domingo. 30.06.2024
Fachada del Instituto Cervantes
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Impera por doquier el dictamen de que más vale publicar en inglés, al margen de cualquier otra consideración, para que te lea más gente. Semejante doctrina sigue prevaleciendo en el ámbito académico, sin importar la disciplina de que se trate. Hay quien publica previamente sus libros en inglés antes de hacerlo en castellano y quien suscribe se hizo traducir alguno al inglés dejándose arrastrar por esta corriente de opinión. Esto puede tener pleno sentido para ciertas cuestiones técnicas y en las ciencias experimentales, pero no es tan obvio que tal criterio sea muy útil para las humanidades en general o la filosofía en particular. La reflexión filosófica no deja de ser un juego lingüístico que intenta dilucidar conceptos con palabras. Dominar un idioma suele venir bien para traducir desde otra lengua y para expresar con mayor concisión los propios pensamientos.

Unamuno y Ortega no necesitaron recurrir al inglés, afortunadamente. Con un estilo muy diferente sus plumas constituyen sendas cimas del pensar en español. La elegancia y el donaire de sus frases, las travesuras terminológicas u ortográficas y una envidiable claridad hacen disfrutar de unas lecturas con gran pedigrí filosófico, aunque nos hallemos frente a una novela o un artículo de sesgo periodístico. A Unamuno incluso le hurtaron el Premio Nobel de Literatura, desierto en 1936 tras el informe desfavorable que remitió la por aquel entonces harto influyente Cancillería del Reich. Unamuno hablaba francés a la perfección y dedicó sus tesis al euskera, pero el español fue su lengua de cabecera. Ortega se familiarizó sobradamente con el alemán durante sus estancias en Marburgo, pero nunca tuvo la tentación de utilizar una lengua diferente a un castellano que tanto le debe.

Unamuno y Ortega no necesitaron recurrir al inglés, afortunadamente. Con un estilo muy diferente sus plumas constituyen sendas cimas del pensar en español

Se diría que no somos conscientes de la tremenda versatilidad e innumerables prestaciones con que cuenta ese idioma español compartido por una vasta comunidad hispanoparlante, cuyas diversas idiosincrasias enriquecen una lengua que ha dado tantas alegrías a la literatura universal. En lugar de sentirnos orgullosos, a veces parece que nos avergüenza no expresarnos en la nueva lengua franca. Kant se negó a utilizar un latín que dominaba y era la que predominaba por entonces en las universidades para escribir en alemán. Schopenhauer aprendió español expresamente para leer a Calderón y traducir al alemán a Gracián. Eso mismo sucede con Unamuno y Ortega, quienes incitan a leerlos en versión original para disfrutar plenamente su exquisita prosa.

La ANECA está cambiando las reglas del juego y ahora ya no se penaliza el uso del español. Tampoco es que se premie. Sencillamente se considera una lengua tan valida como pueda serlo el idolatrado idioma inglés. Con la Inteligencia Artificial será cada vez más fácil acceder a lo escrito en un idioma desconocido. Lo que cuenta es cómo se utiliza por parte de quienes dominan sus recovecos y pueden sacarle todo el jugo. Sería muy bueno que no despreciáramos el privilegio de tener esta lengua vernácula, máxime cuando en muchos lugares convive de modo natural con alguna otra, como es el caso del euskera, enriqueciendo con ello el acervo cultural de quienes tienen tal suerte.

Cultivar nuestra lengua materna no impide aprender muchas otras, pero no conviene despreciarla como si fuera de segunda división

Las revistas académicas andan muy preocupadas con los factores de impacto, cuando en realidad este indicar es multifactorial y obedece a una gama muy amplia de distintas circunstancias. Lo que cuenta es cuanto se dice y cómo se hace, mucho más que dónde se logra colocar. La filosofía no tiene fecha de caducidad y es un desatino que pretenda dejarse arrastrar por las modas, unos temas de actualidad que resplandecen efímeramente cual bengalas para dar paso a otros. En algunos círculos cabe denotar cierto desprecio a los productos filosóficos con cierta solera, sospechando que hacen flaco servicio a los problemas del presente. Un craso error que la historia va desmintiendo cíclicamente una y otra vez.

En la cuneta va quedando lo intranscendente que tanto relumbra hoy, mientras que siguen su recorrido algunos planteamientos considerados obsoletos y cuya vigencia va reciclándose de modo espontáneo sin hacer nada para ello. Todo esto puede parecer un triste consuelo de alguien que no domina el inglés, como es desde luego el caso, pero quiero creer que la lengua española merece una mayor consideración y no verse maltratada en los ámbitos académicos. El arte de la retórica es consustancial del buen decir y por lo tanto también del mejor pensar, como demuestran magníficamente Unamuno y Ortega. Cultivar nuestra lengua materna no impide aprender muchas otras, pero no conviene despreciarla como si fuera de segunda división. 

¿Acaso hubieran tenido más impacto académico Unamuno y Ortega escribiendo en inglés?