DESERTIZACIÓN

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No ha muchos años en mi castigada tierra del Sur llovía poco, pero llovía. A periodos secos, sucedían otros húmedos, pero incluso en aquellos se armaban tormentas y esporádicamente entraban temporales que al menos servían para refrescar la tierra y alargar la vida de los árboles. La vida estaba tan ligada al tiempo que no había una casa en la que no hubiese un buen puñado de katiuskas, paraguas e impermeables, el barro, los charcos helados, los hielos interminables marcaban buena parte de nuestra experiencia cotidiana. Incluso había guisos como las migas, el caldo valiente o la olla que estaban estrictamente ligadas al tiempo borrascoso. 

Los veranos, los larguísimos veranos se están convirtiendo en una amenaza que se teme y no se mitiga más que con resignación y blasfemias

Desde hace unos años esto no es así. Han desaparecido las tormentas, las heladas, incluso las lluvias otoñales y primaverales. Los ríos bajan secos y sólo subsiste algún manantial que brota de profundidades desconocidas pero que terminará por sucumbir a tantos años de inclemencia climática. Dicen que los hombres nos estamos adaptando al cambio climático, que ya no nos hace tanto daño, como si eso de la adaptación al medio fuese cuestión de diez o quince años, pero yo lo que veo es que las calles otrora llenas de gente al mediodía están vacías, que no hay nadie en los comercios y que cada cual intenta escapar de esta ola de calor interminable como mejor puede, sin poder muchas veces. Para muchos, sobre todo para quienes no tienen dinero para enfriar el ambiente, los veranos, los larguísimos veranos se están convirtiendo en una amenaza que se teme y no se mitiga más que con resignación y blasfemias. 

Una parte considerable del territorio del Sureste español está ya ocupado por el desierto, un desierto que no se detienen y avanza cada vez más rápido

El año hidrológico concluirá el 30 de septiembre, de no aparecer trenes de borrascas incansables, lo terminaremos con unos 60 mm de precipitación, es decir, menos de lo que ha llovido en el Sahara o en Atacama. Los inmensos campos de cereal llevan años sin producir un grano, los almendros se secan sin fruto y sólo el agua que sale del mar o del trasvase mantiene los cultivos intensivos que alimentan de verduras y hortalizas a media Europa. No hay agua y el Tajo no tiene caudal suficiente para proporcionarnos la cantidad creciente que necesitamos y necesitaremos en las próximas décadas. Los menguados ríos del interior deben servir para suministrar agua a los territorios por los que transcurren y que no tienen otro medio de obtenerla. En el Sureste urge sacar agua del mar porque o la sacamos de ahí o terminaremos comiéndonos los pepinos holandeses. No es que se nos ofrezca un abanico de posibilidades entre las que poder elegir, no, no hay más que una, y esa está en el mar, comenzando de nuevo a hacer canalizaciones desde él al interior para devolver la muchísima generosidad que durante siglos nos ha regalado. No llueve y aunque llueva un año, las necesidades hídricas son de tal volumen que aún con los embalses llenos, no habría agua en un par de años. 

En el Sureste urge sacar agua del mar porque o la sacamos de ahí o terminaremos comiéndonos los pepinos holandeses

Eliminar cultivos como el aguacate que necesitan cientos de litros de agua, convertir en bosques las tierras de pobres rendimientos y llevar agua desalada a las más fértiles son necesidades imposibles de aplazar porque una buena parte de la riqueza de esta tierra depende de la agricultura y su comercialización. Se pueden alegar cien mil razones en contra, entre ellas lo caro que resulta todavía la desalación, pero hay más de ochenta universidades en España, institutos científicos y se ha avanzado mucho en la eficacia de las plantas fotovoltaicas, se trata, pues, de coordinar esfuerzos, de optimizar recursos, de llevarlos allí donde más rentable será su aprovechamiento, pero lo que no se pude hacer es entregar al desierto a una región tan grande, entre otras cosas porque ello supondría la muerte del territorio y el abandono progresivo de quienes lo habitan, experimentados durante siglos a emigrar por toda Europa.

A las razones económicas que justifican lo anteriormente expuesto, se añaden las humanas y las geográficas, las espaciales. Una parte considerable del territorio del Sureste español está ya ocupado por el desierto, un desierto que no se detienen y avanza cada vez más rápido a tierras que hasta hace unos años eran productivas. Ahora mismo hasta el ganado extensivo ha de alimentarse de forraje cultivado en zonas de regadío, la vida languidece y emprender cualquier negocio agro-pecuario razonable es cada vez más una temeridad. 

No hay ni un solo río en España que haya aumentado su caudal en las últimas décadas, todos han disminuido drásticamente

Hay problemas que no tienen solución o que para tenerla se precisarían años de investigaciones costosas sin certeza de resultados. Pero hoy en día se puede combatir el envite del cambio climático llevando agua a donde no la hay y racionalizando científicamente su uso, aumentando la masa forestal urbana -aunque muchos ayuntamientos se hayan apuntado a la bárbara moda de talar miles de árboles sin razón alguna- y la montuosa, encarando de una vez por todas un problema que en breve tendrá pocas maneras de enfrentarlo. Se habla y se insiste una y otra vez en el asunto catalán, región también afectada por la sequía y el calor disparatado, pero no del problema más acuciante que tenemos junto con el de la vivienda para jóvenes, la agresión climática propiciada por nuestra propia acción durante el último siglo. Construir desaladoras, hacerlas energéticamente viables, diseñar canales hacia el interior es algo tan acuciante como dotar de médicos y personal sanitarios a hospitales y ambulatorios. No tenemos más remedio y es algo inaplazable porque el tiempo corre en contra nuestra, cada año llueve menos, cada año hace más calor, cada año la demanda de agua es más grande. 

Los negacionistas, como en tantos otros casos, pueden seguir demandando aguas del Tajo o del Ebro, incluso del Garona, pero no hay ni un solo río en España que haya aumentado su caudal en las últimas décadas, todos han disminuido drásticamente. Tampoco se puede criticar con argumentos peregrinos la construcción de desaladoras, simplemente porque no tenemos otra opción, o esa o el desierto.