables, al considerar a las víctimas escudos humanos de los terroristas, como si no fueran seres humanos a los que sus verdugos instrumentalizan por partida doble desde dos frentes contrapuestos.

Para liquidar a una cifra indeterminada de milicianos bien agazapados, han muerto miles de niños, mujeres y ancianos que habían abandonado sus destruidos hogares para buscar un precario refugio allí donde se les indicaba. Lejos de suscribir el armisticio planteado por Washington, los dirigentes de Israel deciden por el contrario abrir otro frente bélico en su frontera norte, atacando territorios de un tercer país. Falta saber si Netanyahu y los ultra-ortodoxos que le apoyan pretenden ampliar sus fronteras, aprovechando estas acciones bélicas para colonizar un espacio vital que ocupan gentes de otra religión y que por lo tanto no serian herederos de la Tierra Prometida legada por el Antiguo Testamento.

La ley del más fuerte no es compatible con el espíritu democrático y su triunfo desestabiliza los equilibrios más elementales dentro del concierto internacional

Lo menos que puede hacer la comunidad internacional es denunciar las atrocidades cometidas bajo el pretexto de una legítima defensa y no caer en la trampa maniquea de que hacerlo significa tanto como apoyar el terrorismo. El derecho internacional solo puede amparar a quienes cumplen sus convenciones y ha de sancionar a sus infractores. La ley del más fuerte no es compatible con el espíritu democrático y su triunfo desestabiliza los equilibrios más elementales dentro del concierto internacional. Netanyahu podrá ganar la guerra en el terreno de batalla, pero falta saber si se le concede también una victoria moral pese a las atrocidades perpetradas. Esto sería una pésima noticia para el futuro, máxime cuando campan a sus anchas los discursos demagógicos que pretenden rentabilizar el descontento generalizado para socavar desde adentro las reglas del juego democrático.

Lo extraño no es el apoyo español a la iniciativa sudafricana, sino el hecho de que no sea un clamor generalizado, porque pesen consideraciones económicas, históricas o religiosas para difuminar algo moralmente inaceptable. Un cambio al frente del gobierno israelí podría imprimir otro rumbo a una peligrosa deriva cuyas funestas consecuencias resultan imprevisibles. Aunque nos parezca increíble, sería una excelente noticia que Benjamin Netanyahu rindiese cuentas de sus actos ante la Corte Internacional con todas las garantías jurídicas tendentes a un juicio justo. Si estuviera tan seguro de no haber quebrantado normas inviolables, aceptaría gustosamente comparecer para defender su caso ante la justicia. Su conciencia sabrá por qué no las tiene todas consigo, si bien es cierto que intentó reformar su propia legislación para salir airoso de otras demandas por diferentes infracciones.

¿Netanyahu en La Haya? ¿Derecho internacional o ley del más fuerte?