APUNTES DE VERANO BAJO LA SOMBRILLA

Protagonistas del ego encumbrado

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Todos sabemos lo que es el ego. Nos miramos en el espejo y lo sentimos. Pensamos algo y lo sentimos. Nos enfadamos por algo y lo sentimos, tenemos miedo, y es él, etc.  Así que el ego es lo que se suele definir como lo demasiado humano.

Su lado bueno –que lo tiene- nos advierte de lo que interesa a nuestra vida biológica y a su defensa  como parte de la especie humana, pero su cara B no es nada bondadosa, aunque intenta hacernos creer que es la que nos conviene. Si odia, cree que es con razón; si aspira a ser el más grande cree que es lo justo. Si decide hacer negocios aunque arruine a otros, piensa que es la ley del mercado, y muchas cosas más, pero ninguna tiene ver con la conciencia.

Sus  cantos de sirena negativos llegan a nuestra mente a diario como pensamientos contrarios a la conciencia ética y moral a  la que pueden llegar a desplazar  tan a menudo que en algún momento nos veremos obligados a tomar el control sobre su tiranía  si queremos tener salud mental. Esto es algo muy necesario, si no queremos que esta criatura malcriada malogre nuestra vida y dañe la de otros, porque inevitablemente todo cuanto pensamos, sentimos y hacemos también tiene consecuencias, no solo  en nuestra propia alma hoy y en lo que esta tiene que ver con su Mas allá, sino también en nuestro mundo inmediato personal, como cuando arrojamos una piedra en las aguas tranquilas de un estanque infinito: se propagan hasta el infinito.

El papel social de lo demasiado humano

Pocos de nosotros dudamos que es posible un mundo sin clases sociales dominantes, y por tanto, sin  explotados ni explotadores; que es posible un mundo nuevo pacífico y ordenado a la altura de nuestra dignidad como seres humanos conscientes de su condición espiritual (algo que el ego no comprende y aborrece). Y quienes nos interesamos por lo esencial de la humanidad y sus creaciones, sabemos que podemos terminar algún día con este absurdo sistema clasista hegemónico, racista, colonialista y esencialmente perverso que destruye personas, países y al propio planeta hasta originar este cambio climático que arruina nuestras vidas y acelera la extinción de animales y plantas, hasta el punto que científicos climáticos críticos hablan de una sexta gran extinción planetaria en la que estaríamos incluidos los humanos.

Sin embargo, además de las climáticas y de las otras mencionadas tenemos -al menos- tres severas dificultades a superar. La primera que venimos señalando, y la más difícil de todas, es el ego inferior, atrincherado en nuestro subconsciente y a menudo al mando de nuestro consciente y de nuestra voluntad.

En segundo lugar, y relacionada esencialmente con ese personaje nos topamos con nuestra posición u oposición a nuestra condición más íntima, que es la condición espiritual en eterno conflicto. Y la tercera, derivada de las dos anteriores, se refiere entre otras a las opiniones políticas y al modo de enfocar las trasformaciones sociales.

Respecto a las dos primeras solo tenemos que ver lo difícil que resulta a cada uno la lucha diaria para superar hostilidades, desamor, celos, mentiras, afán de dominio sobre otros, necesidad de reconocimiento, desprecio al que piensa o es diferente, inconsecuencia entre el modo de pensar y el de actuar en la vida diaria, vicios y otros aspectos del ego inferior que se activan cuando no se halla sujeto por la conciencia espiritual como un jinete sujeta a su caballo. Si el jinete es el ego, querrá alejarnos de la conciencia y sus valores espirituales y, por tanto, del mundo perfecto al que aspiramos. Si en nosotros podemos sentir su desmesura, en el mundo está al completo. Fondos buitre, políticos corruptos, gobiernos y presidentes de gobiernos genocidas, belicistas, jueces que prevarican, Iglesias que fingen ser lo que no son, jueces y tribunales injustos y con conflicto de intereses, bulos en las fuentes de información de masas… Un etc. casi infinito. Son legión.

Podemos saber los nombres de algunos de esos protagonistas del ego encumbrado: okupan cada día primeros planos en páginas y telediarios, y son el resultado públicamente visible de egos que dominan a conciencias y las anulan para actuar a su servicio. Por eso es esencial dominar al ego propio, porque no se puede aspirar a un mundo mejor sin gente mejor. No se pueden crear sociedades ricas con usureros, ni sociedades libres con esclavos y dueños de esclavos, pero se han hecho intentos, por ilógico que sea. Pensemos en las revoluciones históricas y en su resultado final. Tantos muertos para luego tener nuevos dictadores mientras crecen en todas partes los hijos pobres de aquellos pobres que quisieron terminar con la pobreza y murieron en nombre de revoluciones que no vieron cumplidas jamás. ¿Por qué? Por causa del ego de nuevos gobernantes que se suceden una y otra vez ocupando el lugar de los antiguos y no solo en cuanto a poder y privilegios. También vienen ocupando sus palacios y mansiones, que eran más grandes y más hermosas, y nunca las dejaron ya. (Si quieren pongan nombres a estos personajes pasados y actuales, supuestos hijos de una revolución, pero hijos de sus egos y padres de millones de infortunios) ¿Podían haber evitado esto, aunque fuese por respeto a quienes les situaron en el poder? Podían, pero el ego carece de empatía, carece de compasión y carece de amor a todo el mundo excepto a sí mismo, en el que encuentra la máxima complacencia mientras mira de reojo a quien pueda hacerle sombra. Es muy celoso el ego de su poder y privilegios, y es por excelencia el de los ricos y poderosos en todas las naciones.

Con estos sujetos al mando es imposible esperar nada bueno. Compiten entre sí por la gloria del mundo mientras lo destrozan con sus guerras, sus crisis económicas, sus ataques a la dignidad humana, a los derechos humanos y a nuestra libertad mental y espiritual. Son un macro cáncer mundial, y se constituyen como un estorbo a la salud colectiva humana, animal y vegetal, al desarrollo de la humanidad y al progreso de las naciones. El caballo Tierra no puede tolerar semejantes aurigas. Cada uno de nosotros tampoco deberíamos claudicar ante el enemigo propio y ajeno. Esta es la primera revolución y cualquier otra que se intente sin haberla ganado estará obligada a repetir los errores de las antiguas y a provocar el mismo sufrimiento y las mismas decepciones.