sábado. 14.09.2024
Descargadores (Aurelio Arteta)
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“Tienes que trabajar”; frase que señala la transición entre la juventud y la madurez, entre la persona joven y el adulto humano en la sociedad liberal, especialmente en la sociedad del capitalismo limitado por las instituciones del bienestar. Inicio de la emancipación personal respecto a la familia, trabajar define a la persona autónoma y está en la raíz de la democracia, desde que el movimiento obrero se auto declaró parte de ella y afirmó el derecho de todas las personas a contribuir a la sociedad a través del trabajo. Al destacar el trabajo como aportación de cada persona al bienestar de todos, define al que no lo hace como parásito, porque recibe los bienes creados por los demás ciudadanos y no corresponde con su prestación. Al centrar el valor personal en el hecho de colaborar a lo común, iguala a todos los ciudadanos como contribuyentes a la sociedad. 

Esta aportación de las masas trabajadoras a la convivencia, la condición ciudadana del hacer laboral está siendo ninguneada por la cultura del capitalismo de los últimos cincuenta años. No solo el movimiento obrero pierde terreno cada día en esta sociedad, con él remite la cultura del trabajo, cómo elemento igualador de los seres humanos. En el capitalismo, nunca se puede decir que todos los seres humanos sean iguales, pero la democracia del bienestar y las luchas del trabajo por ampliarla creaban un horizonte de equidad; ese horizonte es el que desaparece de la cultura contemporánea, desplazado por una lucha despiadada por la posición social y por la identificación de las individualidades a través del consumo, el corporativismo de las profesiones, el narcisismo de las redes sociales y la influencia vacía de contenido de la fama efímera, que siempre busca perpetuarse. Deshumanizados los más cercanos por la competitividad, está siendo fácil demonizar a los extraños; éstos son convertidos en enemigos y la sociedad busca en el odio al extranjero y diferente una nueva cohesión social contra los cambios. Si cedemos al miedo, y nos dejamos arrastrar a la lucha cultural, nos incapacitaremos para buscar salidas. Porque, la experiencia nos indica que la lucha para trasformar las bases ordenadoras del trabajo es política y cultural. 

No solo el movimiento obrero pierde terreno cada día en esta sociedad, con él remite la cultura del trabajo, cómo elemento igualador de los seres humanos

La aportación de cada ciudadano al bien común está regulada en nuestra moderna sociedad liberal por instituciones, jerarquizadas por la historia y por el poder que en ella ha prevalecido, y ha impuesto una versión de lo común: la reproducción humana y el cuidado de los nuevos ciudadanos ha constituido el trabajo principal de unos seres humanos definidos por su capacidad de traer niños al mundo, constituyendo la institución del ama de casa; la organización del trabajo y la producción material de bienes socialmente necesarios, se atribuye a la posesión de unos bienes concebidos para producir otros bienes, protegidos por las institución de la propiedad y la empresa mercantil. La maternidad está siendo trasformada por la lucha de los seres humanos femeninos contra las normas familiares, que imponían la segregación laboral y mundana de la mujer. La segunda, cómo veremos en estos textos, la propiedad prescriptora de una determinada jerarquía de la organización laboral es hoy el freno principal al avance más importante del trabajo, la cooperación productiva creadora de formas de hacer más avanzadas y de todo tipo de instrumentos para facilitar la vida humana.

Los intentos de rehacer la cohesión social, perdida con el final del pleno empleo, chocan con la base propietarista de la sociedad mercantil, y sublevan a los poderes globales; especialmente a las corporaciones, las cuales están aumentando su capacidad decisiva y escapan al control de la gobernación democrática de los estados; los gobierno se ven incapaces de superar los límites neoliberales, porque coinciden con la constitución liberal de nuestros estados, propiedad privada y fronteras legales. Las iniciativas democráticas se ven obligadas a contabilizar en su debe las contrariedades infligidas a las estrategias de beneficio del capital, las reacciones de éste y los cambios institucionales necesarios para defenderse; si no tienen en cuenta tal premisa, las alianzas progresistas no podrán avanzar por caminos alternativos de gobierno y modificar las relaciones de poder; las autolimitaciones provocan desmovilización y avivan nuevas formas de fascismo que las nuevas tecnologías facilitan, sin necesidad de romper con los procedimientos liberales de gobierno. Porque, una revolución tecnológica está subvirtiendo todas las bases institucionales de nuestra sociedad, socavando la democracia a favor del liderazgo actual del cambio, protegido por la propiedad mercantil.

Las iniciativas democráticas se ven obligadas a contabilizar en su debe las contrariedades infligidas a las estrategias de beneficio del capital

De nada sirve que la economía académica y política empiece a reconocer el giro hacia otro motor económico, diferente del mercado: el subsistema tecnológico que configura los procesos de trabajo, su división, organización y combinación colaborativa para proporcionar los productos y servicios necesarios a la vida humana. Las innovaciones en la tecnología afectan a las profesiones, a la relación entre las especialidades del trabajo, hacen emerger nuevas habilidades humanas y destruyen otras; la mutación cognitiva del trabajo genera demandas de sanidad y educación, trastoca las relaciones familiares y provoca desplazamientos más o menos ordenados de población, entre otros efectos de largo alcance. Al afectar de manera profunda las relaciones entre las personas y los grupos sociales, desestabiliza el entramado institucional y su base organizativa, que se vuelve ineficiente y pierde eficacia. Pero, la experiencia de dos siglos de revoluciones y democracia nos dice que las instituciones solo cambian por la acción política y social de los ciudadanos, y según normas prescritas por la propia sociedad; vivimos en estados constitucionales, y éstos solo soportan la gradualidad de su trasformación. 

Los cambios en las instituciones de las democracias liberales han seguido guiones marcados por las corrientes culturales que, en cada uno de esos países, intentaban dibujar un futuro según aspiraciones y valores, más o menos explicitados, de los grupos en litigio. Pero eso, en parte, ya es pasado: las coaliciones sociales inspiradoras de un futuro diferente se creaban en torno a los elementos dinámicos de la sociedad: en el terreno de la economía, los emprendedores, por el lado del capital, y los luchadores sindicales y sociales por el de las masas trabajadoras; en el aspecto cultural y científico, el impulso venía de los numerosos benefactores sociales que, junto al resto de ciudadanos de a pie, lucharon para hacer desaparecer los aspectos más inhumanos de la sociedad industrial capitalista. La política de masas apareció con los movimientos socialistas nacidos de esa coalición, dibujaron un horizonte emancipador y dieron sentido histórico al buen hacer de las redes sindicales y culturales del progreso, fundando la democracia. El progresismo se disuelve, hoy, cuando el capitalismo alumbra una nueva era del conocimiento, global y cosmopolita. Paradójicamente, el capital no es el motor de estos tiempos nuevos, más bien, se instituye en elemento retardatario y agente destructor, porque, cómo se ha dicho, las normas mercantiles le atribuyen prioridad en la iniciativa y no persigue el bien común, solo aumentar la riqueza de los accionistas. Tampoco los estados nacionales son el ámbito para la acción eficaz contra los poderes globales que se apropian del conocimiento, la internacionalización de la producción industrial agudiza la competencia entre los trabajadores por los empleos y muchos trabajadores de los servicios son excluidos de la democracia, porque son inmigrantes, el tejido político se debilita en la base social.

La política de masas apareció con los movimientos socialistas, dibujaron un horizonte emancipador y dieron sentido histórico al buen hacer de las redes sindicales y culturales del progreso, fundando la democracia

Los cambios revolucionarios traídos por la tecnología digital han supuesto la subversión del almacenamiento y la transmisión de información, de su tratamiento y proceso computacional, facilitando, primero, y luego acelerando el aprendizaje de habilidades y del saber hacer, es decir los procesos de la tecnología; la propia fuerza laboral se convierte en generadora de conocimiento útil para la producción y distribución de bienes y servicios, intangibles que se acumulan en los trabajadores y en las nuevas formas de organizarlos, combinando corrientes de habilidades existentes con otras que se crean en el propio proceso productivo, el trabajo adquiere competencias de capital intelectual. Auténtica riqueza de la sociedad del conocimiento es una fuerza social capacitada, por primera vez en la historia, para controlar la evolución tecnológica. Si se organiza políticamente, aportará escenarios de futuro a la imaginación social. Pero, el capital intelectual, como las corporaciones y conglomerados tecnológicos donde emerge, no es nacional y, como el conocimiento que lo soporta, se difunde globalmente. Todas las coaliciones de progreso deberán tener en cuenta que la debilitación del tejido cívico por el deterioro del trabajo y la exclusión de los emigrantes en las instituciones, unida a la globalización tecnológica, obliga a la búsqueda de coaliciones plurinacionales para construir ámbitos democráticos globales, cómo la Unión Europea, y fortalecer la ONU.

La internacionalización de la producción industrial agudiza la competencia entre los trabajadores por los empleos y muchos trabajadores de los servicios son excluidos de la democracia

Pero, la lucha por la democratización de las instituciones económicas no deja de ser nacional. El papel en ella del capital intelectual es central, porque dispone de los medios para ejercer la administración social sobre la producción y la distribución de la riqueza, y del medio ambiente. Inmerso de forma consciente en un entorno de naturaleza, puede conocer las consecuencias de sus acciones, con un nivel prudente de incertidumbre, y dispone de avances comunicativos para que los ciudadanos debatan y formulen el bien común, y lo persigan. Pero, también puede armar a las fuerzas totalitarias con herramientas para controlar a las personas y sus vidas, cómo ya está pasando con la plataforma X y el nuevo fascismo estadounidense; porque las instituciones mercantiles protegen el usufructo financiero sobre la inteligencia humana que crea y almacena al capital intelectual, invocando que se concibe en el ámbito societario empresarial. Siempre conflictiva, la congruencia democrática entre la evolución tecnológica y las instituciones mercantiles desaparece con el capital intelectual; la organización autoritaria de la producción de bienes y servicios corrompe a los creativos y a las capas decisivas del trabajo técnico, degrada el capital humano y, con todo ello, compromete la eficacia social de la ciencia aplicada. Por lo tanto, de cómo se gobierne la difusión y distribución de ésta dependerá el futuro de nuestra sociedad: una civilización de control hacia las personas y sus vidas, fundada sobre la desigualdad entre las élites y sus servidores. O un horizonte igualitario, basado en el trabajo y la cooperación productiva, participante en la administración de las instituciones económicas a través de las organizaciones del trabajo, el sindicalismo de clase, las cooperativas y sociedades laborales, las organizaciones sin ánimo de lucro y las instituciones de la ciencia y las profesiones. Una coalición del trabajo para refundar el progresismo que aporte vitalidad a la democracia.

PD: Me es imposible desarrollar el tema en un solo artículo, pido permiso al lector para dejarlo aquí y continuar en otro con propuestas culturales y políticas.

El declive del Trabajo en el siglo XXI