domingo. 30.06.2024
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Según la última encuesta financiera a las familias del Banco de España -organismo que se ha equivocado en casi todo y cuyas funciones actuales no comprendo-, más del 65% de los jóvenes viven con sus padres o abuelos, dada la imposibilidad que tienen para hacerlo de otra manera. Contrariamente a la opinión dominante, yo no habría tenido ningún cuidado en seguir viviendo con mis padres, tal era la relación que teníamos, pero esa no es la cuestión, sino que, hoy en día, en la era de la revolución digital la mayoría de los españoles menores de 35 años no tienen capacidad económica para encontrar un alojamiento acorde con sus ingresos. Ello por dos motivos, el primero que los sueldos son cada vez más bajos, el segundo que las comunidades gobernadas por el PP y Vox fomentan la especulación inmobiliaria al calor del turismo y de la entrada de fondos buitres de los que las familias Aznar, Aguirre y Ayuso tendrían mucho que contar. La política derechista, como siempre ha hecho, prefiere que crezca de forma desmesurada la renta de los rentistas y la especulación a costa de la economía productiva. Está claro, si antes un propietario le sacaba trescientos euros a un piso y ahora, después de expulsar a los inquilinos de toda la vida, obtiene mil quinientos, no hay color. Ninguna inversión puede ser tan rentable, mucho menos montando una fábrica o un centro de investigación.

Las comunidades gobernadas por el PP y Vox fomentan la especulación inmobiliaria al calor del turismo y de la entrada de fondos buitres

Del mismo modo que el acceso a la vivienda es un claro elemento de distanciamiento social, a un lado quienes pueden comprar o alquilar una casa sin demasiados esfuerzos, a otro los que tienen que emplear el 80% de sus ganancias para vivir en un chabolo inmundo, los estudios se han convertido en otro de no menos importancia. Mientras que las personas con estudios tienen más posibilidades de encontrar un trabajo, sobre todo si han cursado una carrera de ciencias y son de buena familia, a quienes pertenecen a otras clases sociales más bajas, aunque no sean conscientes de ello, sólo le quedan tres salidas, el trabajo manual infrapagado, el recurso clientelar, es decir arrimarse a alguien que pueda darle algo a cambio de algo, o las oposiciones, en las que intervienen otros factores como enchufismo, favoritismo y otros ismos relacionados con la posición social y política, sobre todo en las comunidades autónomas. Por otra parte, comunidades como la de Madrid, que sienta escuela, se permiten el dislate de becar del mismo modo a quienes no tienen dinero para estudiar que a aquellos que pueden gastarse la beca en ropa, comprarse un coche o irse una semana a Sotogrande. Sin duda se trata de una política premeditada para apoyar a la hostelería, si los pijos tienen una beca pública lo más probable es que esa minucia se la gasten en cañas y tardeo, no les da para otra cosa.

En cuanto a la asistencia sanitaria todo el mundo es consciente de que los mejores especialistas y remedios para la enfermedad están en los hospitales públicos, pero llevamos décadas con el mismo personal que cuando no éramos un país envejecido y pletórico de turistas que usan los servicios sanitarios de igual modo que quienes aquí viven. La falta de recursos sanitarios, la desviación de la inversión hacia clínicas privadas donde muchas veces trabajan a destajo los médicos de la Pública y la restricción por nota al acceso a las Facultades de Medicina y Enfermería está mermando drásticamente la salud de los que tienen menos recursos, mientras que la esperanza de vida de los más ricos se mantiene en los niveles máximos.

Mientras muchos hablamos de días libres, asuntos propios, vacaciones remuneradas y pagas extraordinarias, que esperamos como agua de mayo que no llega al sureste del país ni sacando a todos los santos y vírgenes habidos y por haber, hay un porcentaje cada vez más grande de la población al que dicen que su paga extra está prorrateada en el sueldo mensual, que no puede coger vacaciones por necesidades del servicio, porque tiene un segundo trabajo por horas, o que si las coge no tiene donde ir porque carece de ahorros para viajar a lugar diferente de la residencia familiar. De igual manera, el sistema de pensiones permite que las haya máximas para una minoría que llegan hasta los dos mil quinientos euros y que deberían estar congeladas hace tiempo, y las de la mayoría, que rondan los novecientos, cantidad que indudablemente y tal como están los precios de los bienes de primera necesidad no dan para llegar a fin de mes a una edad en la que los gastos se multiplican como consecuencia de la edad.

Estamos construyendo dos sociedades cada vez más distantes, obscenamente desiguales

Podría seguir enumerando muchos casos en los que se ve sin ningún género de dudas que estamos construyendo dos sociedades cada vez más distantes, obscenamente desiguales, una sociedad injusta que lejos de provocar la reacción de los afectados, su indignación, su rebelión contra un orden manifiestamente enfermo, provoca su apartamiento de la cosa pública, su indiferencia, su desviación hacia posiciones políticas antisistema muy vinculadas con la extrema derecha, con la demanda de una mano dura que ponga orden y expulse a los migrantes, a los que muchos ya identifican como parte de sus problemas, como causa de su mala suerte, de sus bajos ingresos.

Mucho se viene hablando en los últimos años del independentismo catalán, que no es objeto de este artículo pese a ese personaje ridículo y mesiánico llamado Puigdemont, pero el verdadero separatismo no es el catalán, es el que está haciendo que amplios sectores de la población ya no se sientan identificados con la democracia, con un régimen que no atiende sus demandas, que sólo permite el ascenso social a los muy dotados o a los advenedizos y que dedica muchas veces su atención a discusiones bizantinas que poco resuelven. La ultraderecha está ahí, y no es apenas diferente a la que destrozó Europa en los años treinta y cuarenta del pasado siglo, si permitimos que el número de insatisfechos con el sistema siga creciendo como lo ha venido haciendo en las últimas décadas, estaremos poniendo los cimientos para que vuelva a ocurrir lo que ya sabemos sucedió.

Hacia una sociedad bipolar