SER, O PARECER, MUJER (2/3)

Biología y condición

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Mujer biológica

“[A juicio de Amelia Valcárcel] los feminismos empeñados en identificar a las mujeres como sujeto político a partir de la diferencia sexual acababan restaurando el biologicismo, idealizando la maternidad, la relación de las mujeres con la naturaleza o los famosos cuidados femeninos” (Clara Serra, El País, 12/12/2023)

Que las diferencias biológicas, como ser rubio o moreno, alto o bajo, indoeuropeo, africano o asiático no son -no deberían ser- base para establecer un sujeto político, y por ello el hecho de poder gestar tampoco, es algo que, aquí y ahora, no debería ni tener que decirse, y aún menos argumentar. Si Valcárcel se ve obligada a recordarlo, y lo recuerda con razón, es porque tristemente es necesario recapitularlo: lo biológico no da carta de ser a ningún sujeto político.

Que no sea base para constituir un sujeto político no significa que, biológicamente hablando, no haya diferencias. Y si las negamos, si negamos la existencia de esas diferencias, la realidad, en forma dramática, no tardará en recordárnoslas.

Necesitamos distinguir entre el rol asignado, producto de convertir la realidad en un símbolo, y el hecho sobre el cual alguien quiera fundamentar ese rol. La maternidad es un hecho biológico que nos acerca y nos recuerda que pertenecemos al reino animal. Cualquier otra interpretación, como que la mujer no puede ser persona si no es madre, o que la posibilidad de ser madre condiciona su mirada sobre la naturaleza o que mejora su capacidad de cuidar a terceros o incluso, como Valcárcel advierte, afirmar que la bondad es una de sus características esenciales en tanto que mujer, es biologicismo de tan mala o peor calaña que el que asocia a unas falaces razas humanas unas ineludibles esencias o sostiene que hay capacidades que son exclusivamente viriles por antonomasia.

Hablar de derechos ligados a hechos biológicos significa entrar en una tierra llena de trampas. Negarse a entrar en esa tierra es, por el contrario, renunciar a declarar que sí hay derechos relacionados con hechos biológicos.

Por ejemplo, los test para aprobar medicamentos.

La OPS, organización internacional especializada en salud pública de las Américas, que sirve como oficina regional para las Américas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), utiliza la palabra “género” en el título de un informe publicado en 2010 (Igualdad de género en materia de salud: Mayor igualdad y eficiencia en el logro de la salud para todos), lo que nos puede llevar a engaño, pero cualquier duda sobre qué es género para los autores del informe desaparece en la primera página, donde en el apartado de definiciones indica que:

El género describe las características de las mujeres y los hombres que son socialmente construidas, mientras que el sexo se refiere a los rasgos que son determinados biológicamente.”

Y, si queda alguna duda, remacha con:

“...es un error suponer que las mujeres y los hombres perciben la enfermedad y reaccionan a los medicamentos de la misma manera.

Las características anatómicas y fisiológicas de los hombres y las mujeres determinan los riesgos de padecer diferentes enfermedades y las respuestas distintas a las mismas enfermedades, medicamentos o tratamientos. (2)

Confundir género (rol que la sociedad asocia a hombres y mujeres) con sexo (características anatómicas y fisiológicas de hombres y mujeres) lleva según las doctoras M Teresa Ruiz (Universidad de Alicante, Depto. de Salud Pública) y Lois M Verbrugge (Universidad de Michigan, Instituto de Gerontología) a actuar como si lleváramos “una lente polarizada, el sesgo de género puede surgir de dos puntos de vista: uno que supone igualdad donde hay diferencias genuinas y el otro que supone diferencias donde puede que no existan”. (3)

El sesgo, el género y el sexo

El primer sesgo, “uno que supone igualdad donde hay diferencias genuinas”:

Efectos adversos específicos del sexo

Las diferencias farmacodinámicas en las interacciones farmacológicas aumentan el riesgo de diversos efectos adversos en las mujeres, incluyendo la toxicidad hepática inducida por fármacos, los trastornos gastrointestinales (secundarios a los fármacos antiinflamatorios no esteroideos) y afecciones alérgicas de la piel (principalmente debido a los antibióticos) [...] Además, las mujeres están subrepresentadas en los ensayos clínicos, lo que podría ocasionar una identificación limitada de las variaciones en la respuesta a la medicación según el sexo, mitigando así el potencial terapéutico para todas las mujeres..” (Do drugs work differently in men vs women?, Naveed Saleh, MDLinx, 9 de febrero de 2020, Traducido por Salud y Fármacos, la negrita es nuestra)

El segundo sesgo, el “que supone diferencias donde puede que no existan”, es tanto o más peligroso:

“...el conocimiento sobre la salud de las mujeres es limitado y no toma en cuenta las formas en que la realidad social de género se manifiesta en las mujeres. Betty Friedan describió cómo la insatisfacción de las mujeres se relacionaba con el hecho de que sus oportunidades se restringían exclusivamente a ser ama de casa, esposa y madre. El malestar emocional de las mujeres está medicalizado mediante estrategias de tratamiento sintomático erróneas que ignoran las causas. Por lo tanto, se ha informado que las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de que se les receten ansiolíticos, pastillas para dormir y medicamentos para problemas de salud mental Esto puede reflejar una mayor tendencia entre los profesionales de la salud a atribuir lo que en realidad son síntomas físicos con presentación atípica a factores psicológicos cuando tratan a mujeres, o una mayor tendencia a recetar medicamentos a mujeres que a hombres cuando tratan síntomas depresivos de bajo nivel.” (4)

Según la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, “El hecho de que las mujeres sean más medicalizadas que los varones y que esta situación se aplique a la prescripción de psicofármacos nos lleva a pensar que el género es un elemento clave que influye en la relación médico-a/ paciente desde el ámbito de los dos actores.” (Jul-Sep/2004). En este caso está muy correctamente utilizado el término género, y delimita perfectamente el segundo sesgo, el de medicar según la apariencia (género) del paciente, suponiendo diferencias (basadas en el género) donde no existen (con independencia del sexo del paciente). (5)

Se conoce como síndrome de Yentl (por Yentl, la heroína del siglo XIX del cuento de Isaac Bashevis Singer, que tuvo que disfrazarse de hombre para asistir a la escuela y estudiar el Talmud) aquél que provoca que las mujeres “tengan significativamente menos probabilidades que los hombres de someterse a tratamientos tempranos cuando ingresan en el hospital con un diagnóstico de infarto de miocardio, angina inestable o estable, enfermedad isquémica crónica, enfermedad cardíaca o dolor de pecho, y sólo cuando la dolencia alcanza una gravedad demostrada, entonces es tratada como lo sería un hombre. El problema es convencer tanto al sector público como al médico de que la enfermedad coronaria también es una enfermedad de la mujer.” (The Yentl Syndrome, Bernadine Healy, M.D.). O esperar a que devenga grave, o como hizo Yentl, aparentar ser hombre.

Si el género se identifica con el sexo y no se entiende sólo en su aspecto social, si solapando sus significados se vela la diferencia, si llamamos “género” al sexo y “sexo” al género, si la apariencia esconde la realidad, entonces nada bueno podremos esperar en temas de salud, más bien lo contrario.

¿Por qué el sexo que pueda aparecer en un DNI como resultado de un proceso de autodeterminación del género nos debería preocupar?

El sexo del donante, ¿puede influir en la aparición de problemas en los receptores de los órganos trasplantados? Un estudio analiza las razones de las discrepancias entre las tasas de rechazo para receptores masculinos y femeninos (6):

“[Las diferencias fisiológicas e inmunes entre los sexos aumentan el riesgo de rechazo en los trasplantes] ...un riñón más pequeño —como suele ser el de la mujer— tiene menos nefronas y no cumple la necesidad de filtrado de un paciente masculino, que suele tener mayor envergadura que la donante. El hecho de que los trasplantes renales de niños a adultos también sean menos exitosos de lo habitual presta apoyo a esta hipótesis. Pero, sorprendentemente, el trasplante renal de mujer a mujer también tiene menos éxito, de media, que el de hombre a mujer. El riesgo es menos acusado que cuando la donante es mujer y los sexos no coinciden, pero apunta a una característica intrínseca del riñón femenino, y no del trasplante entre sexos, como la causa de los fallos.” (Los hombres que rechazaban los órganos de las mujeres, El País, 04/04/2018, la negrita es nuestra)

Como analizaremos más abajo (Sexo registral), que el sexo pueda aparecer en un DNI como resultado inmediato de un proceso de autodeterminación del género nos debería preocupar porque, a pesar de que se nos venda la capacidad performativa de inscribir en el Registro uno u otro sexo (en realidad, género), tal capacidad performativa es cuanto menos dudosa, y al negar la existencia de diferencias entre personas en razón del sexo biológico (realidad), que se dan con independencia del rol (género, apariencia) que la persona quiera para sí, la realidad, y muchas veces en forma dramática, no tardará en recordárnoslas.

La dignidad de la persona reside, como Ruiz y Verbrugge nos recuerdan, en no ver igualdad donde hay diferencias genuinas y en no suponer diferencias donde no existen.

Condición de mujer

Quienes reivindican poder ser hombres o mujeres en un mundo donde todos lo somos no reproducen más el género de lo que todos los demás lo hacemos”, dice Serra, preguntando a continuación que “¿Con qué legitimidad se señala como colaboradores del sistema patriarcal a quienes reclaman el derecho a no ser violentados, humillados o excluidos por una sociedad donde existe el género y de la que todos y todas formamos parte?” (Clara Serra, El País, 12/12/2023)

La enorme diferencia de la reflexión de Serra con el discurso feminista por la igualdad de Beard es que, mientras ésta última utiliza el signo (las medias azules, ver primera parte de Ser, o parecer, mujer en Nueva Tribuna) para destruir el género en la que la quieren encasillar (mujer, y sólo luego académica, que por ser mujer, es una académica listilla, una bluestocking), las personas a las que se refiere Serra utilizan el aparecer ante el mundo -parecer el signo, el símbolo de hombre o de mujer para poder ser como hombres o mujeres-, no para negar el género, no para destruirlo, sino para afirmarse afirmándolo, para identificarse identificándose con el género -con el signo, con el símbolo de hombre o de mujer.

Y necesitando el género como identidad donde apoyar su ser, no pueden sino reforzar dicho símbolo consolidándolo, esclerotizándolo y aunque no quieran, apuntalando a la postre la condición -la mirada patriarcal, la mirada del “mujer mujer” aznariana, la mirada machista, indiferenciada, desindividualizadora- de mujer.

Que Beard sepa poner en su sitio a machistas empedernidos -y empedernidas- no nos debe hacer olvidar que, a pesar de lo ya recorrido, queda mucho aún por recorrer para que la condición de mujer deje de ser un obstáculo para las mujeres.

Y se debe y se puede recorrer, porque, como dice el informe “EL PROGRESO DE LAS MUJERES EN EL MUNDO 2019-2020” (ONU Mujeres), la discriminación por razón de sexo ni es natural ni es inevitable, y la realidad, los cambios en el mundo real (valga como ejemplo el siguiente diagrama), así lo atestiguan:

Fuente: Cálculos de ONU Mujeres a partir de DAES de las Naciones Unidas (2018b, 2018c).

(Notas: incluye 185 países y zonas con una población de 90.000 habitantes o más, con base en los datos disponibles en febrero de 2018. Las estimaciones (ajustadas) de las medianas nacionales se convirtieron en estimaciones del número de mujeres multiplicando cada porcentaje estimado por el número de mujeres de 15 a 49 años casadas o en algún tipo de unión en el año de referencia y el país en cuestión. Las estimaciones porcentuales regionales y mundiales se obtuvieron dividiendo el número de mujeres que utilizaban métodos anticonceptivos modernos por el número de mujeres de 15 a 49 años casadas o en algún tipo de unión que expresaron una demanda de servicios de planificación familiar para el año de referencia y la región en cuestión. Los datos correspondientes a 2020, 2025 y 2030, marcados con un asterisco (*), están basados en proyecciones.

Violencia sexual, mayor índice de pobreza, menor acceso a estudios, adjudicación exclusiva de tareas reproductivas y de cuidados, brecha salarial, techo de cristal, menor presencia en sede parlamentarias... Ciertamente queda mucho camino por desbrozar, muchas inequidades que arreglar, pero no será apuntalando, fijando y robusteciendo el género como identidad lo que permita avanzar en el camino hacia la igualdad entre sexos.

En la lucha por la igualdad sexual el feminismo necesita articular una teoría y práctica política “para resolver los problemas reales que sufren las mujeres y su situación de precariedad y exposición a la violencia en el mundo global” (7). El sujeto político de esa teoría no se puede entender como un “arquetipo esencialista” (la mujer, ibídem), sino que se corresponde con un conjunto híbrido, cuyo único denominador común, a parte de la condición de mujer contra la que luchar, es la de su ciudadanía. Como recuerda Marina García-Granero (ibídem)

Y justo cuando la lucha feminista comenzaba a triunfar en su tarea de situarse como sujetos y ciudadanas en igualdad, la posmodernidad anunciaba la muerte del sujeto, y el neoliberalismo disolvía y resignificaba toda ambición política y colectiva en un proyecto de realización personal y éxito individual, invirtiendo y vaciando los objetivos feministas [...] es decir, el borrado del sujeto, pero no de la opresión que comparten como mujeres.”

Es decir, la lucha pasa por un feminismo de la igualdad basado en la diferencia, evitando tanto el posmodernismo relativizador como el neoliberalismo individualista: tanto se da el sesgo discriminatorio en ver diferencias donde hay igualdad como en ver igualdad donde hay diferencias.

Es en la lucha por la igualdad sexual, por la desaparición de la condición de mujer, porque sea verdad que, parafraseando a Celia Amorós (El País, 15/03/2019), una, toda y cualquier mujer es "una persona que dice «soy ciudadano antes que mujer»", donde nos jugamos el derecho a un futuro digno de ser vivido:

Los progresos sociales y los cambios de períodos se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad; y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres...” (Obras Completas, I, Fourier, 1846, citado en La Santa familia o Crítica de la crítica crítica, Karl Marx)

La discriminación por sexo no desaparecerá negando su existencia, tampoco haciendo del género una identidad sobre la que basar la dignidad de una persona: de hacerlo, y muy en contra de lo que opina Judith Butler (8), correríamos un grave riesgo si para acabar con la discriminación por razón de sexo hiciéramos del género, del símbolo, de la apariencia la base para el “progreso de las mujeres hacia la libertad” (9).

¿Transgénero o transexual?

Si género y sexo fuera lo mismo, la pregunta no tendría sentido. Pero tiene sentido, y ese sentido no es para nada arbitrario si nos atenemos a lo muy transversal que son las respuestas: desde asociaciones médicas y de psicólogos, desde periódicos y revistas a organizaciones LGTBIQ+ o instituciones públicas, todos ellos distinguen lo transgénero de lo transexual.

Transgénero: una persona transgénero es aquella cuya identidad de género no coincide con el sexo biológico (o bien: con el que le fue asignado al nacer). Las personas transgénero pueden identificarse como hombre, mujer, ambos o ninguno de los dos. Pueden optar o no por realizar una transición médica, es decir, pueden no someterse a tratamientos hormonales o cirugías.

El término "transgénero" es inclusivo y abarca una variedad de identidades de género, incluidas personas no binarias y de género fluido. No hay una única forma de ser transgénero, y cada persona define su identidad de género de acuerdo a sus propias experiencias y deseos.

Transexual: Una persona transexual es una persona transgénero que ha tomado la decisión de realizar una transición médica para alinear su sexo biológico con su identidad de género (10). Esto puede incluir tratamientos hormonales o cirugías de reasignación de sexo.

La transexualidad se centra en la disconformidad entre el sexo biológico (o bien: el que le fue asignado al nacer) y la identidad sentida de género de la persona. Las personas transexuales precisan de los cambios físicos proporcionados por una transición médica (hormonal o quirúrgica) para sentir su género acomodado con su cuerpo.

¿Tiene una persona derecho a vestirse como quiera, a maquillarse o no maquillarse como quiera, a preferir este o aquel juego para divertirse, a usar este o aquel look como quiera, a proyectar, en fin, una imagen acorde con sus sentimientos? No nos cuesta contestar a todo con la más rotunda afirmación. Y si a un determinado conjunto de esas opciones (vestido, maquillaje, juegos, look, imagen...) lo adjetivamos con género a, género b, género c..., nada pasará mientras demos libertad para que esa persona que se viste, se maquilla y se divierte como quiere, con un querer que a nadie daña, pueda, en tanto que individuo y ciudadano, entrar y salir de cada colectivo género a, género b, género c... sin más. Es decir, abriremos espacios de libertad si no esclerotizamos el “género”, que es precisamente lo que ocurre cuando queremos que su significado cubra y anule el sexo.

¿Tiene una persona derecho a una transición médica para alinear su sexo biológico con su identidad de género? Para observar la máxima primum nil nocere, lo que la sociedad debe atender primero es que las leyes con que se dota no hagan daño.

Según la OMS -que ya no la considera un trastorno mental desde junio de 2018-, se llama disforia de género (o según algunas asociaciones LGTBIQ+, que con todo ven una voluntad patologizante en la expresión “disforia”, incongruencia de género) a una "condición relacionada con la salud sexual" que puede generar un profundo malestar emocional y psicológico en la persona. Este malestar, ocasionado según la OMS por un "deseo de transición para vivir y ser aceptada como una persona del género experimentado", puede llevar a problemas de salud mental, como depresión y ansiedad, razón y motivo por el que, sostiene la OMS, se precisará de un tratamiento médico que permita mejorar (nunca curar, esto es importante tenerlo en cuenta) la calidad de vida del individuo.

Aunque la OMS evita explícitamente que el objeto del tratamiento sea curar, y pone como meta mejorar la “calidad de vida”, advierte que, en función del procedimiento médico necesario, es preciso tener un "diagnóstico" que sustente la presencia de esa "condición relacionada con la salud sexual" (llámese disforia, incongruencia o discordancia de género), lo que implica la participación de personal médico multidisciplinar para que verifique su existencia, y aconseja no iniciar el proceso previo al tratamiento "antes del inicio de la pubertad" ni tener como base sólo "el comportamiento de género y las preferencias" y en particular que en los niños se deba constatar que "ha persistido aproximadamente durante dos años".

¿Tiene una persona derecho a una transición médica para alinear su sexo biológico con su identidad de género? Sí, y para ello precisamos de las leyes que lo garanticen. Con una singular y primerísima advertencia: como única forma de cumplir el primum nil nocere, cualquier ley que aborde el muy sensible y problemático campo de la disforia, incongruencia o discordancia de género debe tener presente las advertencias de la OMS.

Las leyes, como hemos dicho en algún otro momento, deben seguir a la sociedad, y no la sociedad a las leyes. Para temas como el de la transición médica para alinear el sexo biológico con la identidad de género, cuya irreversibilidad debe ocupar y preocupar a la sociedad y al legislador, no está de más atender a lo que un solvente estudio de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Universitario Doctor Peset (Valencia) advierte en sus conclusiones:

Posibles limitaciones del estudio. La principal limitación de este estudio es que no lo hemos comparado con un grupo control y, también, que la población estudiada no representa posiblemente al total de la población, sino a la que busca atención clínica.

Son necesarios más estudios y con muestras más amplias para identificar durante la fase de evaluación inicial de la demanda asistencial, los factores predictores de desestimiento identitario y de la detransición, con el fin de optimizar la toma decisión antes de iniciar tratamientos de afirmación de género con posibilidad de efectos irreversibles y arrepentimiento posterior.” (Incongruencia de género: detransiciones y arrepentimientos, Hurtado-Murillo et al., mayo de 2020)

Sexo registral

El presente artículo quedaría cojo si no tocamos, al menos sucintamente, el espinoso asunto del DNI o del Registro Civil. No se trata tanto de dar claves o soluciones, cuanto de indicar que a día de hoy, julio de 2024, tal y como queda recogido en la página web “Solicitud de rectificación registral del sexo”, de la Secretaría de Estado de Justicia (Ministerio de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes), para modificar el llamado sexo registral, es decir, la mención relativa al sexo consignada inicialmente en la inscripción de nacimiento “ya no es necesario aportar informe médico o psicológico alguno relativo a la disconformidad con el sexo consignado en la inscripción de nacimiento ni la previa modificación de la apariencia de la persona a través de procedimientos médicos, quirúrgicos o de otra índole”, tan sólo “la manifestación de disconformidad con el sexo mencionado en la inscripción de nacimiento”.

Cierra la explicación con “La rectificación registral del sexo es reversible, de modo que, transcurridos seis meses desde la inscripción, las personas que hubieran promovido tal rectificación podrán recuperar la mención registral del sexo que figuraba originalmente siguiendo el mismo procedimiento”.

Queda claro que, para el legislador, el sexo mencionado en el Registro, así como la disconformidad con dicha mención, es perfectamente reversible. Es decir, que su objeto -el género, lo que se quiere conocer, o lo que el sujeto quiere que (le) sea (re)conocido- es un tema abordable como materia de semiótica. Y lo es en tanto que la inscripción registral del género (bajo el nombre de “sexo”) es, más que un atributo del sujeto, un símbolo que como sujeto podemos usar, cambiar o incluso desechar. La semiótica no impone como obligación este procedimiento, pero si nos puede permitir entender la evanescencia que este procedimiento impone.

Si nos oponemos (y está claro que nos oponemos) a la igualdad de los conceptos “genero”, en tanto que género de la persona, y “sexo”, en tanto que sexo de la persona, sólo podríamos estar de acuerdo si, además del sexo (entendido según lo indicado en el capítulo del presente artículo El sesgo, el género y el sexo en relación a las diferencias sustantivas y necesarias para la atención sanitaria de la ciudadanía y a los sesgos que ven igualdad donde hay diferencias y diferencias donde hay igualdad), se inscribiera en el Registro Civil el género, y si, en lugar del sexo (ídem consideración), en el DNI sólo apareciera -y con esta palabra- el género, dejando el sexo como información de carácter personal protegida y disponible sólo para cuestiones sanitarias, verbigracia, donación de sangre, trasplante de riñones, test de medicamentos, etcétera, etcétera.

Negar que sean lo mismo no es negar su existencia. Es entender que forzar una situación donde se entiendan como lo mismo, y de ello se atienda a la prevalencia de uno (el género) sobre el otro (el sexo), sólo puede crear problemas donde no los hay y, en paralelo y como consecuencia, impedir soluciones donde sí las puede haber.

En el siguiente y último artículo examinaremos la condición de ciudadanía de la mujer, la semiótica del género y el porqué de parecer para ser.


(1) “Commercial use is permitted for the generated images. You may utilize these images for any legal purposes. For full details, please refer to our Terms of Service. The generated images are considered public domain and hence, they have no owner. The images generated by the AI are not subject to copyright”, DEEP AI, INC.
(2) “1. La investigación sanitaria. Durante decenios, en la investigación y los ensayos clínicos de tratamientos y medicamentos recetados a los hombres y las mujeres participaron solo hombres. Sin embargo, es un error suponer que las mujeres y los hombres perciben la enfermedad y reaccionan a los medicamentos de la misma manera.
Las características anatómicas y fisiológicas de los hombres y las mujeres determinan los riesgos de padecer diferentes enfermedades y las respuestas distintas a las mismas enfermedades, medicamentos o tratamientos. Por ejemplo, el cáncer cervicouterino y la maternidad son exclusivos de la función reproductiva y la anatomía de las mujeres, como el cáncer de la próstata y testicular se refieren solo a la anatomía de los hombres. Las estructuras del cuerpo femenino exponen a las niñas y las mujeres a un mayor riesgo de transmisión del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) por las relaciones heterosexuales; la fisiología masculina expone a los hombres a un mayor riesgo de transmisión del VIH por las relaciones sexuales con hombres. Asimismo, aunque la enfermedad coronaria se presenta en ambos sexos, las arterias más pequeñas de las mujeres hacen que la angioplastia sea un tratamiento de mayor riesgo para ellas
” (la negrita es nuestra) Organización Panamericana de la Salud, Oficina Regional de la OMS, Igualdad de género en materia de salud: Mayor igualdad y eficiencia en el logro de la salud para todos.
(3) “Like a polarized lens, gender bias can arise from two views — one assuming equality where there are genuine differences and the other assuming differences where none may exist.A two way view of gender bias in medicine, M T Ruiz and L M Verbrugge.
(4) “…knowledge about women's health is limited and does not take into account the ways in which the social reality of gender is manifested in women. Betty Friedan described how women's dissatisfaction was related to the fact that their opportunities were exclusively restricted to being a homemaker, wife, and mother. The emotional distress of women is medicalised by erroneous symptomatic treatment strategies which ignore the causes. Thus, it has been reported that women are more likely to be prescribed anti-anxiety drugs, sleeping pills, and medication for mental health problems than men. This may reflect a greater tendency among health professionals to attribute what are actually physical symptoms with atypical presentation to psychological factors when treating women, or a greater tendency to prescribe drugs for women than men when treating low-level depressive symptoms.Gender bias in clinical research, pharmaceutical marketing, and the prescription of drugs, Elisa Chilet-Rosell.
(5) “Actitudes de médicos-as ante la prescripción. Los médicos ante la presencia de un paciente que relata unos síntomas deben valorar éstos y establecer un diagnóstico adecuado. Debe tenerse en cuenta que estos profesionales como cualquier miembro de cualquier sociedad comparte los estereotipos que en ella se manejan, así, comparten las mismas actitudes negativas ante problemas como la vejez, la falta de atractivo físico, que el resto de la sociedad. Es lo que se ha llamado el sesgo sexual de médico. Los médicos a veces responden de forma diferente a los pacientes hombres o mujeres que presentan la misma queja, ofreciendo diagnósticos y tratamientos diferentes. Este sesgo llevaría al uso innecesario de servicios diagnósticos y a un exceso de prescripción de fármacos en los pacientes de sexo femenino, al influir en la comunicación médico-paciente.Mujeres y psicofármacos: La investigación en atención primaria, Iñaki Markez (Psiquiatra), Mónica Póo (Psicóloga), Nuria Romo (Socióloga), Carmen Meneses (Antropóloga), Eugenia Gil (Profesora Salud Pública) Amando Vega (Profesor Educación Especial), Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq.  no.91 Madrid jul./sep. 2004 (la negrita es nuestra).
(6) “En el trasplante de riñón, el sexo femenino del donante se ha asociado con una mayor tasa de rechazo de trasplante. Los datos sobre tasas de rechazo de trasplante se han correlacionado con patrones específicos de sexo del donante y del receptor en varios tipos de órganos trasplantados, incluidos riñones y corazones. En el trasplante de riñón, el sexo femenino del donante se ha asociado con una mayor tasa de rechazo de trasplante, especialmente en los receptores masculinos.” (Consalud.es Mediforum S.L.U, la negrita es nuestra).
(7) El problema de la despolitización del “género” para la teoría feminista, Junio/2020, Marina García-Granero, Universidad de Valencia. Investigadora en formación (FPU15/04085) en el Área de Filosofía Moral, Política y Social de la Universitat de València. Imparte docencia sobre filosofía moral, éticas aplicadas y pensamiento filosófico contemporáneo.
(8) “La intelectual estadounidense, una de las más influyentes de nuestro tiempo, regresa a su tema bandera con ‘¿Quién teme al género?’, libro en el que acusa a las feministas antitrans de formar “una alianza inconsciente” con las corrientes conservadoras, que han hecho del género una batalla cultural”, Las feministas que no repudian a la derecha antigénero son sus cómplices, entrevista a Judith Butler, filósofa, El País, 05/05/2024.
(9) “A mi juicio, el riesgo de la proliferación de géneros reside en el presupuesto de que las personas que no se reconocen ni en la feminidad ni en la masculinidad no son ni hombres ni mujeres, lo cual equivale a afirmar que ser mujer consiste en identificarse o representar la feminidad, y ser hombre consiste en representar la masculinidad. Ahora bien, este tipo de autoexpresión suele no coincidir con cómo las otras personas perciben al sujeto, y, de hecho, más allá de una explícita proferencia, no hay modo alguno de conocer la identidad autorreferencial de una persona [...] Un feminismo “desgenerizador” (degendering) usa la perspectiva feminista para superar el género: no la existencia de hombres y mujeres, sino la “desgenerización” de cada ámbito del orden social, es decir, desarticular el género como principio organizador de las instituciones y de la vida diaria. En un mundo desgenerizado, estas virtudes no desaparecerían, más bien se eliminaría su consideración como masculinas o femeninas. Por tanto, se entiende “el género” no como propiedad de individuos, sino como una característica emergente de las situaciones sociales, al mismo tiempo una lógica y un resultado”, (ibídem, Marina García-Granero. La negrita es nuestra).
(10) Aunque se suele asociar la transexualidad a un fuerte contradicción, de alguna manera aniquilante, entre género sentido y sexo biológico (o asignado al nacer), no siempre es así: “La disforia de género intensa estuvo presente en el 72,1%, la disforia de género leve se mostró en el 22,1% y el 5,8% manifestó no tener disforia de género.Incongruencia de género: detransiciones y arrepentimientos, Hurtado-Murillo et al., mayo de 2020, Unidad de Identidad de Género del Hospital Universitario Doctor Peset, Valencia.