sábado. 27.07.2024

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Celín Cebrián | @Celn4

Es la ópera prima de Kamal Lazraq, nacido en Casablanca, Marruecos, que, con 18 años, se trasladó a París para estudiar derecho y ciencias políticas. Más tarde, se incorporó a la Fèmis (Escuela Nacional de Profesiones de la Imagen y el Sonido) donde estudiaría durante cuatro años hasta llegar a este filme donde queda claro la búsqueda de una estética muy personal, sin artificios, y la utilización de actores no profesionales para los papeles principales. Una realidad y una historia personal reflejadas en esta impresionante película, donde el individuo parece aplastado por la comunidad, por la que fue galardonado en el pasado Festival de Cannes con el Premio del Jurado en Una cierta Mirada. Cuando le preguntaron por Les Meutes, afirmó: ꟷ”Quería que el espectador tuviera una relación física y carnal con la película”.

El filme, que se desarrolla durante 24 horas, comienza con una brutal pelea de perros. Hassam (Abdellatif Masstouri) y su hijo Issam (Ayoub Elaid) aceptan secuestrar por encargo del mafioso local (Abdellah Lebkiri) a un hombre. La situación se complica cuando la víctima muere accidentalmente asfixiado en el maletero de una destartalada furgoneta y la cosa se complica. Y ahí comienza una espiral que parece no tener salida y que da lugar a una frenética carrera por deshacerse lo antes posible del cadáver. Hay tensión y ritmo. Es una larga noche en los bajos fondos de la ciudad. 

Una realidad y una historia personal reflejadas en esta impresionante película, donde el individuo parece aplastado por la comunidad

Estamos ante un descarnado drama criminal en el que Lazraq se refugia en el realismo para acompañar a dos perdedores por los rincones más marginales de Casablanca mientras se suceden y se yuxtaponen una serie de sucesos que se van encadenando, además de mucha mala suerte tanto en el padre como en el hijo, que van saliendo de las variopintas situaciones a base de favores. La desesperación en la que se ven atrapados es muy parecida a la secuencia en la que ambos visitan a la abuela de Isssam, la madre de Hassan, donde éste último tiene pájaros enjaulados y le da alpiste y cañamones de comer. Los protagonistas también están enjaulados, sin saberlo, en ese laberinto de los suburbios de Casablanca de donde es difícil, por no decir casi imposible salir. No hay tregua. Es un retrato sin concesiones en los márgenes de esa sociedad marroquí donde muchas personas no disponen de recursos para salir adelante y viven, o malviven, con cuatro trabajillos ilegales y rapiñas de todo tipo. No sabría decir si hay alguna diferencia entre estos ciudadanos y los perros callejeros, frase que me lleva a hablar de dos películas, más por las líneas tangentes que por la trama de cada una: una sería Perros callejeros, película dirigida en 1977 por José Antonio de la Loma y cuyo como protagonista era Ángel Fernández Franco, alias Torete; la otra, La jauría humana, dirigida por Arthur Penn en 1966, en la que los vecinos de un pequeño pueblo protagonizan una auténtica cacería con un prisionero que se ha escapado de prisión (Robert Redford). Aquí también existe esa progresiva caída por el abismo en el que se mueven los protagonistas.

La película nos lleva por los entresijos de Casablanca. Todo comienza cuando el perro del jefe local Dib resulta mortalmente herido en una pelea de perros entre bandas y lo único que queda a la vista es la venganza. Hassam, un delincuente de poca monta, acepta secuestrar al matón de la banda rival por una ridícula suma de dinero, arrastrando también a su hijo Issam. Y con una cámara en constante movimiento, los sigue por todas partes, peripecia tras peripecia, en la oscuridad natural de la noche, cuya trama viene respaldado por la música de P.B.2B, convertida ya en una tragicómica aventura, que quizás podríamos definir como un thriller social, que crece y crece para terminar donde empezó.

Noches inmensas y llenas de peligros, de oscuridades personales, de jóvenes depravados…, del mejor cine negro, ese cine que requiere tensión y atmósferas nocturnas

La película arrasó en el Festival de Ammán, llevándose el gran premio. El filme es como un tapiz que brilla por sí solo. Una historia de gánsteres que, tras perder el control de un encargo por un pequeño detalle, vivirán la pesadilla de sus vidas. Y para desarrollar la trama el director echa mano de toda una galería de personajes magníficos con los que nos describe de forma poderosa toda esas relaciones marginales que se dan en las calles, en las tierras bajas de grandes ciudades, donde palpitan las diferencias sociales, la marginalidad, la falta de recursos, las gasolineras desatendidas y sin servicios, las basuras sin recoger, los garitos repletos de gente ociosa y con malas pintas…, y la violencia. Todo esto bajo la atenta mirada de Kamal Lazraq, noches inmensas y llenas de peligros (una vez dijo Ava Gadner que ”para vivir de noche había que tener talento”), de oscuridades personales, de jóvenes depravados…, del mejor cine negro, ese cine que requiere tensión y atmósferas nocturnas, entre sombras y oscuros personajes, todos juntos en la pantalla, donde llegan a romperse ante la desdicha, la pobreza, las complicadas relaciones entre padre e hijo…, pero siempre con el afán de superación y no dar nada por perdido. Un relato ágil y despiadado, también sombrío y, por qué no decirlo, bastante peculiar, sobre todo por esa dualidad que se forma entre la ética religiosa y la propia realidad de la vida, tan brutal, lo que hace que el filme sea aún más complejo, si cabe. 

‘Las jaurías’, un filme que nos sumerge durante una noche en los bajos fondos de...