domingo. 30.06.2024
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El diálogo político y la conversación pública sobre los futuros posibles o deseables de la Unión Europea (UE) merecían haber estado en el centro de la campaña electoral. No fue así, el debate se despilfarró en demagogia divisiva y navajeo político. La información, el análisis y las propuestas de reforma quedaron fuera de la campaña y el horror al vacío llenó la propaganda política de ese pensamiento mágico que confunde la repetición de consignas y la formulación de deseos con propuestas. Una abstención del 50,8% da cuenta de la indiferencia con la que una parte significativa de la ciudadanía observó a distancia una campaña que no le decía nada o no le importaba. Ni los partidos que aspiran a representar a la ciudadanía ni esta UE despiertan la confianza o las ilusiones que podrían llevar a la mayoría a dedicar una hora de su tiempo libre del domingo a ir a votar.   

La democracia y la gobernabilidad salen deterioradas de la pugna electoral y llevará grandes esfuerzos reparar los daños

La democracia y la gobernabilidad salen deterioradas de la pugna electoral y llevará grandes esfuerzos reparar los daños causados, si es que tienen reparación en el corto plazo en el que las previsiones tienen sentido.  

Tras la batalla electoral, el reto político esencial de la UE sigue siendo el mismo que antes: sólo en un proyecto de integración comunitaria sustentado en amplios acuerdos políticos podrán encontrar cobijo las soluciones a los problemas de soberanía, bienestar y convivencia generados por la crisis de los modelos de globalización y capitalismo que han estado vigentes en las últimas cuatro décadas. Las consecuencias de esta profunda crisis multidimensional se han concretado en grandes desórdenes y riesgos globales acompañados de convulsiones estructurales. Nadie puede ignorar la necesidad de abordar esta crisis con políticas públicas capaces de ofrecer suficiente estabilidad política y protección social y de impulsar transiciones estratégicas y trasformaciones productivas modernizadoras, ya que los mercados y los capitales privados se han demostrado incapaces por sí solos de lograr esos objetivos y requieren garantías y financiación complementaria que sólo pueden proporcionar las instituciones públicas, estatales y comunitarias.

Las dificultades de llevar a cabo esta empresa de más y mejor integración comunitaria se acrecientan cuando se observa en el plano político la continuidad de una dinámica de ascenso electoral de las extremas derechas que implica también un fortalecimiento de las ideas que consideran que soberanía nacional y soberanía comunitaria, lejos de reforzarse y complementarse, se excluyen.  

Además, una parte de la derecha tradicional agrupada en el Partido Popular Europeo (PPE) percibe el ascenso de la ultraderecha como una oportunidad para achicar el espacio de la socialdemocracia y conseguir afianzarse en el centro del tablero político y en la gestión de las políticas y el poder comunitarios. Por eso, el PPE se debate entre mantener la vieja alianza con socialdemócratas y liberales o experimentar una nueva política de alianzas más dinámica, en la que cada iniciativa de reforma conllevaría una negociación de geometría variable, bien con sus anteriores aliados o bien con una ultraderecha previamente blanqueada de tintes nacionalistas racistas e iliberales.

La UE se adentra en un laberinto político en el que cualquier perspectiva de integración comunitaria queda diluida

La UE se adentra así en un laberinto político en el que cualquier perspectiva estratégica de integración comunitaria queda diluida. Si la deriva neosoberanista de las derechas y las extremas derechas europeas prevalece e impide una mayor integración europea, el bloqueo político, la decadencia económica y la inestabilidad social seguirán avanzando y acabarán debilitando el ejercicio práctico de cualquier tipo de soberanía nacional y comunitaria. Y el proyecto de unidad europea se agotaría paulatinamente. A ese punto hemos llegado y ese es el incierto y preocupante horizonte que hay que superar, que las fuerzas democráticas, europeístas y progresistas deberían haber comenzado a afrontar en esta campaña electoral.  

Los votos no lo determinan todo, definen un nuevo punto de partida y la relación de fuerzas existente entre los principales actores políticos, los papeles protagonistas o secundarios a los que tendrán que sujetarse y las restricciones y posibilidades que influirán en su acción política; pero tan decisivo como el escenario político que configuran los votos es la acción que acierten a desarrollar las fuerzas políticas en su labor de intermediación entre la ciudadanía y los poderes de cada Estado miembro y de las instituciones comunitarias. 

El futuro no está escrito de antemano, se escribe sobre la marcha de la acción política y social y de sus errores o aciertos. Y por eso es tan importante que, además de los datos del resultado electoral, conozcamos las reflexiones de las direcciones de los partidos progresistas y de izquierdas sobre sus propias insuficiencias y errores y hasta qué punto demuestran que tienen los recursos y la capacidad de superarlos.

Menos de 24 horas después de conocer los resultados electorales, Yolanda Díaz decidió dimitir como coordinadora de SUMAR. Un mal resultado y una campaña electoral muy mejorable han provocado esta dimisión. No sé hasta qué punto es un paso atrás definitivo, un movimiento para dejar de estar en el foco de las críticas o una asunción personal de responsabilidades compartidas orientado a salvaguardar el proyecto de agrupamiento de fuerzas progresistas y de izquierdas que representa SUMAR.

Tras la dimisión de Yolanda Díaz, el camino de agrupamiento de la izquierda del PSOE es mucho más estrecho y escarpado

No tengo datos suficientes ni conozco los entresijos que han provocado esta dimisión fulminante, pero no creo que su dimisión pueda contribuir al imprescindible proceso de clarificación, reconsideración y rectificación del proyecto político al que SUMAR sirve de vehículo y contenedor. Tampoco me parece adecuado que una decisión de tanto calibre se haya tomado sin haber ensayado una reflexión autocrítica más colectiva y sosegada de los errores cometidos y de las vías para su rectificación. Tras la dimisión, el camino de agrupamiento de la izquierda del PSOE es mucho más estrecho y escarpado y las perspectivas del Gobierno de coalición progresista y de sus políticas a favor de la mayoría social, más oscuras. Podemos es otro cantar, tiene una agenda particular que centra sus esfuerzos en diferenciarse tanto como pueda del Gobierno de coalición progresista y no demuestra ningún interés por reincorporarse a un proyecto de cooperación estratégica del conjunto de fuerzas progresistas en el que las ideas y líderes de Podemos no tengan la manija. Veremos cómo se desarrollan los acontecimientos y hasta qué punto lo inesperado acontece de nuevo y nos vuelve a sorprender.     

En una primera observación, los resultados electorales del 9J no cambian nada sustancial en las tendencias y fuerzas que vienen operando en los últimos años, ni en España ni en el conjunto de la UE. Lo que no deja de ser una pésima y preocupante noticia, porque apunta a un escenario de bloqueo y a una acción política que tiende a confundirse con propaganda y gestos destinados a llamar la atención, sin ofrecer ninguna respuesta a la incertidumbre, los sentimientos de desamparo y el miedo a la inestabilidad y el desorden que anidan en las crisis en presencia. Las derechas y ultraderechas salen reforzadas de su paso por las urnas, sin duda; las fuerzas progresistas, con menos esperanzas; y una parte significativa de la ciudadanía, desengañada con la labor de los partidos políticos y con unas instituciones que no les garantizan amparo ni les ofrecen un futuro aceptable.

Los partidos progresistas tienen que hacerse cargo de sus malos resultados y exponer a la ciudadanía propuestas de solución

Tras el veredicto de las urnas, comienza su andadura un incierto futuro. Los partidos políticos progresistas tienen que hacerse cargo de sus malos resultados y exponer a la ciudadanía y a sus votantes las ideas y propuestas que plantean para rectificar lo mal hecho o dicho y para afrontar las tareas que requiere el difícil y complejo momento político actual. No se trata de negociar algunas reglas compartidas que moderen una disputa permanente por el liderazgo de un espacio político y electoral siempre a disposición de los afanes partidistas. Se trata de aprender a cooperar con el conjunto de fuerzas democráticas y progresistas y de aprender a discrepar sin poner en riesgo una cooperación estratégica imprescindible para impulsar los cambios que necesita y requiere la mayoría social.

Las direcciones de los grandes y los pequeños partidos progresistas y de izquierdas tienen la palabra. No nos decepcionen.

Tras las urnas, un incierto futuro comienza su andadura