sábado. 07.09.2024
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Narrativa | JOSÉ LUIS IBÁÑEZ SALAS | @ibanezsalas

Del escritor y periodista español Manuel Vicent, a quien tanto he leído en las páginas (de papel o cibernéticas) del diario El País, solamente he disfrutado de dos de sus novelas, y las dos me parecieron brillantes: Tranvía a la Malvarrosa, de 1994, y la extraordinaria El azar de la mujer rubia, dieciocho años posterior.

En 2024 publicó Una historia particular (otro de sus libros de recuerdos personales de su propia vida, este con una mayor pretensión, es un decir, de ser unas memorias). Comencé leyéndolo con ese interés casi sobrenatural con el que queremos devorar los libros que parecen escritos para nosotros de una manera personal, pero poco a poco fui perdiendo el apetito literario que Vicent había despertado en mi ansia lectora. No obstante…

El prólogo, concienzudamente titulado ‘No es necesario escribir para ser escritor’, comienza así:

“La vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una maraña de sueños y pasiones que el tiempo macera a medias con el azar. Después de rascar y rascar con el arco las cuatro cuerdas de este violín, algunos escritores extraen grandes melodías en forma de novelas y relatos llenos de personajes que proceden de su imaginación. Yo no llego a tanto. A mí solo me gusta contar lo que he visto, lo que me ha pasado, la gente a la que he conocido, los sucesos que he presenciado. Pero, sin duda, a la hora de escribir lo más inquietante es lo que uno tenía sumergido en la memoria, tal vez en el inconsciente, bajo la tapa de la quesera, y que de pronto aparece en la página en blanco como ese insecto deslumbrado en la oscuridad de la noche que uno descubre aplastado en el parabrisas al final del viaje”.

Tomemos nota: la vida (nacer, crecer, reproducirse y morir, ese clásico), sueños y pasiones en medio del tiempo y el azar, escritores de novelas y relatos que se inspiran en eso, en la vida, algunos, como Vicent, limitándose a contar lo que han visto, lo que les ha ocurrido, escritores, Vicent entre ellos, que logran llevar a las páginas de los libros aquello tan inquietante que se había quedado atrapado en su memoria.

La vida, la memoria. La escritura. Manuel Vicent. Cuyas creencias más arraigadas se basan en la ficción. Y que supo pronto que la vida se divide “entre la realidad y la imaginación”, de tal manera que hay que elegir entre ellas si se quiere sobrevivir.

Vicent. De quien aprendemos que leer y comer es alimentarse, tan necesario e íntimo lo uno como lo otro. De manera que en el “oleaje de la memoria” comienzan a flotar “los primeros cuentos”, donde “las hazañas de los héroes eran la misma sustancia de lo que había comido”. Porque la ficción le hacía más fuerte ya de niño, cuando la primera llama de la literatura (mentir para defenderse, para agradar) ilumina esa conversión de la realidad en una obra de arte que los escritores escriben y los lectores leen.

Claro que qué me dices de la prosa del autor de Una historia particular:

“En el tranvía a la Malvarrosa viajaba un primer amor transformado en todas las mujeres que a lo largo de mi vida amaría; en la bicicleta pedaleaba por el muelle del puerto una chica que llevaba dentro el sonido del mar y del viento que siempre resuena en el corazón de los navegantes”.

La memoria de Manuel Vicent nos traslada desde “el silencio desolado de la posguerra” (él, que “era hijo de vencedores de la Guerra Civil por los cuatro costados”) y “la represión moral y política en la que se vivía bajo la dictadura” hasta el hoy en que escribe el libro, pasando por “aquella Valencia de los años cincuenta del siglo pasado [que] olía a café torrefacto y a ese aliento dulzón a pozo ciego que emergía de las alcantarillas, solo atemperado a veces por los aires frescos, vegetales, que provenían de la huerta”; por la rebelión universitaria de la que participó contra el franquismo (mientras pensaba “si la poesía de Walt Whitman y el clarinete de Artie Shaw podían ser también un arma” contra él): hasta que “en una de esas murió Franco, y la historia comenzó a ir de veras”, y la cultura se convirtió en un cómic mientras él “era un puto equidistante, un buenista partidario de esa equidistancia que sirve para que los edificios, incluido el de la democracia, no se derrumben”.

“Mi vida podría dividirse en dos: antes y después de salir en televisión. Fue en 1977”.

El asunto es que Vicent se convirtió en escritor, para lo que hubo de darse cuenta cuanto antes de que “ser escritor consistía en escribir, que este era un oficio como otro cualquiera, que había que hacerlo bien, como un albañil, como un panadero”.

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Cuando escribe este libro, casi a sus noventa años, asume que no hay “nada de nostalgia, sólo un poco de melancolía”, porque “el tiempo huye y no hay forma de pararlo”. Que “hoy el mundo está en poder de criminales e idiotas”. Que “la vida es el tiempo que se ha posado sobre todos los objetos que nos rodean y también sobre nuestros sueños”.

El tiempo, ese protagonista de Una historia particular: el que embellece unas cosas y corroe otras, también a las ideas y a las personas.

El tiempo, que ha hecho de Vicent “un viejo que no sabría explicar por qué una cólera larvada lo ha convertido en un sujeto lleno de dudas”, un viejo (la palabra no la empleo yo, la usa él) que, “en medio de su confusión política e ideológica a veces recuerda a aquel niño que iba a la escuela con la cara bien lavada, tan limpio, tan puro, tan lejano. Y se le saltan las lágrimas”.

Una historia particular. Manuel Vicent. Alfaguara 2024. COMPRA ONLINE


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JOSÉ LUIS IBÁÑEZ SALAS es escritor,
editor y crítico literario
 

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La 'historia particular' de Manuel Vicent