domingo. 30.06.2024

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En las últimas tres décadas han sobrado ocasiones, muchas, para que el expresidente del Gobierno Felipe González, miembro del Partido Socialista Obrero Español a su pesar, hubiese alzado su voz contra las políticas reaccionarias de Aznar y Rajoy, contra las fechorías privatizadoras emprendidas por ambos hasta dejar casi exangües servicios y derechos tan esenciales como la Sanidad o la Educación Públicas. Calló, guardó silencio sepulcral, no se dio por aludido, como tampoco dijo nada cuando aprobaron la Ley Mordaza, cuando Ayuso dictó los protocolos que dejaron sin asistencia a miles de ancianos durante el periodo más duro de la pandemia. No se oyó su voz cuando los asuntos de Bárcenas, Cifuentes, Zaplana, Fernández Díaz, su tocayo González, Granados, Valcárcel, Aguirre, Barberá y esa infinita nómina de políticos tocados por la mano de Dios. Lo mismo sucede con las matanzas de palestinos, el cambio climático, el avance de la extrema derecha en el mundo o la ilegalidad del Consejo General del Poder Judicial, cinco años caducado y bajo el control del Partido Popular. Felipe González es dueño de sus silencios, pero todos sabemos que significan cuando sólo se oye su voz para poner de vuelta y media a quien actualmente dirige su partido y mostrar, sin complejos, su apoyo a quienes están enfrente utilizando instrumentos impropios de una democracia. 

Felipe González es dueño de sus silencios, pero todos sabemos que significan cuando sólo se oye su voz para poner de vuelta y media a quien actualmente dirige su partido

Dar digna sepultura a quienes yacen en cunetas o en paradero desconocido es una provocación innecesaria que no ayuda a la convivencia, amnistiar -como tantas veces se ha hecho a lo largo de nuestra historia- a quienes hace siete años cometieron delitos contra el orden constitucional, contribuye a romper España, intentar gobernar con una mayoría parlamentaria difícil pero no imposible, violentar su democracia, es decir, el estatus quo pactado en 1978 del que desconocemos la letra pequeña que, al final, resulta ser la grande. Empero, es completamente normal acosar a un vicepresidente del gobierno y una ministra en su casa durante meses, inventar procesos judiciales para degradar su imagen, encarcelar a raperos por las letras de sus canciones o entregar la sanidad madrileña al grupo alemán Fresenius Medical Care, dueño de Quirón Salud. Todo eso es normal porque para algunos de nuestros altos representantes, del pasado y de ahora, la corrupción no es algo rechazable, sino el ámbito en el que se mueven los más avispados, algo natural que dinamiza la economía, sobre todo la de los corruptos. 

Es, o pretende serlo, el legitimador de las políticas de la caverna. Convencido de que la democracia española se fundaba, como en la Restauración canovista de la oligarquía, la corrupción y el caciquismo que denunció Joaquín Costa, en el turno pacífico en el poder de dos únicas opciones, sus socialistas y los populares, González se ha destapado durante los últimos años como un político mínimo y como una mala persona. Sí, insisto, mala persona. Ya sé que puede parecer una valoración en exceso subjetiva, pero yo voté varias veces a González y asistí a aquellos mítines multitudinarios previos a la victoria socialista de octubre de 1982, en los que hablaba de ética, de regeneración ética del país, de honradez, de bonhomía, de acabar con la corrupción heredada de la dictadura, de libertad y de igualdad, conceptos todos ellos que se han perdido entre bonsáis y pequeñas joyas en un yate con puro camino de Marruecos.

Es, o pretende serlo, el legitimador de las políticas de la caverna. Desde la caverna sólo se ven las imágenes que se desean ver

No es la primera vez que pasa en nuestro largo camino por la historia. Óscar Pérez Solís, uno de los socialistas radicales discrepantes que creó el Partido Comunista en la crisis de 1921, terminó militando en Falange en los años treinta y apoyó el golpe de estado africanista, siendo durante el franquismo uno de los encargados de elaborar los libros educativos doctrinarios del régimen. Tampoco será la última, lo grave en esta ocasión es que España y Europa están a punto de sucumbir a la ola de xenofobia y racismo, a las mentiras y ambiciones totalitarias de una extrema derecha que amenaza con acabar con todos los logros de las últimas décadas, que el odio hacia los que no se suben a esa corriente destructora es cada vez más palpable en los medios y en los parlamentos, también, cada vez más, en las calles. Y eso Sr. González, no es un hecho baladí, no es el resultado de la alucinación de un conspiranoico, sino algo constatable cada día, cada hora, en el momento en que uno abre un periódico, sale al bar o entra en una red social. Y usted, callado.

Hace años que Felipe González tomó partido, y no por el suyo. Durante esos años, una parte muy activa de la judicatura, al calor de la protección del Consejo General caducado, también lo ha tomado y participa abiertamente en los procesos electorales dictando autos y providencias en el momento oportuno, abriendo causas sin fundamento basadas en recortes de periódicos, rumores o maledicencias, eximiendo de responsabilidad política y civil a políticos de una determinada tendencia que ocupaban cargos de la más alta responsabilidad mientras la corrupción era la forma habitual de ejercer el poder omnímodo. Estamos a un paso de que España vuelva a los modos más casposos de su tradición reaccionaria, a unos días de que la extrema derecha -el fascismo, Sr. González- entre en todas las instituciones europeas de la mano de personalidades como Úrsula Von Der Leyen y Feijóo. A usted sólo le preocupa la amnistía. Desde la caverna sólo se ven las imágenes que se desean ver. Ojalá todo esto no fuese más que un sueño, una pesadilla de la que se despierta con alivio.

De la caverna