domingo. 30.06.2024

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Según se angosta el futuro, el pasado va sobredimensionándose y el presente cobra mayor protagonismo que nunca. Después de todo, cada día puede ser el último. La vida se acaba sin más ni aviso previo. Adviertes que iba en serio, como dijo el poeta. Hace unos días falleció inopinadamente un amigo de la juventud. Quienes le tratamos entonces no damos crédito. Entendemos que nuestra edad todavía podría tener un tramo muy bueno, una vez prácticamente amortizada la vida profesional y mientras el compendio de achaques vaya dando alguna que otra tregua. Cada cual se ilusiona con lo que puede y cada nuevo amanecer tiene su afán. No se trata de hacer cosas espectaculares. Lo que toca es disfrutar con sosiego de cada momento como si no hubiese un mañana.

Quienes nacimos al calor del baby boom tuvimos mucha suerte. Nos tocó vivir una época de mucha esperanza, porque se creía en general que todo podía progresar con aires de mejora. La dictadura daba paso a un modelo social democrático. El ascensor social permitía que las clases desfavorecidas pudieran dar estudios a sus vástagos, con la expectativa de acceder a unas profesiones con estabilidad laboral cuya remuneración permitía hacer planes. Para colmo se mantiene un sistema de pensiones que permite a muchos no pasar apuros en la vejez y es criticado en coloración con el importe del salario medio, lo cual indica deberían ser mucho más altos y nada precarios.  

Ya no se confía en la veracidad, porque los bulos acaban imponiéndose como ficticios hechos alternativos que cambian el relat

Ahora cunde la desesperanza. El planeta tiene asegurada su pervivencia, pero no es tan obvio que nuestra permanencia como especie pueda compartir ese destino. Ya no se confía en la veracidad, porque los bulos acaban imponiéndose como ficticios hechos alternativos que cambian el relato. Los impactos de la Inteligencia Artificial ya moran entre nosotros e incluso van modelando nuestras costumbres, además de reordenar el imaginario colectivo y despersonalizar las interacciones humanas. Nos hacen más comodones, dependiente y manipulables. Damos por bueno que nada puede regular el beneficio económico desorbitado, aunque se obtenga por malas artes. Ayudar a los demás parece cosa de tontorrones, cuando el héroe social es aquel que triunfa dejando a los demás en la cuneta.

La justicia social es presentada como un invento monstruoso para una sociedad compuesta por unos pocos triunfadores y una muchedumbre de perdedores

Es un final de ciclo muy agridulce. Te alegras por haber tenido tanta suerte, pero te disgusta que no pueda ser compartida por las nuevas generaciones. A estas les ha tocado bailar con una situación social crispada e inestable. Ni siquiera se descarta vivir un conflicto bélico a gran escala. El trabajo se ha convertido en una pesadilla. Hay fijos discontinuos en la hostelería. Los médicos de las empresas operan como capataces cuya única misión es evitar el absentismo laboral. Se hacen licitaciones que ganan solicitantes insolventes y dejan en cuadro a sus trabajadores además de no prestar el servicio contratado. Mientras tanto se forran sin hacer nada comisionistas e intermediarios. La justicia social es presentada como un invento monstruoso para una sociedad compuesta por unos pocos triunfadores y una muchedumbre de perdedores.

La socialdemocracia se ha demonizado y se sacralizan los principios de un despiadado neoliberalismo a ultranza que difama la definición del modelo liberal. Con este panorama, los más veteranos tendemos a refugiarnos en tiempos pasados. A buen seguro no fueron mejores, pero al menos estaban presididos por el optimismo de la esperanza y no por el fatalismo pesimista de una lesiva desesperanza. El clima social está muy desapacible y debería no tomarnos la molestia de afinar ese diagnóstico para mejorarlo cuanto fuera posible. Quizá los veteranos pudiéramos aportar al menos una comparativa que no cabe conocer sin haberla vivido. Pero se tiende a darnos por amortizados y a considerarnos en ocasiones un auténtico estorbo. Se llama edadismo y es una discriminación como tantas otras.

Las caras amables de una justicia social convertida en un monstruo