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La conquista de la jornada laboral de ocho horas no fue fácil, ni mucho menos, pero tampoco fue su mantenimiento y defensa especialmente después de la Gran Guerra cuando la mayor parte de la patronal europea consideró que debía ampliarse como uno de los medios de salir de la crisis. El movimiento obrero se movilizó para impedirlo. En este reportaje nos acercamos a esta cuestión.


  1. Largo Caballero sobre los incumplimientos de la jornada de ocho horas (1919)
  2. Marcelino Domingo sobre la jornada de ocho horas (1921)
  3. Wenceslao Carrillo en defensa de la jornada laboral de ocho horas (1923)
  4. Pablo Iglesias y la jornada laboral de ocho horas
  5. Francisco Sanchís y la jornada de ocho horas
  6. El problema del cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas en Ávila
  7. Sobre el cumplimiento de la jornada de ocho horas en Vitoria
  8. Carlos Hernández sobre la jornada laboral de ocho horas en el transporte
  9. La doble jornada laboral de la mujer trabajadora
  10. Jiménez de Asúa y la jornada laboral de ocho horas
  11. El ataque a la jornada laboral de ocho horas en Portugal (1922)
  12. El balance del Gobierno francés sobre la jornada laboral de ocho horas en 1924
  13. La defensa de la jornada de ocho horas de los obreros textiles alemanes

Largo Caballero sobre los incumplimientos de la jornada de ocho horas (1919)

En calidad de secretario general de la Unión General de Trabajadores, Francisco Largo Caballero, realizó, que sepamos, dos visitas al ministro de la Gobernación en el mes de octubre para protestar por los repetidos incumplimientos del Real Decreto de 3 de abril de 1919 sobre la implantación en España de la jornada laboral de ocho horas, que entraba en vigor el 1 de octubre de ese año.

El mismo día 2 visitó al ministro de la Gobernación para interesarse por los compañeros y compañeras sastres detenidos el día anterior en Madrid, y que se habían movilizado por los talleres y la capital ante la negativa de la patronal de implantar el cambio legal. El ministro prometió que se pondría en libertad a los que todavía no lo hubieran sido. Aprovechó la visita para denunciar que en Guadalajara la patronal de los sectores de albañilería y carpintería no estaban cumpliendo el Decreto. Pero la parte sustancial de la entrevista tuvo que ver con la publicación ese mismo día en la Gaceta de una Real Orden que concedía un plazo para que los patronos pudieran presentar reclamaciones de excepción del cumplimiento del Real Decreto. Largo Caballero expresó que esto era improcedente. El ministro le contestó que el plazo se refería a las Juntas Locales del Instituto de Reformas Sociales que no hubieran recibido las reclamaciones, pero las solicitudes de excepción serían nulas para las industrias sobre las que ya hubiera recaído acuerdo de las propias Juntas. Quería dejar claro que la Real Orden no tenía efecto retroactivo.

En Galicia, por su parte, la Guardia Civil del puesto de Padrón disparó contra trabajadores que regresaban de noche de una reunión de la Sociedad de Oficios Varios de Teo, localidad muy cercana a Santiago, que estaban en huelga por la negativa de la patronal a la implantación de la jornada de ocho horas. Murieron dos trabajadores, entre ellos el presidente de la Sociedad, y hubo varios heridos. Largo Caballero, como secretario general de la UGT, acudió al Gobierno para protestar y exigir responsabilidades porque, además, se acusó a los trabajadores de agresión a la fuerza armada, y se denunciaron presiones a los vecinos para firmar el atestado. El PSOE también protestó ante este hecho.

La segunda visita mencionada de Largo Caballero (en la mañana del 6 de octubre) al ministro de la Gobernación no sólo tuvo como objeto la denuncia de lo que había ocurrido en Galicia. El secretario general de la UGT quería exponerle, además, los incumplimientos del Decreto en distintos lugares de la geografía española por parte de la patronal, a pesar de que en muchos casos no habían presentado reclamaciones de excepción para el establecimiento de la jornada de ocho horas, algo que posibilitaba la legislación. El ministro consideró que todo eso era ilegal, pero que se habían emitido Reales Órdenes por el Ministerio para que no hubiera confusión posible. Largo Caballero insistió en que debía cumplirse la legislación sin esperar a que estallasen huelgas. También protestó porque seguían clausurados numerosos centros obreros, especialmente en Andalucía.

Hemos consultado los números 3704 y 3708 de El Socialista.

Marcelino Domingo sobre la jornada de ocho horas (1921)

Aprobada la jornada de las ocho horas en España, siguió habiendo polémica sobre la misma, luchas y conflictos para que se implantara en todos los sectores porque se presentaron incumplimientos, y se intentaron plantear excepciones en algunos sectores. Quizás está por hacer la historia de la jornada de las ocho horas en España después de haberse implantado. Pues bien, en este contexto, acudimos al republicano Marcelino Domingo que, en las páginas de El Socialista, en el verano de 1921 expuso las razones de empresarios y obreros en relación con la jornada de ocho horas, que nos aporta información sobre que planteamientos había entre ambos sectores de la mano de este destacado político español de izquierdas, maestro, y que luego sería el primer ministro de Instrucción Pública de la República, aportando su propia interpretación. El tema central de la cuestión tratada en este artículo no pasaba por el análisis de las consecuencias económicas o laborales de la implantación de la jornada de ocho horas, sino en relación con el tiempo del no trabajo, con la parte aquella del ocio de la clásica división de ocho horas para el trabajo, ocho para el descanso y ocho para el ocio.

El patrono español habría empleado contra la jornada de ocho horas los mismos argumentos que la patronal internacional: disminución de la producción, encarecimiento de los productos, “envilecimiento” del hábito del trabajo, y trastorno general del régimen económico. El patrón español, además, empleaba otro argumento propio y se relacionaba sobre en qué empleaba el obrero las horas de descanso. La respuesta a este interrogante, en opinión de Domingo, hacia ver que se estaba produciendo un mal uso de las horas de ocio por parte del trabajador. Los obreros no estarían aprovechando esas horas para la “edificación moral”, sino para ir al café más horas de lo que había ido antes, y entraba en los prostíbulos con más frecuencia que nunca. En conclusión, parecía que el patrón español tenía razón.

Pero Domingo consideraba que, en realidad, más razón tenía el obrero español cuando contestaba que eran los únicos sitios a donde podía ir, porque no encontraba escuelas primarias o técnicas para formarse o perfeccionarse. Si deseaba leer en vez de jugar, ¿había bibliotecas?, y también el obrero se preguntaba si tenían casas adecuadas donde estar. Así pues, a los patronos y los gobernantes les cabía la responsabilidad de no haber puesto en pie instituciones esenciales para cubrir las horas en las que no se trabajaba. Y esas instituciones sí existían en Europa. Domingo aludía al ejemplo británico, pero también al soviético de la mano del comisario Lunatcharsky, que había teorizado, y luego puesto en práctica, la idea de que el proletariado debía asumir los valores de las Ciencias y de las Artes, porque sin ellos no podría ser un hombre instruido, sin los cuales el proletariado permanecería en un estado de barbarie, incapacitado para ejercer el poder y de utilizar adecuadamente los instrumentos de producción. Domingo explicaba la importancia que había adquirido allí la enseñanza, siendo obligatoria, multiplicándose las escuelas primarias y profesionales. En España no había estímulos parecidos. Millares de pueblos no habrían visto nunca un maestro, y en la propia capital de España unos quince mil niños se encontraban en la calle porque no había suficientes escuelas. La Universidad estaba vetada a quien no dispusiese de medios económicos. El obrero español no tenía posibilidades de instruirse ni de formarse. En la cuestión de bibliotecas el panorama era aún más desolador. Fuera de España había bibliotecas populares con prensa diaria y libros de fácil lectura, y que se llenaban de obreros nada más salir de las fábricas.

Domingo también exponía el caso de las Tomy Bed Hall de los barrios pobres londinenses, ofreciendo ocio a los trabajadores con conferencias diarias, cursos de ciencias y artes, y libros. En Rusia, además de la ambiciosa política educativa emprendida, se multiplicaban los “studios” de pintura, escultura, música, canto coral, danza, literatura, poesía y teatro. En España, por el contrario, nada de nada. Se podía argüir que los obreros no habían demandado escuelas e instituciones culturales, pero no opinaba así Marcelino Domingo. Para él, el obrero tenía en esos momentos la misma curiosidad intelectual que tuvo la burguesía en el siglo XVIII. Reclamaba libros con el mismo ardor con que reclamaba pan. Lo doloroso, por lo tanto, no era que el obrero perdiese el tiempo, sino que no se le prestase ningún medio de ganarlo.

Domingo daba mucha importancia en esta cuestión al grave problema de la vivienda obrera en España. La vivienda era un “disolvente formidable de la familia y del carácter. Destruye más que edifica. Envenena el alma mas que purifica. Separa más que une. Invita a huir más que a buscar en su cobijo una paz y amor imposibles”. En conclusión, el patrón tendría razón cuando afirmaba que el obrero en las horas de descanso iba a donde no debiera ir. Pero tendría más razón el obrero cuando respondía que los lugares adonde debería ir y adonde desearía ir no existían en España. El Estado español había dado tiempo al obrero, pero no medios para emplearlo dignamente.

El articulo se publicó en el número 3987 de El Socialista, de 9 de agosto de 1921.

Wenceslao Carrillo en defensa de la jornada laboral de ocho horas (1923)

El destacado socialista y ugetista Wenceslao Carrillo publicó un artículo sobre este particular en octubre de 1923 en El Socialista, que cien años después rescatamos para ir completando nuestro acercamiento a la historia de la jornada laboral de ocho horas.

Carrillo recordaba en su reivindicación del mantenimiento de la jornada laboral de ocho horas, que había sido una de las más preciadas aspiraciones de la clase trabajadora. En España había sido siempre sostenida y todos los años en el Primero de Mayo. En algunos lugares se habría conseguido antes, pero también, una vez conseguida se perdió en momentos de crisis de trabajo o porque la organización se habría debilitado por distintas causas.

También recordaba que la UGT había siempre afirmado que la producción no se resentiría al reducir la jornada de diez a ocho horas, un argumento que había tenido el apoyo de muchos técnicos, que habían demostrado que el esfuerzo de todo trabajador tenía un límite que no podía sobrepasarse por grande que fuera su voluntad o deseo, e incluso egoísmo en los casos de trabajo a destajo. Los excesos repercutían directamente en el rendimiento del trabajo, y con ello en la producción. Y eso ocurría en todo tipo de oficio y trabajo. Y por eso, se había conseguido que a través de un real decreto se redujese más la jornada en el ámbito minero, a siete horas diarias, por la dureza de dicho trabajo.

Carrillo se extendió mucho en el artículo sobre el caso de los mineros, pero era porque el artículo venía a combatir la idea que se había planteado en las minas asturianas sobre el aumento de la jornada laboral.

El artículo salió en el número 4593 de El Socialista.

Pablo Iglesias y la jornada laboral de ocho horas

Meses antes de fallecer, Pablo Iglesias publicó en El Socialista un artículo en el que opinaba sobre el cumplimiento de la legislación sobre la jornada de las ocho horas, conquista alcanzada en España en 1919, que pasamos a comentar en este apunte.

El viejo líder afirmaba que la lucha de medio siglo contra los patronos y presionando a los representantes políticos de aquellos había dado su fruto porque se había conquistado la jornada de las ocho horas. Recordemos que había sido una reivindicación constante del movimiento obrero internacional, muy vinculada al primero de mayo y a multitud de iniciativas. Se había conseguido, por lo tanto en muchas partes del mundo, incluida España.

La jornada de las ocho horas no sólo era un beneficio para los trabajadores al proporcionarles más tiempo para el descanso, y permitir un aumento de la ocupación, sino también repercutía positivamente en el aumento del tiempo que los obreros podían dedicarse a formarse, pero, además, estimulaba a los patronos para mejorar la organización del trabajo, es decir, para aumentar la productividad.

La conquista no sólo no había sido fácil, sino que se seguía combatiendo. Uno de los argumentos empleados por los enemigos de la jornada de las ocho horas tenía que ver con el supuesto ocio de los obreros en las tabernas. Iglesias decía que este ataque se había empleado mucho en el proceso de lucha pero había resucitado una vez conseguida la jornada legal. Iglesias consideraba que no era cierto, y que los problemas de tipo material o físico de los trabajadores tenían que ver con la explotación que padecían.

Pero la principal preocupación para Iglesias tenía que ver con el cumplimiento de la jornada de las ocho horas. Consideraba tres situaciones. En primer lugar, una parte de los patronos seguía la ley por convencimiento porque consideraban que no perjudicaba sus intereses. Por otro lado, estaba la mayoría de los empresarios que la cumplían, pero a regañadientes; y, por fin, se encontraban los que no la cumplían. ¿Quiénes eran estos empresarios? Iglesias exponía que eran los fabricantes catalanes de la “montaña”, que también explotaban a los niños y las mujeres con el trabajo nocturno, algunas Compañías ferroviarias, muchos terratenientes, así como, contratistas de obras y empresarios del sector mercantil. Por fin, había también Ayuntamientos con empleados que trabajaban jornadas superiores a las ocho horas, es decir, que una parte de la propia Administración incumplía la legislación.

El problema se complicaba porque la inspección de trabajo no era muy completa y ni tampoco muy severa. Según Iglesias las autoridades no estaban muy interesadas en aplicar el rigor en esta cuestión, aunque sí lo aplicaban con los trabajadores, tanto si infringían las leyes como si no lo hacían.

Iglesias recordaba que cuando se emprendió la campaña para obtener la jornada legal de las ocho horas los socialistas habían insistido que solamente se conseguiría por la fuerza de la organización obrera, y ésta seguía siendo fundamental para que se cumpliese una vez establecida la ley. Sin esa organización no se respetaría la jornada por parte de los patronos. No olvidemos nunca la importancia de la organización que Pablo Iglesias defendió a lo largo de su intensa vida, una característica del movimiento obrero socialista.

Así pues, los trabajadores organizados debían ejercitar dos acciones, algo también muy propio del socialismo: la acción política, y la acción económica o de resistencia. La primera debía ir encaminada a que las autoridades hiciesen cumplir la ley. La segunda, lógicamente, tendría que ver con los empresarios contrarios a la jornada laboral de las ocho horas. Iglesias opinaba que en los lugares donde los patronos no cumplían la legislación era porque no había organización obrera, por eso había que insistir en que los trabajadores se asociasen, porque solos o dispersos no conseguirían nada.

Hemos trabajado con el número 5094 de El Socialista de 4 de junio de 1925.

Francisco Sanchís y la jornada de ocho horas

El destacado socialista valenciano Francisco Sanchís, fundador de la Agrupación Socialista de Valencia, concejal de dicha ciudad y diputado en Cortes, teorizó sobre el supuesto peligro que corría la jornada laboral de ocho horas a mediados de los años veinte. Recogemos sus ideas en este apunte. No fue el único socialista que trató de esta cuestión en aquel momento, ya que por esos días Luis Fernández publicaba también un artículo sobre esta materia en El Socialista. 

Como sabemos la jornada de ocho horas se fue imponiendo en el periódico de entreguerras. En España se alcanzó en 1919, pero a mediados de los años veinte se produjo un cierto debate en relación con la intensificación de la producción que podía ser aducido para ampliar la jornada laboral.

Sanchís veía que el grave problema económico generado por la guerra había llevado en muchos países a que gobiernos y patronal buscasen en la intensificación del trabajo una solución. Y cuando se hablaba de intensificar el trabajo, en opinión de Sanchís se estaba pensando en establecer una jornada laboral más larga, en vez de perfeccionar los sistemas de producción.

Sanchís no quería detenerse en la demostración de que la aplicación de la reforma de las ocho horas no había perjudicado a la producción, ni en la cantidad ni en la calidad, antes bien, la había mejorado, según podría demostrarse de muchos estudios. Le interesaba otra faceta de la cuestión.

La reforma había constituido un estímulo para el propio trabajador. Sanchís quería expresar que, al menos para el caso español desde que regía la ley de la jornada de ocho horas se habían “moralizado ostensiblemente las costumbres de los obreros”, en el sentido de que muchos habían abandonado la taberna, es decir, había disminuido el problema del alcoholismo, asociado a jornadas de trabajo embrutecedoras.

Por otro lado, Sanchís consideraba un error la intensificación del trabajo cuando había un problema de superproducción. Lo que importaba era dar salida a la misma. Si se ampliaba la jornada laboral el problema se agravaría a su juicio, ya que la producción aumentaría más, pero, además, caería el número de consumidores porque aumentaría el paro con el aumento de jornada laboral. Por eso, la solución era combatir el paro, que permitiría un aumento de los consumidores.

Hemos trabajado con el número 5251 de El Socialista, del 3 de diciembre de 1925. Sobre nuestro protagonista conviene acercarse el imprescindible Diccionario Biográfico del Socialismo Español.

El problema del cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas en Ávila

Los socialistas, conscientes de los abusos que se cometían en la provincia de Ávila en 1922, y concretamente en la localidad de las Navas del Marqués, donde se planteó una huelga con el fin de que se respetase la jornada de las ocho horas, organizaron allí un mitin para explicar la cuestión. La organización concreta corrió a cargo de la Agrupación Socialista de Ávila capital.

Pero los socialistas constataron que era muy complicada la movilización. Al mitin solamente acudieron los miembros de la Sociedad de Oficios Varios y algún que otro simpatizante. Este hecho se interpretó en el sentido de que entre los trabajadores de la localidad cundía un espíritu donde imperaba la “sumisión por norma y el servilismo y la cobardía cívica”. En el mitin se explicó lo que significaba la lucha de clases, lo que representaba el socialismo, y la necesidad de crear grandes organizaciones obreras, con el fin de que desapareciera de los pueblos, como el de las Navas y otros parecidos, el espíritu que el periódico obrero El Socialista calificaba de medieval.

En el acto intervino el secretario de la Agrupación, Julio Escobar, que insistió en la necesidad de que los trabajadores, en el día semanal de descanso, se dedicaran a la labor propagandística, es decir, a “sembrar la semilla de las reivindicaciones obreras”, aunque fuera un trabajo duro porque era consciente de que el “terreno” sobre el que se trabajaba no se encontraba para ello, precisamente, “abonado”. Por fin, habló también Manuel López, a la sazón presidente de la Agrupación, resaltando la cuestión de la unión de todos los trabajadores para luchar por la causa obrera.

Hemos consultado el número 4297 de El Socialista, del día 18 de noviembre de 1922.

Sobre el cumplimiento de la jornada de ocho horas en Vitoria

A través de López de Briñas, El Socialista denunció el incumplimiento de la jornada laboral de ocho horas, como disponía la legislación, a mediados de los años veinte, en Vitoria, demostrando, una vez más, este problema, necesitado de una investigación monográfica.

El artículo quería que el inspector de Trabajo comprobara las denuncias que se hacían de los incumplimientos, y se dispusiera a hacer cumplir la ley. El problema fundamental se encontraba en el sector de la edificación, y había una queja porque el inspector no se había dado por enterado. Al parecer, desde las seis y media de la mañana hasta las seis y media de la tarde se trabaja en varias obras en el camino de Ali, y lo mismo sucedía en el relleno y muralla que se hacían frente al Hospital Civil, en la Ciudad Jardín, en los cuarteles y en la mayoría de los trabajos que se estaban dando en ese momento en octubre de 1926. En esas obras se trabajaba una media de diez horas, y se realizaban trabajos muy arriesgados de noche, como eran levantar el andamiaje, con el consiguiente peligro para los trabajadores, pero también para los transeúntes. Desde el periódico socialista se animaba a los trabajadores a que hicieran todas las denuncias que se considerasen pertinentes en relación con la jornada laboral, pero también sobre el retiro obrero, porque también era burlado, al parecer, por parte de la patronal.

Los trabajadores debían proceder con “tesón y energía” como método para corregir los abusos.

Hemos consultado el número 5531 de El Socialista, de 27 de octubre de 1926.

Carlos Hernández sobre la jornada laboral de ocho horas en el transporte

En el segundo número (febrero de 1926) de la revista Transporte, el órgano de la recién creada Unión General de Obreros del Transporte Urbano, por fusión de “La Velocidad” y la “Unión General de Conductores de Carruajes”, dentro de la UGT, se incluyó un artículo de Carlos Hernández sobre la cuestión de la jornada de las ocho horas en este sector laboral, que estaba adquiriendo una enorme importancia dado el crecimiento del automóvil en España, y de la automoción vinculada al empuje de las obras públicas. Nos interesa detenernos en esta aportación porque Hernández, chófer de profesión, fue un destacado sindicalista del Transporte, además de llegar a ser diputado socialista por Madrid en 1933.

Hernández consideraba que, una vez lograda la unidad sindical, empezaba una etapa con una labor muy amplia y compleja, por lo que se requería un estudio detenido, porque el sector automovilístico estaba creciendo, y más cuando también la patronal se estaba organizando.

Para Hernández había dos problemas fundamentales: el escaso salario y la jornada laboral, que consideraba abrumadora, entre 12 y 16 horas, en un trabajo especialmente duro como era el de la conducción de camiones de gran tonelaje.

Muy pocas empresas tenían establecida la jornada de ocho horas. El objetivo sindical debía ser conseguir que se extendiese dicha jornada, que disfrutaban la mayor parte de los trabajadores, coincidiendo, además, con el objetivo marcado por la Internacional Sindical de Ámsterdam en este mismo sentido.

El problema era, como establecía Hernández, que en la Conferencia de Washington de 1919 no fueron comprendidas algunas categorías profesionales en relación con el disfrute de este derecho, y entre ellas, estaba la de los obreros del transporte. En consecuencia, si el resto de trabajadores siempre tenían que estar alerta para mantener este derecho, el esfuerzo de los que no lo disfrutaban, como era el caso, debía ser aún mayor. La unidad sindical debía constituir un impulso para conseguir dicho objetivo.

Hemos consultado el número 2 de Transporte, gracias a la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. Se puede consultar, además, el trabajo que publicamos en enero de 2020 en El Obrero, titulado, “Aproximación a la historia sindical de los cocheros y chóferes en Madrid entre los siglos XIX y XX”.

Sobre Carlos Hernández es imprescindible acudir al Diccionario Biográfico del Socialismo Español.

La doble jornada laboral de la mujer trabajadora

Gertrudis Hanna, sindicalista alemana y vocal del Comité Sindical Internacional de Trabajadoras, nos ha dejado un análisis muy sugerente sobre la realidad laboral de la mujer trabajadora a cuenta de la importancia de la jornada de ocho horas para la mujer, que pasamos a conocer en la presente pieza.

Para Hanna la limitación de la duración del trabajo a ocho horas diarias tenía una especial significación para la mujer obrera casada, más aún que para los hombres porque al terminar su jornada laboral la inmensa mayoría de estas trabajadoras no podían entregarse al descanso o al ocio creativo, como podían hacerlo los hombres. Al regresar a casa a la mujer le esperaba, por regla general, una enorme cantidad de ocupaciones que exigían las mismas energías que había gastado en la fábrica: quehaceres del hogar, la compra y la comida.

El problema se agravaba porque con la bajada de salarios en casi todos los países, y especialmente de los que se pagaban a las mujeres, había también disminuido de forma considerable el número de familias que podían permitirse una ayuda auxiliar en los quehaceres domésticos.

Pero también la mujer soltera trabajaba más en la casa que los hombres. Ellas hacían todo el trabajo doméstico y, además, sus bajos salarios no les permitía poder gastar una parte en libros, diversiones, etc.

Las exigencias que se desprendían de esta especie de doble imposición de las fuerzas físicas de las mujeres trabajadoras eran muy negativas para las mismas, y terminaban afectando al propio trabajo, ya que no contaban con suficientes horas de descanso y de ocio reparador.

Por eso Hanna reclamaba que las mujeres debían lograr una reglamentación de la duración del trabajo que pudiera ser considerado “saludable”. Había que aplicar a la mujer trabajadora, realmente, la fórmula de: “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio, ocho horas de descanso”. Competía a la organización sindical luchar para conseguir esto, pero nosotros nos preguntamos, ¿con la aplicación estricta de las ocho horas de trabajo, la mujer obrera podría dedicarse al ocio de la misma manera que el hombre o no se trataría más, en línea con lo que pensamos en nuestro presente con un cambio de mentalidad en relación con las tareas domésticas y familiares involucrando a los hombres? Nos parece que eso es, efectivamente, más de nuestro presente, si cierta carga paternalista.

En todo caso, es importante observar como las sindicalistas ya eran conscientes de esa doble jornada femenina y de su intrínseca injusticia.

Hemos consultado el número 5474 de El Socialista, de 20 de agosto de 1926.

Jiménez de Asúa y la jornada laboral de ocho horas

En el libro Estudios y Crítica, que se vendía a través de El Socialista, el jurista Luis Jiménez de Asúa realizó una serie de reflexiones sobre la fatiga, la responsabilidad que se generaba por la misma en el ámbito laboral, y la defensa de la jornada de ocho horas.

Jiménez de Asúa quería exponer sus ideas como jurista a propósito de los abundantes accidentes laborales que se producían a finales de la década de los veinte en el ámbito de la construcción.

Se trataba de establecer la responsabilidad en estos accidentes, en relación con la fatiga de los trabajadores. En este sentido, aludía a la clasificación de Angiolini, en cuya última categoría de “culpables de accidentes” estaban los de “por la fuerza del ambiente, por surmenaje físico o intelectual”. La causa era inconsciente y el efecto no previsto. El escritor, siempre según Asúa, ejemplificaba esta categoría con casos de obreros que, fatigados por el trabajo, dejaban caer una viga que lesionaba a un transeúnte, o de operarios causantes de hechos luctuosos en el manejo de sustancias o máquinas peligrosas en el momento en el que el agotamiento no les permitía desplegar la prudencia debida.

Asúa explicaba en su texto qué era la fatiga, y aludía a distintos estudios sobre la misma. De dichas investigaciones surgía el mejor alegato en favor de la jornada laboral de ocho horas. Además, exponía estudios realizados que demostraban el mejor rendimiento en equipos de trabajadores con ocho horas, que con más jornada, ante la misma actividad productiva.

La propia Gran Guerra había demostrado esto mismo. El ardor patriótico había provocado que en las fábricas británicas y francesas se impusiera un aumento de la jornada laboral y la renuncia al descanso de los sábados, provocando todo lo contrario que se perseguía, es decir, que la producción por obrero había bajado, por lo que hubo que restablecer la jornada laboral y el descanso.

Así pues, la calidad del trabajo estaba en relación inversa de la duración. La Sociedad Británica para el Progreso de las Ciencias, al estudiar la fatiga desde el punto de vista económico y social, había demostrado que las largas jornadas empeoraban la producción, aumentaban el número de accidentes y favorecían las faltas de los trabajadores.

Jiménez de Asúa terminaba por afirmar que los accidentes por fatiga de obrero eran responsabilidad del “industrial avaro, el empresario egoísta” que abrumaba a los trabajadores a abrumadoras jornadas. Y, al final, ¿no sería responsabilidad del materialismo de la sociedad?

Hemos consultado el número 6365 de El Socialista, de 4 de julio de 1929.

El ataque a la jornada laboral de ocho horas en Portugal (1922)

Fue obra del primer ministro socialista en un gobierno portugués, es decir de Augusto Días da Silva, que se sacara adelante una ley sobre las ocho horas en el país vecino. Pues bien, como en otros lugares, esta conquista fue cuestionada por parte de los empresarios. Y el ataque se encubrió a través de la propia legalidad, es decir, con el Reglamento que desarrollaba la Ley, como informaba el corresponsal de El Socialista en Portugal, el también socialista Fernandes Alves, en agosto de 1922.

El Reglamento había tardado en salir y un socialista ya no estaba al frente del Ministerio de Trabajo (lo había estado en 1919). Pues bien, en el verano de 1922 salió, por fin el Reglamento que desarrollaba la Ley, y según Fernandes Alves, después de una campaña patronal que atribuía a la jornada de ocho horas la falta de producción. El problema era que el Reglamento, como informaba el corresponsal, modificaba fundamentalmente la Ley, cuando no podía hacerlo, destruyendo la labor del ministro. La Ley decía que el período máximo de trabajo diario no podía sobrepasar de ocho horas al día o cuarenta y ocho horas a la semana. Pues bien, el Reglamento disponía que los establecimientos y empresas podían realizar acuerdos “en interés común” con sus empleados y obreros, siempre que a los establecimientos o empresas les interesase o fuera costumbre de la región, y los intereses generales no se perjudicaran, y con justificación, pero, en todo caso, el trabajo no podría exceder de doce horas diarias.

Además, la Ley determinaba que el trabajo extraordinario se pagaría con un aumento del cien por cien sobre el trabajo normal considerado éste como de ocho horas, pero el Reglamento falseaba esta disposición porque el mismo consideraba que el trabajo extraordinario era el que excedía del trabajo normal o jornada convenida. El Reglamento levantó protestas por parte del movimiento obrero portugués. Fernandes Alves auguraba que si se ponía en marcha surgirían conflictos. Entre las protestas estaba la del Partido Socialista.

Hemos trabajado con el número 4209 de El Socialista, del día 8 de agosto de 1922.

El balance del Gobierno francés sobre la jornada laboral de ocho horas en 1924

El Gobierno del radical Herriot, con apoyo parlamentario socialista, nació de la victoria electoral de mayo de 1924. En Conferencia Internacional del Trabajo del mes siguiente, el ministro francés Godard, realizó un balance y análisis de la jornada laboral de ocho horas en su país. Este artículo recupera dicho balance.

Godard explicó que en Francia el régimen de las ocho horas, establecido por ley de 23 de abril de 1919, había sido positivo. El régimen se estaba asentando claramente en el país, tanto por la disposición legislativo, que estaría inspirada en las Convenciones de Washington, como por la evolución de las costumbres y la transformación de los sistemas productivos.

Había habido acuerdos entre patronos y obreros para establecer reglamentos sobre las condiciones de trabajo, sancionados con decretos, y se encontraban en preparación otros. El respeto a las decisiones tomadas por los organismos obreros y patronales se garantizaba gracias a los inspectores de Trabajo.

Era cierto que había millares de contravenciones denunciadas a los inspectores, que había procedido a imponer sanciones. Godard, aunque consideraba que no se podía estar satisfecho de esta situación, la intervención de los inspectores demostraba el esfuerzo que en Francia se estaba realizando para la aplicación de la jornada de ocho horas.

La investigación que se había realizado, y que iba a ser publicada en breve, sobre la jornada de las ocho horas, demostraría que la misma había conseguido mejorar la vida familiar francesa, además de fomentar un gran desarrollo del ocio, la cultura y la formación. El alcoholismo, además, había disminuido.

Por fin, la jornada laboral de ocho horas había tenido una repercusión muy positiva sobre el rendimiento productivo. El Gobierno francés había conseguido el apoyo parlamentario de una declaración realizada donde se proclamaba que no se dejaría arrebatar las ventajas obtenidas por el mundo del trabajo, especialmente, la jornada de ocho horas.

Hemos trabajado con el número 4800 de El Socialista, del día 26 de junio de 1924.

La defensa de la jornada de ocho horas de los obreros textiles alemanes

Al terminar la Gran Guerra la patronal en muchos países europeos pretendió que se anulase la jornada de ochos horas como medio para superar la crisis, provocando la reacción del movimiento obrero. En diversos artículos en El Obrero hemos estudiado algunos de estos casos. En el presente trabajo nos acercamos a la movilización de los obreros textiles alemanes a finales de 1922 sobre esta cuestión.

El Consejo de la Unión Alemana de los Trabajadores textiles, que contaba con más de medio millón de obreros y casi cuatrocientas mil trabajadoras, se reunió en Leipzig, votando por unanimidad una resolución oponiéndose al retorno de la jornada de diez horas, pedida por los patronos, afirmando además que dicha medida sería contraria a los intereses nacionales.

Ese intento de volver a la jornada de las diez horas era calificado por el Consejo como inaceptable porque la economía alemana dependía casi en su mitad del trabajo de las mujeres y los jóvenes, y eso repercutiría en su salud.

Además, se consideraba que los patronos atacaban gravemente los intereses nacionales abandonando el perfeccionamiento de los medios técnicos de trabajo, es decir, que no se habían preocupado de investigar e invertir en tecnología para aumentar la producción.

Pero el movimiento obrero alemán no sólo protestaba sino que también planteaba medidas para aumentar la producción.

En primer lugar, se solicitaba una solución a la cuestión de las reparaciones teniendo en cuenta los intereses de todos los pueblos. En segundo lugar, había que solucionar los problemas del cambio para estabilizar el marco. También había que buscar soluciones a los problemas comerciales entre las naciones. En cuarto lugar, se planteaba la necesidad de que se perfeccionasen los medios de producción que no se hubieran mejorado desde 1914 a causa de la guerra. Había que perfeccionar también la organización de las empresas y de la división del trabajo, sobre todo en la industria textil. En esta línea, era necesaria la estandarización de la producción en la medida de lo posible. Los Consejos de empresa tenían que señalar los métodos atrasados de trabajo, así como la organización defectuosa de las empresas. Para que se cumpliesen todas estas medidas en favor de la producción y de la mejora de la productividad, que es por lo que luchaban los trabajadores organizados alemanes, era necesaria la creación de organismos reconocidos por la ley. En todo este proceso era necesaria la participación de los sindicatos, es decir, también se abogaba por el control obrero.

Hemos trabajado con el número 4333 de El Socialista, de 30 de diciembre de 1922.

Ataques y defensa de la jornada de ocho horas en los años veinte