lunes. 01.07.2024
milei

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Probablemente la causa fuera un artículo de prensa que leí ayer por la mañana, pero lo cierto es que la pasada noche me he visto inmerso en un sueño tan vívido y surrealista que no me resisto a compartirlo con quienes me quieran leer. El protagonista de la estrafalaria ensoñación ha sido el excéntrico presidente de Argentina Javier Milei, ataviado en mi ensueño como aquél Elvis Presley que en 1969 regresó a los escenarios en la ciudad de Las Vegas emperifollado en una icónica prenda de color blanco con un llamativo cuello, mangas y perneras acampanadas, acicalado con un enorme cinturón de macramé y derrochando adornos de pedrería aleatoriamente distribuidos por la totalidad de su inusual monoprenda.

En mi fantasía onírica, el presidente argentino ocupaba el que fue mi primer lugar de trabajo como médico: la consulta número dos de un Centro de Salud ubicado en un pueblo veraniego de la costa valenciana donde hace unos decenios ejercí por primera vez la medicina gracias a un contrato de tres meses previo a mi servicio militar obligatorio. Poco después iniciaría de un modo estable y definitivo mi carrera profesional y formación especializada, pero esa es ya otra historia.

Yo ocupaba el lugar destinado al paciente mientras que Milei estaba acomodado en mi sillón. Ambos nos encontrábamos frente a frente, separados por una mesa donde no había nada más que un micrófono que me recordó a aquellos que a mediados del siglo pasado abundaban en las emisoras de radio y llevaban adherida una placa con el nombre de la emisora. El falso doctor —y también falso Elvis— hablaba sin parar ignorando por completo mi presencia y lanzando su verborrea con un énfasis enloquecido. Mientras tanto me dedicaba a contemplar absorto el espectáculo hasta que presa de un arrebato provocado por una proclama enfática de su discurso, Milei se puso en pie, alejó el sillón con ruedas dándole una patada, ejecutó un salto imposible y subió encima de la mesa micrófono en mano y exhibiendo un sensual contorneo mientras sonaba la introducción de “Suspicious mind”, balada country que me encanta y fue lo único agradable que recuerdo del sueño. 

Mientras el preámbulo de la canción avanzaba in crescendo, Milei gritó enloquecido: "ésta canción os la dedico a vos, Pedrito... y también a tu mujersita Begoña” y acto seguido comenzó a cantar, nada mal por cierto, mientras los pacientes que aguardaban en la sala de espera contigua reaccionaron con aplausos y gritos de admiración. Milei se vino arriba cada vez más hasta que el ensueño me sorprendió con un viraje rayano en lo delirante cuando Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal salieron de no se dónde, subieron sobre a la mesa, se colocaron cada uno a un lado de Miley Presley y se pusieron a dar palmas mientras entonaban los coros de la melodía, momento en el que súbitamente me desperté, me sentí completamente desconcertado, salí de la cama como pude y caminando somnoliento me dirigí a la cocina en busca de un chute de cafeína. 

Degustando el segundo café y aun consternado por la resaca onírica, reflexioné acerca de algo tan obvio como que si bien Milei representaba un problema tanto en Argentina como en los países donde su influencia era reconocida y alentada por hipotéticos demócratas, el verdadero dilema no era en sí ese histriónico bufón sino los millones de personas que en tantos países hasta ahora considerados demócratas, han comenzado a votar cada vez más a la extrema derecha. 

Conforme me iba despejando me planteé porqué será que gente aparentemente sana y con una conciencia social respetuosa con los derechos y deberes inherentes a una constructiva convivencia, de pronto ha decidido apoyar a líderes que denigran a la mujer al negar la existencia de la violencia de género, líderes que son racistas de manual por más que lo nieguen o lo camuflen con argucias semánticas, líderes que niegan el cambio climático, líderes que rechazan la sanidad o la educación pública y apuestan por la privada, líderes que fingen preocuparse por el bienestar de quienes sufren penurias por su falta de recursos y que en su criterio de valores los desprecian, líderes que adornan su ideología autodenominándose liberales mientras la realidad apunta a que las democracias consolidadas están en peligro de abocarse a un neofascismo ante el cual hay quienes niegan alarmismos y aseguran que los nuevos partidos de ultraderecha nada tienen que ver con el fascismo que llevó a Europa una hecatombe, mientras otros consideran que estamos en peligro de una vuelta al pasado.

Por mi parte, y aprovechando la coyuntura de mi surrealista sueño, invito al lector a extraer sus propias conclusiones. 

La noche en que Javier Milei se convirtió en Elvis Presley