jueves. 18.07.2024
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Es que tú juegas de defensa. No, dijo “eres defensa”. Eso, defensa. Así me bautizó futbolísticamente aquel mayor en el que fuera probablemente mi primer partido de fútbol. Mi debut internacional, mi estreno nacional y local. Defensa en la plaza de San Víctor. Vaya estreno. Y sin tocar el balón, que yo recuerde…

Supongo que los mayores echarían a pies mientras algunos observábamos cómo se repartían los dos equipos, imagino o recuerdo o creo, yo que sé, que alguno de ellos me miraría y me diría túquieresjugar? Y yo le diría bueno y él diría ehestevaconnosostrosquesomosunomenos. Y ponte aquí me ordenaría para delimitar muy claramente mis escasas posibilidades de intervención en el partido, para dejarme claro mi carácter vicario, qué digo, gregario, en todo aquello, para que yo no tuviera duda de que iba a ser poco más que un bulto, el de un niño que iba a jugar con los mayores sólo porque a los mayores les faltaba uno para equilibrar el ya de por sí desequilibrado status quo del encuentro de barrio que iba a dar comienzo. Que, de hecho, ya había comenzado.

Y tuve suerte de que no me mandaran ponerme de portero. Se conoce que dos chavales ya habían decidido irse con sus guantes hacia las porterías para defenderlas, para parar, sí, para parar. Porteros. Y las porterías, que no serían otra cosa que un dibujo imaginario sin larguero y sin postes de verdad, bueno sí, con las bases de los postes hechas con abrigos doblados o, si no hacía frío, con algún adoquín, alguna piedra. Porteros y postes, defensas, y los mayores regateándose y chutando ya desde hace un rato. En mi debut.

¿Sería verano? ¿Habría acabado ya el cole, el curso que fuera, quinto, sexto de EGB? Creo recordar que frío no hacía, era antes de comer eso sí. ¿O ya había merendado? ¡Qué más da! El partido hacía ya un rato que había empezado, más de diez minutos seguro, y, claro, a mí no me pasaba el balón ni Dios, ni yo conseguía quitárselo a nadie, bastante tenía con no llevarme un balonazo o un coscorrón… o una patada. Pero molaba. Aquello molaba. Estaba jugando al fútbol, bueno, es un decir, estaba participando en un partido de fútbol aunque nadie me echaba la pelota, y creo que ni la había tocado, porque en el barullo la casualidad tampoco me era favorable. Y, entonces, le dije al mayor que me había preguntado si me apetecía jugar: jo, nadiemepasaelbalón. Se lo debí decir como lo que era, como lo que era yo aquella mañana quizás de final de septiembre o de junio de cuando aún los niños llevábamos pantalón corto obligatoriamente al menos en primavera y en verano, y yo aquella mañana era eso, todavía, un niño, un niño que hacía preguntas cuando las cosas iban mal dadas o cuando algo no encajaba en ese débil mundo que los adultos no se habían atrevido todavía a mostrarnos. Jo-nadie-me-pasa-el-balón.

Debutantes