lunes. 02.09.2024

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Esta es la última pavada que se les ha ocurrido a los xenófobos de toda cata expresada por Nicola Procaccini, portavoz del partido profascista Hermanos de Italia de Meloni: aceptamos una sociedad multiétnica, pero nunca multicultural, dice el prenda. En una entrevista ofrecida a la BBC declaraba dicho portavoz que el movimiento que sostiene al gobierno italiano no es racista ni xenófobo, simplemente se hallan enamorados de sí mismos, tanto que están dispuestos a sacrificar lo que fuere a cambio de mantener el país en las coordenadas culturales tradicionales sagradas para ellos: dios, patria y familia. 

Seguía con una retahíla de autobombo en la que destacaba la docilidad del partido y el pragmatismo de la signora, que practica un fair play en Europa que habría que destacar. Venía a decir, verdad que no es para tanto, que se exageraba con que éramos unos fascistas irredentos y come niños, pues hale, aquí estamos y salvo algún desliz inducido por Orban, nuestra posición política es equilibrada y elegante, no se nos puede hacer reproche alguno. El entrevistador, Stephen Sakur le inquiere entonces sobre sus políticas migratorias, el bloqueo y cierre de puertos para la acción humanitaria, los acuerdos con los gánsteres de Libia, los intentos de deportaciones masivas, etc.

Ni en la fundación de la UE ni en su origen en la Ilustración hay la más mínima referencia ni a la etnia ni a la cultura excluyente entendidas ambas como espacios de lo diverso

El portavoz se defiende y tras balbucear algunas palabras que disimulan los lugares comunes a los que siempre recurre el xenófobo sobre seguridad, capacidad de acogida, límites de los servicios asistenciales y el resto de las cuentas del rosario racista, Nicola Procaccini dice no, no, no; nosotros no somos racistas, nosotros no nos oponemos a una Italia y una Europa multiétnica, nos oponemos a una Europa y una Italia multicultural. En principio yo quedé confuso, como que no había oído con claridad el mensaje, pero ocurre que no mucho más tarde volví a escuchar en otra boca totalitaria la misma expresión, no estamos en contra del multietnicismo, estamos en contra del multiculturalismo ¿Qué esconde esta especie de juego de palabras, éste retorcido oxímoron? Mucho y muy revelador según fui coligiendo y dándole vueltas a la expresión. Mi primera impresión apunta a que con ello se quiere decir algo así como no me importa que deambulen negros, moros o asiáticos por las calles, siempre que acepten que quien manda, manda. Que me importa un bledo a qué dios recen, pero que quede intacto el paisaje escenografiado con iglesias coronadas por las benditas cruces, que trabajen y se reproduzcan, pero que lo hagan en la intimidad, que si han de celebrar algo, que lo hagan en bajito, sin molestar, que intenten medrar, pero sin el apoyo del estado que debe estar reservado para los de la sangre pura y el cristianismo viejo.

No es que lo dijera con estas palabras, pero qué otra cosa puede deducirse de ese misterioso desdoblamiento de la identidad de las personas al que apelan. Todo hijo de vecino piensa, siente y actúa en función de las características adscriptivas que porta como ser humano. El color de la piel, el tipismo del vestuario, sus referencias sentimentales, el poso de sus memorias ancestrales o recientes, sus códigos de conducta y su moralidad en definitiva, están engranadas en un mecano que en Europa hemos llamado principios universales de la condición de los hombres y mujeres, traducido al código de los derechos como la carta de ciudadanía base del ser europeo. En ella nada se dice de la búsqueda forzosa de homogeneidad en las creencias, opiniones, ni moral privada de los actuales o futuros ciudadanos europeos.

En este lenguaje se tolera la etnia porque convierte al sujeto en algo fácilmente reprensible, lo distinto se patentiza y se convierte en suceso manejable

Es más, hay una llamada implícita a favorecer la diversidad que está en la base histórico cultural de Europa a la que se entiende como motor de generación de más y mejor Europa. Ni en la fundación de la UE ni en su origen en la Ilustración hay la más mínima referencia ni a la etnia ni a la cultura excluyente entendidas ambas como espacios de lo diverso. Sobre lo que si se hace mención explícita es la apuesta por el desarrollo de la cultura, mejor dicho de las culturas, que son la respuesta europea a la diversidad. La confianza europea en la ciencia y las artes como vehículo de progreso desgaja de lo étnico y de lo monocultural. 

Decir que se está por lo multiétnico pero no por lo multicultural es tanto como decir me resigno al pantón de colores de piel en el vecindario, pero ni tanto así en desbordar lo que yo defino como la condición verdadera, la cultura única y universal. Los trajes vistosos para las procesiones y los pasacalles de moros y cristianos, y después todos a los toros o al rosario. En este lenguaje se tolera la etnia porque convierte al sujeto en algo fácilmente reprensible, lo distinto se patentiza y se convierte en suceso manejable, en un acto foucaultiano de vigilar y castigar. Las alianzas de pensamiento y acción basadas en diferentes formas de entender la vida y la sociedad (hecho cultural) resultan mucho más complejas de dominar. De ahí el pavor a la multiculturalidad.

Europa encontró una fórmula ideal para enriquecerse con la diversidad evitando los roces que pudieran producirse en el contacto entre sus formas. Se llama entramado institucional y está formado por la administración civil del estado, las leyes y códigos legales, y la preeminencia de los derechos de las personas sobre cualquier otra consideración. Y, aunque costó sufrimiento debido a las innumerables guerras entre posiciones autistas, no nos ha ido tan mal gestionando y promoviendo la diversidad cultural y olvidándonos del color de la piel.

Multiétnico si, multicultural no