domingo. 15.09.2024
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El Quijote puede parecer un libro -lo compramos-, un referente -lo aceptamos-, un hito hispánico e icono cultural -lo vendemos-. Pero es sencillamente el acto de existir impreso en una lectura muy oral con todo su repertorio de consecuencias y ambivalencias. Apenas se lee, se toca o explica en la escuela, que está entregada a misiones tecno-burocráticas de gran enjundia (que pasan por pedagógicas), diseñadas por gerifaltes educativos de postín que muy probablemente no se hayan leído nunca el libro. Tampoco es necesario leérselo a conciencia en orden lineal de principio a fin, del primer al último capítulo con sus dos partes. Con tenerlo cerca y a la mano para abrirlo al azar por cualquier página, a ver qué nos encontramos, a ver qué nos cuenta, basta. Cervantes lo compuso sin planificación ni programa, tal como nos asalta el vivir. Las programaciones son un invento de los amos. No sería un dislate -en justa lid con la tecnocracia y la burocracia- abarrotar las escuelas de ideales, sueños, de miradas y palabras nobles (sin impostura posmoderna) dirigidas a un mundo fragmentado y diversificado; de impregnarnos de humor fino y compasivo (ironía cervantina) y de concienciarnos de la realidad tentacular que nos rodea y envuelve, incluso nos abduce y atrapa y que nunca debemos obviar porque, en definitiva, en todo esto se cifra la historia disparatada del hidalgo manchego, que funciona como un espejo mágico o incómodo, según perspectiva y según nos miremos en él: lo hermoso se ve ridículo y despreciado y lo feo y vulgar resulta canónico, bendecido y hasta plausible.

El Quijote es algo más que un libro o una obra literaria en el imaginario colectivo, es el gran libro de la vida

Sugerido queda que el Quijote es algo más que un libro o una obra literaria en el imaginario colectivo, es el gran libro de la vida como sentencia José Manuel Blecua. Y entre todas sus proyecciones, representaciones, exégesis y simbolismos, el Quijote es un currículo escolar en toda regla. Es decir, su lectura y conocimiento pueden operar como un conjunto de estudios y prácticas destinadas a que el alumnado desarrolle sus posibilidades intelectuales, artísticas y cognitivas y conozca una realidad caleidoscópica que, quizás, en esencia no difiera mucho de la suya. Y además porque encierra en sí mismo, en clave de parodia, un universo humano y espiritual signado en la atemporalidad, vivo, que no para de transmitirnos valores humanísticos con una carga presente insoslayable. Al humanismo y erasmismo de Cervantes los nominadores oficiales hoy le pondrían la etiqueta de 'mente progresista'. El Quijote nos humaniza cabalmente a partir de la risa y con un llanto final en la trastienda del pensamiento. Nos vuelve a sintonizar con lo estricta y necesariamente humano frente al reino omnipotente de los artificios, los artefactos y el maquinismo, las apariencias, las retóricas interesadas y el encantamiento exagerado de la virtualidad técnica y tecnológica, los mundos paralelos que habitamos o creemos habitar. Hasta tal punto que el ser humano queda confundido y amalgamado como otra herramienta más, utilizable o desechable y, en determinadas tesituras, herramienta superflua. “Yo soy pecador y peleo a lo humano”. Levedad y sencillez, naturalidad y llaneza componen la atmósfera respirable del Quijote. Rechazo de la afectación y del artificio verbal (sin alma) a los que somos tan dados en esta época como signo de prestancia y empaque.

Aunque la obra se incardina en un tiempo concreto y determinado, que refleja la mentalidad y las costumbres de unos hombres y mujeres que hablan, actúan y se mueven claramente condicionados por sus coordenadas espaciales y temporales, aunque esto es así, la actitud, los deseos y el talante del caballero 'loco' de Cervantes rezuman universalidad e infinitud, como los personajes de Shakespeare, el otro genio de las letras, probablemente, porque como el escritor alcalaíno, retrata y exprime en su teatro las pasiones ineludibles del hombre, las elevadas y las bajas. Por esto mismo, el Quijote es un clásico, o sea, está lleno de actualidad. Otro fundamento más que suma en la justificación de conferirle el grado de currículo estudiantil muy aprovechable, de pieza didáctica integradora y totalizadora que no debemos pasar por alto en un centro educativo.

Así pues, su potencialidad curricular es palmaria, no sólo como materia lingüística y literaria. Aberración. Acotarlo, limitarlo, sería ir contra Cervantes y su genuino concepto de la libertad. Su Quijote no es un deber escolar, sino un derecho de alto rango. Todos los hablantes de español, al menos una vez en la vida, como los musulmanes están obligados a ir a La Meca, tenemos que ir al Quijote: leerlo, visitarlo, conocerlo, disfrutarlo, escudriñarlo desde todas las vertientes y ópticas instructivas y antropológicas, y qué mejor lugar para ello que un establecimiento académico. Sin duda, adentrarse en el universo y espíritu de este libro es un gesto virtuoso y casi un ejercicio de responsabilidad civil para los hispanohablantes.

El Quijote, un currículo escolar a la mano