lunes. 12.08.2024
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@Montagut | Francisco de la Mata fue un destacado masón en el Madrid de la Segunda República, dedicándose a la enseñanza. En el Boletín del Grande Oriente Español, en dos números del otoño de 1932, dada la importancia que la República daba a la educación exhortó a los masones a preocuparse de esta materia tan importante, y escribió un artículo al respecto, con el título “La educación del niño”. En el mismo hacía un canto a una nueva educación, más libre, más humana, donde el niño fuera el protagonista, y donde la naturaleza estuviera siempre presente. Y eso es lo que nos trae aquí, como indica el título de nuestro trabajo.

Será un apunte breve, pero, a buen seguro, intenso.

De la Mata reflexionaba sobre como había sido la educación que había recibido en su infancia. Educado en la ciudad su escuela estaba situada en un piso de una céntrica calle, algo muy común en la historia escolar contemporánea española fuera de la escuela rural. Confesaba que no había visto jamás un árbol. Se había criado en un mundo donde no existían. Pero, en contrapartida, él veía desde su despacho a sus alumnos en el jardín o patio de la escuela, a los que consideraba maestros en el arte de utilizar un árbol para coger sus frutos, para reposar en él, para sus juegos, para ejercitar su destreza y, claro está, “para romper pantalones”.

Por eso defendía que un factor fundamental en la educación era conseguir que los árboles constituyesen un hecho fundamental en la escuela, y no solamente por su fundamental misión como “generadores de clorofila ni como agentes de absorción del carbono”, sino como lo que el denominó “árboles vivientes”.

El objetivo era armonizar la vida de los hombres con todo lo creado. Era el mejor homenaje que se podía rendir a la naturaleza.

Podemos acercarnos al artículo en los números de septiembre y octubre de 1932 del Boletín del Grande Oriente Español.

Un masón por la educación infantil en favor de los árboles