domingo. 21.07.2024

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Ignacio Apestegui | La única cura para el suicidio es la muerte, esta frase es un perogrullada, pero no por ello es menos cierta. La verdad que no creo que le guste leerla a los gurús de la autoayuda, los psiquiatras o, en última instancia, a las familias de los suicidas. Pero lo cierto es que también creo que a estos últimos, los suicidas, a ellos sí puede ayudarles leerla.

  1. Que solos nos sentimos, que vacío tan grande llevamos dentro
  2. Ahí está el problema. El problema o la solución
  3. Nunca vas a tener una sonrisa sincera
  4. Solo queremos dejar de sufrir
  5. 86.037 personas que mañana pueden suicidarse
  6. Hablar sobre la vida

Hace más o menos un año escribí el artículo “Navidad, suicidio y muerte” en Nuevatribuna.es.  El cual tuvo bastante repercusión. Llevo a, que desde el periodico El Mundo nada menos, me pidieran que escribiera otro artículo, “Hoy no voy a morir”. Artículos, sobre el suicido, que terminé (o eso pensaba) con “Pequeños bocados de felicidad” (otra vez en Nuevatribuna.es, pues a las grandes ligas de noticias se les había acabado el interés por el tema). Poco después di una charla en una asociación de alcohólicos y adictos en rehabilitación, AERGI, y, otra vez se generó revuelo, más regional esta vez, y hubo una cascada de entrevistas y artículos en prensa y radio.

Personas, suicidas, habían leído mis palabras, y habían sentido, palabras que pensaban que solo ellas sentían. Palabras que yo decía por aquellos que no podían ya hablar

Ahí pensaba que se había acabado la cosa. Lo cierto es que este año, sin lugar a dudas, ha sido un buen año en lo profesional, en lo académico y, más sí se puede, en lo personal. Llegó el verano y empecé a recibir algún que otro mensaje privado. Resulta que los artículos escritos aún estaban dando vueltas por el mundo digital. Personas, suicidas (o aprendices de…), habían leído mis palabras, y habían sentido, palabras que pensaban que solo ellas sentían. Palabras que yo decía por aquellos que no podían ya hablar.

Que solos nos sentimos, que vacío tan grande llevamos dentro

El mío ha sido un año espectacular. Creo que el mejor de mi vida y aún así solo necesito un día malo para caer otra vez en el pozo. Para volver a llorar, a consumir, a querer apagarme, para tener que forzarme a dar otro paso, como con los pies llenos de arena. Pesados más allá de mis fuerzas. Puede que hoy no caiga, no lo sé, nunca lo podré saber.

Ahí está el problema. El problema o la solución

Cuando escribía sobre el momento que me llevó a aceptar que yo no era feliz, melancólico trataba de explicar esa aceptación, la de que no podía baremarme a mí mismo como las otras personas lo hacen. Ese momento en el que aceptas como eres. En el que dejas de buscar una felicidad inalcanzable para ti y sufrir por no lograr lo que la gente de tu alrededor tiene de manera natural… En ese momento puedes empezar a alcanzar la paz, el equilibrio. El punto en el que empezar a construir una vida plena. Hasta entonces todo lo que hagas estará marcado por la frustración y el dolor. Porque nunca vas a alcanzar lo que otros tienen por mucho esfuerzo que pongas.

Nunca vas a tener una sonrisa sincera

Ya advertía en mis otros artículos que una vez has dado el paso, una vez te has suicidado (con éxito o sin él), serás siempre un suicida. Y, con cada intento, el punto en el que tu instinto de supervivencia, sobrepasado por tu necesidad de dejar de sufrir, es más bajo. Cada vez la muerte da menos miedo. Cada vez la muerte es mayor alivio. La vida una peor carga. En ese punto estoy. En ese punto que resulta cada vez más difícil tener que juntar cosas en el lado positivo de la balanza para decir “Hoy no voy a morir”.

Ese momento en el que aceptas como eres. En el que dejas de buscar una felicidad inalcanzable para ti y sufrir. En ese momento puedes empezar a alcanzar la paz, el equilibrio

Y en ese punto estamos… La única cura para el suicidio es la muerte.

Ya sea provocada o natural, pero sí no lo aceptamos, igual que aceptamos que está bien que no seamos felices. Sí no lo aceptamos, esa muerte será provocada. Sí no lo aceptamos, en el primer renuncio malo, lograremos el éxito donde antes fracasamos y, al fin, encontraremos el descanso a esta vida que tanto cansa.

Creo que, especialmente por este último párrafo, este artículo no gustará mucho.

Excepto a nosotros los suicidas. Porque que alguien te diga que está bien que te quieras morir, que no eres un monstruo por sentir dolor al despertar, dolor y tristeza por no haber muerto durante la noche. Por sentir que unas manos te aplasta las costillas ahogándote, por tener que forzar cada inspiración. Por caerte cada día en tu intento de vivir. Porque de verdad queremos vivir, no es que queramos morir, es que queremos dejar de sufrir.

Solo queremos dejar de sufrir

Aceptar que seguramente muera por mis propios medios y no por muerte natural es lo que me puede ayudar a llegar a viejo. Negarlo es abocar a todos los que están a mi alrededor a ver como me desmorono, caigo y muero sufriendo. Por eso es importante aceptar que la única cura para el suicidio es la muerte. Porque una vez que eres un suicida, el suicidio es una enfermedad crónica.

El año 2022 se suicidaron 4.097 personas, este año, las estadísticas de mitad de año no mejoran la cosa, la brecha entre hombre y mujeres aumenta levemente, siendo un 75,2 % hombres. Por estadística 1 de cada 20 intentos se consuma. Así que podemos afirmar que 81.940 personas se intentaron suicidar y atendiendo a la progresión 86.037 personas lo intentaran en 2024.

86.037 personas que mañana pueden suicidarse

O pasado, o al otro, o al otro… y así hasta que mueran. Que ese hasta que mueran sea el 6 de enero o un día de viejos, tranquilo en la cama, rodeado de familia o amigos, depende de que acepten, ellos y la sociedad, de que el suicidio es una enfermedad crónica, de que a la primera mal dada puedes romperte otra vez y terminar lo que dejaste a medias.

Ellos lo tienen que aceptar. Ellos y la sociedad, sus familias y amigos, igual que los adictos, los suicidas tenemos que aceptar que en cualquier momento podemos recaer, y nuestro entorno también, y quien no lo acepte… pues lo cierto que sobra a nuestro alrededor, porque nos acercará a ese precipicio cada vez más, y nosotros al aceptarlo podemos trabajarlo, interiorizarlo, superarlo…

Tengo la suerte de haber perdido la vergüenza que la sociedad nos impone por no poder ser felices. De haber mandado todo a la mierda al exponerme como lo hice con cada artículo

Yo lo he aceptado, aquí ando con lágrimas en los ojos porque hoy me vino mal dada. Tengo la suerte de que escribir me libera de mucha presión. Tengo la suerte de contar con enfermos como yo a mi alrededor, personas que me quieren y apoyan, que han pasado por lo mismo y podemos compartir. Tengo la suerte de haber perdido la vergüenza que la sociedad nos impone por no poder ser felices. De haber mandado todo a la mierda al exponerme como lo hice con cada artículo, charla o entrevista donde me han convocado.

Otras muchas personas no tienen esa suerte. Nosotros los enfermos, los suicidas, somos los primeros que tenemos que dar un paso. Reunirnos, hablar, compartir. Hacerlo como otros enfermos, los adictos por ejemplo, han hecho. Pero la soledad que nos impone la sociedad, el estigma y la vergüenza, el silencio al que estamos condenados no lo pone fácil. No es fácil exponerse. No es fácil hablar, ni siquiera con alguien como yo que ha gritado a voces, ¿Soy un suicida! No lo es, no.

Es obligación de la sociedad ayudarnos, de los médicos, psicólogos, políticos y familiares. Nosotros apenas podemos respirar. ¿Cómo vamos a organizarnos y encontrarnos cuando se nos ordena callar el gran pecado que cometimos? ¿Cómo vamos a lograrlo si la sociedad civil nos oculta? ¿Cómo?

Es obligación de las instituciones ayudarnos. Es obligación de las instituciones afrontar este problema de Salud Pública. Afrontarlo ahí donde la sociedad nos ha abandonado, donde nuestro entorno se avergüenza, como una vez se avergonzaban de las personas con capacidades diferentes. Como una vez la sociedad ocultaba el maltrato culpando a las víctimas. La violencia sexual. La violencia infantil y tantas otras lacras sociales que poco a poco hemos, como sociedad, sacado a la luz y permitiendo a las víctimas realizar el proceso de duelo y curación.

Pero no podemos descargar de nuestros hombros nuestra obligación, los suicidas digo, nuestra obligación de romper el silencio y hablar. Hablar sobre nosotros. Hablar sobre nuestro dolor. Hablar sobre nuestros miedos. Hablar sobre nuestra soledad. Hablar sobre la muerte.

Hablar sobre la vida

Porque lo que queremos es vivir. Vivir sin sufrir, sin miedo, en paz, completos. Vivir como el resto de las personas, con días buenos y malos, con altibajos, con amigos, con familia, sin odiarnos y querer desaparecer. Vivir en positivo. Vivir.

Y para ello necesitamos admitir lo que somos, los que ya lo perpetramos, pero también los que lo están pensando, aceptar que somos suicidas. Aceptar que sufrimos una dolencia crónica, los que la sufrimos, que hay que tratar, que hay que cuidarse como lo hace un diabético, un hipertenso o un adicto. Puede que necesitemos tratamiento farmacológico, puede que no, puede que tengamos el apoyo de nuestro entorno, puede que no. Lo que seguro que necesitamos es a nosotros. Como individuos y como grupo. Necesitamos aceptarnos como somos. Necesitamos encontrar el valor de hablar para buscar el remedio. Como individuos y como grupo.

Lo que queremos es vivir. Vivir sin sufrir, sin miedo, en paz, completos. Vivir como el resto de las personas, con días buenos y malos, con altibajos, con amigos, con familia, sin odiarnos y querer desaparecer

Como individuos debemos romper con el pensamiento del “perro verde”, la idea peregrina de que nadie más siente lo que nosotros. La idea de que nadie nos entiende. La idea de que no valemos. La idea… todas las ideas de autoconcepción que tenemos porque seguramente todas sean falsas. Debemos comprender que nuestro cerebro nos miente sobre nosotros. Este sentimiento puede haber sido sempiterno o venir dado por una mala racha, no todos nacimos diferentes a la norma, puedes haber llegado aquí por una situación personal sobrevenida, temporal o puede que no, no lo sé, el sufrimiento es el mismo, la soledad, la ira, la frustración, el camino hacia fuera también. Mi consejo es encontrar alguien como nosotros, con nuestro daño. Tal vez en una asociación. Tal vez un profesional, no sé, yo tardé en tener suerte con eso. Tardé en encontrar una buena psiquiatra que me escuchó, que sintió empatía, que me transmitió confianza. Pero las hay, hay buenos profesionales. Además, aunque mi objetivo es llegar a sobrellevarlo sin ayuda química, lo cierto es que para arrancar a curarse los fármacos son un buen punto de inicio.

Y después o antes o a la vez, encuentra un grupo, a alguien como tú, alguien que no le de miedo hablar de muerte y de suicidio. Que sienta, o haya sentido, lo que es estar roto. Estar perdido. Estar solo. Hay asociaciones de apoyo, no muchas, pero las hay. Hecho en falta, en mi región al menos, una de suicidas, sin paliativos, no de familiares, ni médicos que investigan o de voluntarios que apoyan sin saber, sin haber sentido. Una de suicidas, donde las personas que se sientan en círculo sean suicidas como tú y yo. Sean gente rota y rehecha o rota y que trate de rehacerse. Gente que te entienda, no por empatía, sino porque está o ha estado donde tú estás. Lo hablé ya en mis otros artículos, lo expliqué, creo, de manera meridiana. Hasta que no encontré otros como yo, otros suicidas, no pude aceptarme, aceptar mi YO real. No ese yo falso que sonreía y mostraba. No pude mirarme a los ojos y decirme.

-Está bien que seas así.

La única cura para el suicidio es la muerte